Almacenar cualquier producto es una de las cosas más caras que existen, y no produce beneficio, así que muchas veces es más barato destruir que conservar.
Cuando se descataloga o se pierden los derechos, el editor es el que no puede seguir vendiendo. El editor tiene que recoger lo que quede en las tiendas o darles la opción de quedarselo y que se apañen, ya sin devolución para que sigan vendiendo pero como descatalogado, que significa entre otras cosas sin derecho a cambio o devolución del cliente, más barato o caro, y siempre apartado de las novedades, indicando que es oferta, saldo o descatalogado para que no hayan confusiones con material nuevo.
Lo que se recoge y lo que tengan en almacen ya no se puede vender pasada la fecha tope. La ley dice que tienen que comunicar por escrito que es material descatalogado (creo que a la Agencia del ISBN, al Ministerio) y avisar al autor de la obra o a quien tenga los derechos que es material descatalogado, y ofrecerle la compra, a precio de coste de producción, para que el dueño haga lo que quiera, por ejemplo venderlo, guardarlo, regalarlo, donarlo a bibliotecas, o tirarlo a la chimenea. Si el dueño no quiere o no puede comprar y quedarselo, el material se tiene que destruir, acaba incinerado o triturado para reciclar el papel.
Entonces ya no se puede vender, excepto los restos de stock que se hubiesen quedaron los libreros.
Para evitar la destrucción y salvar algo de dinero, lo que se suele hacer es vender,
antes la fecha límite de los derechos, en lotes el stock a mayoristas, empresas o particulares que compran a peso. Esos mayoristas pueden a su vez revenderlo a particulares y tiendas, pero como material saldado. Por ejemplo, los saldos de Bibliostock o los lotes que se ven en el circuito de librerías y ferias de libros de ocasión, o el vendedor misterioso que comentaba hace unos mensajes Elric. Tambien hay quien compra como papel para revender a centros de reciclaje y al final acaban igualmente destruidos.
La venta en bloque a mayoristas y tiendas es legal, aunque a veces se ha entrado en terrenos turbios de palets que misteriosamente han aparecido tiempo después, ya pasada la fecha tope, de un almacén perdido

y que la misma gente que editaba estaba detrás.
No siempre es de origen raro, por ejemplo en Valencia hace unos años se encontró al abrir para la reforma de un local que llevaba decadas cerrado, miles de novelas, comics y revistas de los años 70-80. Por lo que me contaron, el local había sido el almacén de un distribuidor local de prensa. Ese material, a través de un comprador, acabó en manos de libreros de segunda mano.