Llámame Nuwanda.
No porque sea mi nombre, sino por lo que me convierto al pronunciarlo. Ya no soy pupitre, ni apellido, ni hijo ejemplar. Empecé a ser latido, pies descalzos, alma enseñando los dientes.
Ahora soy el eco que desobedece, la brújula que miente por amor a la aventura. Soy labios manchados de vino y de versos.
Algún día, el viento empezará a rebelarse contra los árboles y me escuchará a mí, gritando Oh captain! My captain! para vencer un envenenado Sit down. Y entonces, llámame Nuwanda.
Y que ningún mármol me detenga.
El club de los poetas muertos. Desde ayer en Netflix.