Bueno, muchas gracias por vuestros comentarios, sois realmente amables
Suerte con vuestras nuevas historias Hiperion y venenofan
Capítulo 3No creo que hubieran preferido llevar a Nathan a Londres antes que a mí o viceversa, tampoco creo que fuera cosa del azar. Simplemente fue así, y como le tocó a él me hubiera podido tocar a mí.
Al atardecer los disparos y las explosiones se oían próximas. Xavier me mandó a la zona subterránea de la Mansión, a las instalaciones secretas de los X-Men. Fue Bestia quien me encerró en Cerebro, el localizador de mutantes de Charles Xavier. Sabía que ese era el lugar más seguro de la Mansión, y si de todas formas era quebrantable, ganaríamos tiempo hasta que mis padres volviesen a unirse a la resistencia.
Así que pasé horas deambulando por la desierta sala esférica preguntándome que pasaría fuera. Las explosiones habían cesado. O habíamos ganado o habían ganado ellos. Salí a descubrirlo, lo que encontré me heló la sangre. Charles Xavier había caído de su silla en su despacho del segundo piso, frente al gran ventanal por el que entraba la luz de fuera. Yo creí que era el sol. Pero hacía tiempo ya que había anochecido. Eran las luces de los vehículos de los atacantes, que se habían asentado en el jardín. Oí ruidos abajo, supe que no eran de los nuestros, y un leve vistazo psíquico me hizo saber que casi cincuenta hombres de Apocalipsis estaban desvalijando y destrozando la Mansión, mi hogar. Estaba perdida, sabía lo que me harían. Con suerte sería trofeo de algún capitán o me mandarían a un campo de concentración mutante, donde me sedarían para adormecer mis poderes mutantes, así, vagando como un fantasma hasta el fin de mis días.
Vencida me arrodillé ante el cadáver de Charles Xavier y me recosté a su lado, poniendo su brazo sobre mi, rodeándome, como intentando que su cuerpo sin vida me diera el calor que en él empezaba a desvanecerse con la muerte, y que tanto necesitaba de mis padres ausentes.
En ese momento no fui consciente, pero años después odiaría a Charles Xavier por lo que hizo. Comprendo que sabía que su barco zozobraba, y él como buen capitán quería hundirse con él, pero fue egoísta por su parte el querer arrastrarnos a todos con él.
Comencé a dormirme silenciosamente junto al cadáver de Xavier, pero estaba bien despierta cuando me arrancaron de sus brazos. Grité como grita un animal camino del matadero. Di patadas, puñetazos, mordiscos, pero yo sólo era una niña frente a hombres de guerra.
Vi, cuando me llevaban a un camión, cómo se llevaban inconscientes a Logan, Bestia y Ángel. No tuve la oportunidad de gritarles, de decirle nada. Las tinieblas se ciñeron sobre mí en cuanto entre en aquel vehículo.
Tiempo después supe que mis padres sí que habían vuelto, pero demasiado tarde, cuando ya no quedaba nadie en la Mansión, cuando hasta los saqueadores no habían encontrado nada más que llevarse.
También supe que Siniestro, la mano derecha de Apocalipsis le había lavado el cerebro a Bestia, y lo había convertido en su particular Bestia Oscura, confinándolo a sus laboratorios de investigación, de donde apenas salía y se dedicaba a experimentar con mutantes vivos.
Logan huyó, o al menos eso me dijeron. Mató a dieciocho guardias y corrió hacia la nevada meseta de Canadá, donde se perdió entre los bosques de los que procedía. Meses después de estar en la más absoluta soledad encontró aliados que lo llevaron hasta la capital de la rebelión humana, convirtiéndose en uno de sus agentes especiales en misiones contra Apocalipsis.
Ángel fue el más afortunado de todos nosotros, con su buen hablar y sus influyentes relaciones sociales, consiguió que Apocalipsis le permitiera ser libre. Libre en el sentido de que podía vagar a sus anchas por todo el país, y libre para crear un club selectivo en el que los Prelados, Torres y Jinetes, es decir, la alta sociedad de la dictadura de Apocalipsis, podían reunirse y distenderse tras la batalla. Se convirtió en un ser neutro, que aun no aprobando los métodos de Apocalipsis, le guardaba el respeto que le permitía seguir con vida.
Yo, sin embargo, corrí otro tipo de suerte. Cuando Siniestro se enteró de quién era yo, decidió acogerme en su palacio, y criarme como si fuera su propia hija.
En un principio mi resistencia era constante, me mantenía sin comer, sin hablar, sin moverme, y él me amenazaba con mandarme a uno de los campos de concentración bajo su mando.
El tiempo fue pasando, y al ver yo que nadie aparecía para rescatarme, que no había señales de mis padres ni de los Humanos, ni de nadie más, comencé a creer que se habían olvidado de mi. Fue tal la rabia que me invadió que acepté los cuidados y la enseñanza que Siniestro me impartió, como venganza contra Charles Xavier.
Pronto conocí a Apocalipsis, que se interesó en mí. He de admitir que más de una vez me sentó en sus rodillas y me dijo susurrándome al oído que un día yo controlaría todo lo que pertenecía a sus jinetes, porque el poder que yo encerraba era inmenso comparado con el de ellos.
Con esta promesa fui creciendo entre la casa de Siniestro y la de Apocalipsis. Codeándome con la alta nobleza del Imperio, siendo una habitual en la zona más selecta del moderno club de Ángel. Teniendo bajo mí mando, con tan sólo diez años, a Torres. Sí, con esa edad me convertí en el Prelado de un Jinete, lo que muy pocos hombres conseguían.
Hay quien dice que cuando me miraban no veían a una niña pelirroja con un traje de Prelado, si no a un guerrero que pronto saltaría al siguiente nivel hasta convertirse en Jinete.
Desde luego esto ni siquiera pasaba por mi mente, pero lo que sí es cierto es que experimenté la ambición y soñé con ser la mejor de todos cuantos me rodeaban.
Siniestro, al que yo ya llamaba padre, consciente de que su puesto peligraba desobedeció a Apocalipsis y me mandó con un regimiento a uno de sus campos de concentración. Se me había asignado a mí y a nadie más mantener el orden allí, y yo siempre he dicho que si quieres que algo salga bien tienes que hacerlo tú mismo.
Tal vez Siniestro me mandó allí con la intención de que no volviera para usurpar su puesto, si fue así, ganó.
Tenía doce años cuando baje por primera vez en mi vida a un campo de concentración. Los mutantes se apiñaban por todos lados, sedados y casi muertos. Los humanos que allí había estaban todos muertos ya, no habían podido resistir los narcóticos, mientras que los mutantes tenían otro tipo de vulnerabilidad hacia sus poderes.
Reconocí a varios de los que allí había, a los que había conocido siendo niña con los X-Men, pero ellos no me reconocieron a mi. Sólo vieron a un Prelado orgulloso que baja a de su casa de cristal a torturarlos. No podrían creer que la inocente Rachel se hubiera convertido en aquel monstruo.
Reconocí a Tormenta y a Bishop, también creí ver a Mariposa Mental, telépata como yo, y me compadecí de ellos. Pero hubo alguien más, alguien a quien reconocí pero no era capaz de situar entre mis recuerdos. Era un joven, de sólo un par de años más que yo, delgado y famélico por aquel entonces, rubio y de ojos azules que me penetraron el alma y por los que aquella noche no pude dormir. Después recordé, era Franklin Richards, hijo de Sue Storm y Reed Richards de los Cuatro Fantásticos, los mejores amigos de mis padres. Lo había conocido cuando era una niña y nos habíamos pasado la tarde jugando por los bosques de la Mansión. Después él me había hablado de sus poderes psíquicos, y me había jurado que cuando mis poderes se desarrollasen estaría a mi lado para ayudarme.
Tras mi segundo encuentro con él, esa misma noche, lloré, porque Franklin había roto su promesa.
Continuará...