Yo os leo con todo esto en grapa en la estantería, y que no creo que relea nunca. 
Inicio mi relato, os aviso de que la historia no es para pusilánimes o mojigatos, recuerdo que aquella fue una noche de tormenta, rayos y centellas.
Estaba yo haciendo una de mis periódicas y necesarias reorganizaciones de tomos y grapas, y en dicha ocasión hube de ser especialmente exhaustivo con la reordenación por esas cosas del espacio, con lo que terminé por sacar también mis viejas grapas de la cripta.
Una vez ya libres de telarañas, junto con el material más clásico de Forum, Zinco y otras editoriales más pretéritas, vislumbo un fulgor fantasmagórico proveniente de un rincón de dimensiones importantes con un montón considerable de grapas cubiertas de polvo.
No sabría explicar el motivo del porque aquella pila de brillo radiactivo atrajo mi atención, pero cuando quise percatarme estaba absorto, ensimismado en un horror hipnótico admirando pervertidamente aquellas obscenas ilustraciones de proporciones imposibles.
Atrapados ya mis ojos y mi mente, lo peor estaba peor venir, cuando escuché aquellas voces que me llamaban; eran Scott Lobdel y Rob Liefeld, decían, y el infierno los seguía, un averno de diálogos sin sentido y tramas enredadas que no llevaban a ninguna parte sería mi condena eterna, mí penitencia por los pecados de mi ingenua juventud.
O así hubiera sido si, finalmente, nunca sabré como ni de donde, implorando a Stan Lee e invocando a Jack Kirby conseguí la fuerza de voluntad suficiente para liberarme.
Una vez realizado el exorcismo, recibiendo con júbilo renovado las primeras luces del nuevo día, lo guardé todo bajo llave; sin embargo, en las noches más oscuras, cuando me envuelven las tinieblas que en mi alma reposan, aún oigo sus voces tentándome, y temo que mis pesadillas no hallen nunca su fin.
Oigo como susurran, ahora, en este momento...
