El (negocio del) mundo editorial es una basura.
Los responsables de las empresas editoras sólo piensan en el margen de beneficios. La cultura, la literatura, el cómic, la educación... son chorradas. Lo único relevante es el dinero que se gana con un producto.
Hace 25 años, cuando el (negocio del) mundo editorial era una basura que olía menos mal que hoy en día y los ordenadores eran todavía unas cosas raras para gente tan rara como yo), en las empresas editoriales había una figura que se conocía con el nombre de "corrector". Aunque todos los que trabajaban (trabajábamos) en dichas empresas vivíamos de nuestras capacidades como escribientes, y en la inmensa mayoría de los casos se corregía de manera adecuada a las normas ortográficas vigentes, había unos PROFESIONALES -asalariados de la empresa, con su antigüedad y sus cotizaciones a la seguridad social y tal y tal- que supervisaban los textos antes de llegar a imprenta para solventar cualquier error que pudiera haberse cometido. Incluso había quienes hacían esa tarea después de haberse impreso el folleto, pasquín, periódico o libro en cuestión, bien con pruebas de imprenta o bien con ejemplares ya impresos y encuadernados. En los libros, en esas ocasiones, se llegaba a incluir una hoja volandera con la corrección de alguna errata significativa; en los otros casos, salvo grande katastrophe, se dejaba tal cual y se echaban brocax encadenadas.
Pero hete aquí que los empresarios decidieron que era más rentable un ordenador con revisor automático que un profesional dedicado a tal tarea. "Es un gasto superfluo", llegó a decirme el gerente de la empresa del periódico que co-dirigí durante un tiempo. A lo que le respondí que o teníamos corrector(es) o teníamos corrector(es), que no era una opción no tenerlos. Y ahí estuvieron, mientras yo mantuve el puesto Y sé que desaparecieron poco después de mi marcha. Como lo hicieron por razones similares o porque se fueron jubilando todos los que trabajaban en los medios/editoriales patrias, con la circunstancia econonómica favorable para el empresario de la "amortización" del puesto de trabajo.
Un ahorrazo de puta madre. Ya había beneficios en las empresas. Nos ha jodío mayo con las flores.
Es decir, que la figura del corrector ha desaparecido prácticamente en todo el sector editorial.
Por desgracia.
Porque ahora (generalizo) no hay filtro. El traductor, profesional de lo suyo (las palabras escritas o dichas) va a toda pastilla sacando faena, cobrando un sueldo nunca lo suficientemente grande. Ergo no le dedica toda la atención precisa. Ergo se le cuelan errores.
El rotulista es un profesional de escribir lo que hacen otros. Ni se entera de lo que pone. Cuando existe esa figura, claro, y no es otra tarea que le compete al maquetador.
Los maquetadores, en su momento, eran periodistas formados. Gente que (también) trabajaba con la palabra escrita, y que conocía su oficio, y que de facto eran otra barrera para el error. Hoy, no, y como no les toca revisar (corregir) los textos, pues no lo hacen.
Y así nos va.