Al hilo de la percepción que podemos tener sobre nuestros personajes favoritos y los pequeños (o grandes) destrozos se hayan podido hacer con ellos con el paso de los años, tenía un mensaje en mente que tal vez venga a cuento, así que quizás es un momento tan bueno como otro cualquiera.
Puede que incluso sirva para animar un poco el cotarro. Dejo claro de antemano que creo firmemente todo lo que digo en él, pero que en ningún momento intento convencer a nadie de nada como si fuese una verdad única y absoluta.
"Marvel y el caduco sentido de la maravilla" (o "Los Omnigold lo petan, de verdad de la buena")
Hace poco, comentaba con un amigo los injustos que, por norma general, solemos ser los lectores de comics con nuestros personajes favoritos exigiendo más de lo que exigiriamos en cualquier otro medio; quiero decir, a estas alturas ninguna persona cuerda exigiría a Bob Dylan, los Rolling Stones o Bruce Springsteen que publicasen álbumes a la altura de los que les erigieron en leyendas hace tropecientos años, sería una pérdida de tiempo esperar que Spielberg o Scorsese volviesen a encadenar una secuencia de obras maestras como las que parían en los 70 cual churreros y ya deberiamos haber asumido que la familia Simpson con veintipico temporadas a sus espaldas nunca recuperará la magia de los primeros ocho-nueve años.
No voy a ser tan tramposo como para referirme a la edad que podiamos tener cuando los comics de superheroes nos sorbían el seso hasta el punto de acosar a nuestros kiosqueros a la mínima que intuiamos la llegada de un nuevo número que continuase aquella historia que habiamos leido docenas de veces, ni seré tan torpe como para referirme a la máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor: parto de que si los que cargamos ya con los taitantos a nuestras espaldas aseveramos que ya no se hace música como antes, ni cine como el de antes, ni comics como los de antes, o que el fútbol ya no mola como antes, es más que probable que el problema empiece y acabe en uno mismo.
Pero sí que es cierto que cuando unos personajes cuentan con cincuenta años de trayectoria ininterrumpida y cientos y cientos de números en los que se han contado sus historias, la lógica nos debería advertir de que las posibilidades no son infinitas.
Creo firmemente que la magia de los personajes, el famoso sentido de la maravilla que justifica la existencia y popularidad de los comics Marvel, reside no tanto en sus orígenes como en las pautas que los definen.
En el caso de Spiderman, por ejemplo, tenemos unos primeros 150 números impecables, excitantes y con una capacidad de relectura inagotable; en ellos se expone perfectamente quién es el personaje, por qué es el favorito de tanta gente y cómo es posible que la inversión de tiempo y dinero que requiere el conocer sus aventuras sea una experiencia tan gratificante. ¿Significa eso que más allá de esos tebeos ya no hay nada? Pues no, evidentemente: dudo que alguien pueda sentir que se equivoca comprando los dos coleccionables de Forum, y la etapa de JMS y Romita Jr es canela en rama. Pero la grandeza del personaje, los tebeos que hay que leer sí o sí ya estaban ahí hace décadas.
Con La Patrulla-X tenemos un punto de inflexión respecto a la forma de hacer historia en Marvel; ese sentido de la maravilla está presente en la etapa original de la colección (y ya sé que habrá quien considere esos tebeos como una birria, pero si contextualizamos en su justa medida nos encontramos con una serie en la que se nos presentan peronajes nuevos e interesantes, diferentes a lo que se nos narra en cualquier otra colección de la editorial, y sobre la que planea todo el tiempo esa sensación tan importante, y ya caduca, de que cualquier cosa puede suceder; estoy seguro de que si me hubiese tocado vivirla en tiempo real, habría sido una de mis colecciones favoritas mes a mes). Pero Claremont fue capaz de revivir, y multiplicar por mil, ese sentido de la maravilla renovando al grupo y construyendo sobre aquellos cimientos.
El que Morrison o Whedon hayan conseguido etapas más logradas no extraña en absoluto, porque lo único que han tenido que hacer ha sido volver a aquello que hizo grande la colección (lo cuál, por otra parte, no es poco). Atentos a lo que está haciendo Remender en X-Force, porque se acerca bastante a lo que quiero decir.
En el caso de Los 4 Fantásticos, lo raro es que no sea la mejor colección de la editorial. Su premisa se basa en el descubrimiento, en la ciencia ficción más alocada, en cuatro personas explorando los límites de la imaginación. Aquí está claro que Lee y Kirby se llevan la palma, porque el centenar de números que duró su etapa sostienen todo el universo de ficción marvelita, inventando número tras número y creando un imaginario que, medio siglo más tarde, aún sorprende. Byrne supo leer muy bien cómo el comic tenía que saber combinar esa mezcla de aventura, sci-fi y audacia a la hora de ir un paso más allá, pero rara vez la colección ha recaido en gente que haya sido capaz de entender esos pequeños y particulares parámetros que hacen que Los 4F no sólo valgan la pena, tal vez sea por miedo escénico, tal vez por falta de imaginación.
Y están Los Vengadores, claro. Resulta curioso como esta colección, siendo la que menos posibilidades tenía de aplicar este ansiado sentido de la maravilla (por eso de que narraba las aventuras de personajes que ya tenían una colección propia en la que explorar sus aventuras y personalidades), supo reinventarse en el cambio permanente. La capacidad de una colección en la que se puede escapar de la monotonía incorporando cuatro o cinco nuevas caras y en la que el golpe de efecto comercial es tan sencillo como la recuperación de su trío de ases (el Capi, Iron Man y Thor) hace que el peso de su grandeza recaiga más en las amenazas a las que se enfrentan que a los propios integrantes del grupo. Si me preguntan, aseguraré sin lugar a dudas que la chicha de la colección está en sus doscientos primeros números (por más que adore las etapas de Stern o Bendis -hasta Asedio, puntualizo-, o que mi etapa favorita de Los Vengatas sea una tan predispuesta al homenaje y estéril a la hora de añadir elementos a la leyenda del grupo como la de Busiek, rarezas que tiene uno).
Hay más etapas que podría resaltar, tantas como personajes. Se me ocurre que el Capitán América es un despiporre como mínimo hasta la etapa de Kirby en solitario, que Daredevil es uno de esos pocos casos en los que su etapa definitoria llegó muchos años después de ser creado, cuando Miller convirtió a un Spiderman de segunda en un ninja urbano y sombrío o que, por nombrar a un personaje reciente, Masacre tiene muy poquito que rascar más allá de Joe Kelly. Si quereis seguir, está a huevo.
En definitiva, para que luego digan de mi capacidad de síntesis, lo que quiero decir con todo esto es que los comics que nos gustan, que amamos y que hemos convertido en una parte importante de nuestro día a día están definidos y delimitados prácticamente desde antes de que nacieramos. Eso no significa que la capacidad de sorpresa haya desaparecido o que ya no haya ningún motivo para seguir comprando tebeos, ni mucho menos. Pero, a estas alturas, esa sensación de la maravilla ya ha desaparecido. No sé si hay una palabra que sirva para definir la nostalgia por una época que no se ha llegado a vivir y que, posiblemente, es única e irrepetible.
O quizás sí que la hay.
Excelsior.
Pd: Y, como se podrá leer entre líneas, la otra conclusión a la que quiero llegar es que a día de hoy, y hasta que la línea se desvirtúe publicando material que no corresponda con el espíritu de una línea cuyos contenidos oscilan de momento entre el notable alto y el sobresaliente absoluto (y ojo, que no tiene por qué desvirtuarse nunca; de momento, no parece que vaya a ser así), los Omnigold son lo máximo a lo que los comics Marvel pueden aspirar, una compra obligada para cualquiera que sienta curiosidad por saber por qué estos tebeos por instalarse a fuego en nuestras vidas.