Un punto de vista emocional sobre BRB (Ahora mismo vuelvo).Desde el primer minuto, la historia nos envuelve en la tristeza callada de la ausencia, esa que se instala no con estruendo, sino con la rutina de los días vacíos.
Ella —la protagonista— no quiere sustituir a su pareja. Lo que desea, en el fondo, es engañar al tiempo. Recuperar el roce de una voz, la familiaridad de un gesto, aunque sea a través de un eco artificial.
Pero no hay algoritmo capaz de reproducir el alma.
Y el amor, sin alma, se vuelve parodia.
La belleza trágica del episodio está en cómo nos muestra que
el ser humano no añora solo la compañía, sino la imperfección viva del otro. El error, la rabia, la risa inesperada. Todo eso que la muerte borra, y que ninguna tecnología, por avanzada que sea, puede devolver.
La mujer no llora solo a su pareja. Llora lo irrecuperable, lo que ya no será.
Hay algo profundamente humano en su empeño, y algo inevitablemente devastador en su renuncia.
Porque hay ausencias que no se llenan, solo se aprenden a llevar. Y este episodio no habla de revivir a alguien, sino de aceptar que no todo puede volver, y que a veces lo más valiente es no intentar reemplazar lo que fue único.
Por mucho que se parezca a él en un buen día.
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