Te agradezco mucho que te hayas molestado no sólo en leerlo, sino en criticar hasta esos pequeños detalles
De hecho, lo he corregido y todo
Aquí van capítulos 1-3, espero que os gusten
Capítulo I
Japón feudal. Hace tiempo.
-¿Y bien, Sugimori? ¿Lo tienes?
La silueta de un hombre corpulento, escondido entre las sombras, miró al que había hablado y asintió con un leve movimiento de la cabeza, apenas perceptible.
-¿Fue difícil?
La figura negó con la cabeza. Pasaron unos segundos y, sin que nadie dijera nada, la figura le entregó un pergamino al otro hombre.
-Perfecto. Mis hombres te darán tu recompensa.
La figura asintió y desapareció en las sombras.
Capítulo II
El sol naciente brillaba sobre unos largos y tortuosos caminos. Una caravana de madera era arrastrada por una gran cantidad de caballos. La caravana tenía un pequeño balcón en el que un matrimonio contemplaba el bonito paisaje. Una figura estaba un poco más apartada.
-Acércate, Matsui-dijo entonces la mujer. Llevaba un precioso y lujoso kimono doblado a la altura del pecho, y el pelo recogido en un bonito moño coronado por dos varillas de madera. Sus rasgos eran bellos, y su perfume de calidad.
-Sí, princesa Tajiri.
-Oh, no me llames “princesa Tajiri”. Con Yukio vale.
-Sí, princesa Yukio.
El tiempo pasaba mientras los caballos arrastraban la caravana.
-Matsui, tú eres experto-dijo el príncipe Isobe-. ¿Crees que atacará alguien?
-Oh, señor, me halaga. Con sus años como samurái, no puedo creer que me considere experto. Pero diría que hasta pasada esa meseta no tendríamos posibilidad de emboscada.
-Matsui, mis años como samurái están muy olvidados. Tú, en cambio, sigues siendo el mejor de los yojimbos.
Efectivamente, Matsui era el mejor de los yojimbos. Un mercenario entrenado para eliminar cualquier tipo de ataque, y, en aquel caso, proteger la fortuna que iba en el interior de la caravana y a los príncipes. Llevaba una katana en el cinturón y una amplia colección de dagas en un bolsillo en el pecho. Un amplio sombrero evitaba que el sol le cegara, y si era de noche su larga capa, que de día no llevaba puesta, podría disminuir las posibilidades de que le acertara una flecha. Sus entrenados ojos revisaban todo el paisaje en busca de cualquier indicio de un posible ataque.
-No, definitivamente no hay posibilidades de que nos ataquen hasta haber pasado esa meseta.
Isobe asintió en silencio. En sus tiempos había sido samurái, pero ahora había cambiado la tradicional armadura por unas sencillas ropas azules, sin duda indignas del príncipe de Japón. Sin embargo, el ser un príncipe se notaba en su manicura, en su inexistente barba, completamente afeitada, y en sus ojos, que mostraban el poder de un auténtico príncipe.
La caravana avanzó pasando la meseta. Matsui estaba atento a cualquier indicio de ataque, hasta que su ojo experto vio una figura oscura en lo alto de la meseta.
-¡A cubierto!-gritó mientras lanzaba tres dagas hacia la figura.
La figura saltó, evitando las tres dagas. Corrió por la meseta mientras Matsui le esperaba con la katana desenfundada, hasta que llegó.
-Necesito el oro del interior de la caravana.
-No está disponible, ninja.
-¿Un yojimbo? No sabía que Isobe los usara. Con sus años de samurái, nadie lo pensaría.
-No necesitas saber nada sobre Isobe ni sobre mí.
-¿No? Empecemos otra vez. Konichi-Wa. Soy Himeno, el mejor de los ninjas.
Matsui escrutó a su rival. Llevaba las ropas normales de un ninja: ropajes anchos para permitir el movimiento y cinturón con amplio arsenal de armas, todo ello de negro. Los ninjas solían llamarse Shinobi Shozuku cuando vestían así, sólo que también llevaban una máscara que les cubría la cabeza y la cara, excepto la zona de los ojos, que tapaban con una mezcla de carbón y polvos finos, que teñían la piel de negro. Sin embargo, el rival de Matsui se había dejado la cara al descubierto, algo inusual en los ninjas, lo cual le hizo pensar que iba solo. En sus ojos se veía determinación.
-¿Himeno? Mentiría si dijera que no he oído hablar de ti. Eres patético. Eso sí, ¿no eras el hermanastro de Sugimori?
-Mi hermanastro no tiene nada que ver con esto. En guardia, yojimbo.
Matsui alzó la katana y se la colocó para interponer cualquier posible ataque. Entonces Himeno hizo lo inesperado, agachándose hasta que sus músculos no dieron más de sí y trazando un arco con la katana que hubiera partido las piernas de Matsui de no haber saltado.
-No está mal, yojimbo. Por suerte, mi amo no espera resultados inmediatos. Nos veremos.
Y tras decir esto, el ninja desapareció con gran habilidad y destreza entre los arbustos de la meseta.
Capítulo III
-Sugimori, sólo puedo decirte que lo defiende un yojimbo. Quizá Matsui. Isobe no atacó, corrió a esconderse con la princesa.
-Gracias, Himeno. Me has prestado un gran servicio. Ten tu recompensa.
Sugimori era un ninja corpulento, que vestía con unas ropas de seda baratas y una máscara, curiosamente blancas. Se le llamaba el Ninja Blanco por ese motivo. A pesar de su llamativo disfraz, poca gente le había visto y había vivido para contarlo. Sugimori alzó una katana enfundada y se la entregó a Himeno.
-La Cortahierbas, como deseabas. La leyenda dice que perteneció al príncipe Yamato-Take.
-Conozco la leyenda.
Himeno calibró la katana entre sus manos.
-Parece auténtica-comentó.
-Sí. Es muy buena. Muchos samuráis se arrancarían un brazo por poder manejarla.
-No lo entiendo.
-¿Eh?
-La Cortahierbas es el objeto más valioso de las cuatro islas. ¿Y me la entregas tan sólo por haber obtenido una nimia información de la caravana de Isobe?
-Mi amo necesita esa información para sus planes. No puedo decirte más.
Himeno y Sugimori inclinaron la cabeza y después ambos desaparecieron entre las sombras.