Clásicos Marvel (I): La Última Cacería de Kraven, de DeMatteis y Zeck
No tendría más de trece años la primera vez que leí La última cacería de Kraven.
Mi despertar Marvel me tenía fascinado. Absorto. Leía mucho, compraba poco. Releía cada número tres veces antes de ubicarlo en un su lugar en una estantería realmente pobre, hambrienta de aventuras. Antes de depositarlo en su lugar de descanso cuidadosamente, a veces, incluso desplegaba todas las portadas sobre la cama de mi dormitorio.
Era feliz.
Pasaron los años. La cama se hizo más grande. La estantería se desarrolló hasta el ridículo en una Hidra de varias baldas. El niño dejó de serlo. Pero La última cacería de Kraven no. Siguió igual, un año tras otro, y otro, acudiendo a nuestra cita puntualmente. Golpeándome cada año con la misma fuerza, permitiéndome saborear una historia que ganaba en profundidad con cada lectura. Encontrándome con un viejo amigo, uno de esos libros con el que te encuentras cada cierto tiempo. Glorificando con cada lectura al viejo y cansado ruso que creía en un honor olvidado. Enterrando a la araña una y otra vez.
Kraven. Kraven el cazador. El último superviviente de un mundo consumido por La Araña.
El niño apenas respiraba. Ese mismo niño que pensaba tímidamente qué iba a hacer dentro de veinte años, o de treinta. Cómo iba a ingeniárselas para seguir leyendo unos cómics que ya a veces sentía como algo culpable, algo pequeño. Pensando en lo triste que podía llegar a ser que un día su pasión acabara. En cómo iba a seguir un señor de cincuenta años recorriéndose los kioscos de la ciudad y pidiendo que le sacaran los tebeos, en aquellos tiempos en que las librerías especializadas eran rara avis, e internet, un sueño.
“No, sin duda no seguiré leyendo este tipo de cómics cuando sea mayor. Es inevitable. Tendré que leer otras cosas”. Repetía resignado.
Pero llegó La Araña. Y Kraven. Kraven. La Araña. Alimaña. Un triángulo imposible.
Llegó el mayor retrato psicológico que aquel niño era capaz de asimilar.
La estantería seguía creciendo. Empezó a haber tantos cómics como libros. Quizás más. Pero el recuerdo no se diluyó:
“Creo que esto es algo distinto”.
Lo era.
Kraven era un personaje ridículo. Un Tarzán de feria al que nunca nadie había tomado demasiado en serio. Peter Parker un bromista incontinente. Un protagonista ligero para cómics aún más ligeros. Una cuatricomía de colores con un encanto que el niño no creía que fuese a prueba de años. De los suyos y de los demás. El cariño, la nostalgia, la fidelidad a unos personajes no podrían salvar unos tebeos que él ya pensaba en cómo mejorar según los leía: “Eso es absurdo. No funciona. Si al menos aquí hubiera cambiado esto…”. haciendo sus propias versiones.
Pero llegó La Araña y no supo qué añadir. Qué cambiar.
Y Kraven. Kraven el cazador. La bestia. El hombre. Kraven el mito. Kraven.
Y venía acompañado del mayor ejercicio de literatura y poesía, de prosa y épica que el niño jamás hubiera visto en un tebeo Marvel. Allí estaba J.M. DeMatteis, como un bardo encallecido de manos rugosas, recitando a William Blake con la soltura y determinación de quien canta una nana fúnebre. Aquel hombre sabía cosas. Allí estaba el tigre envuelto en las hechuras de la araña. Ahí estaba el dios de las pequeñas cosas, el dios bajo la piel, empujando a unos personajes que eran dueños de todo excepto de sí mismos. Ahí estaba la vida. Y aún así, había poderes, y máscaras, y héroes, y villanos. Y Kraven.
La obsesión de Kraven, la inseguridad de Spiderman, el temor de Peter Parker, la ferocidad de Alimaña, la incertidumbre de Mary Jane…Todo tejía una red muy distinta a la usual, en la que se nos revelaba una realidad a la que no estábamos acostumbrados a mirar:
La Araña era violenta. Homicida. Caótica. Brutal. Una fuerza salvaje de la naturaleza, aterradora, alejada de cualquier amago de humor, ligero o no. La araña era la muerte. El paso del tiempo devorando al hombre, a la civilización, al honor. El fin de todo.
Kraven era ese honor. Ese reducto anticuado, testarudo, desplazado de su tiempo, obsoleto e impotente ante un cambio y una realidad que parecía incapaz de subyugar. Presa de un temor antiguo, de un rito primitivo que convierte a los hombres en monstruos.
Alimaña era el monstruo. El hombre sin honor, el hombre después de La Araña. El caos que quedaba tras el paso de una furia negra y profunda. El ansía no satisfecha, el caos en la selva, mancillado por las costumbres del hombre. La bestia sin control ni propósito.
Y Peter…Peter era solo un hombre. Un hombre bueno, temeroso, inconsciente, jugador en el juego de otros, presa de la misma Araña de la que obtiene su poder. La parte más frágil del enorme monstruo negro que los demás perciben en su interior. El hombre dentro de la máquina. La muerte de Dios.
Han pasado los años.
A veces escucho palabras que vienen de muy lejos. No entienden a La Araña. No recitan a William Blake. No aceptan la muerte. Rechazan la simbología por recargada, la psicología por pretenciosa.
Pero “La última cacería” sigue siendo inalcanzable al temor, al desdén, a la indiferencia. No entiende de críticas. De cómics. De superhéroes. De continuidades.
El cazador consiguió trascender su entorno. Y se fue para no volver.
Kraven sigue muerto. No importa que absurda trama resuciten. No tiene alma.
Peter seguirá sabiendo que jamás sintió tanto miedo en su vida.
El niño sigue leyendo cómic de superhéroes.
Esto tuyo es de putisimo amo
Y no es para menos. Yo también recuerdo la primera vez que lei La Última Caceria -tendria tu edad más o menos- y te deja un cuerpo...
Una gran obra de Spiderman
PERO
Peeerooo...
Esto otro tuyo ya es de cárcel:
Ahora es cuando digo que tengo 4 ediciones ya de la Última Cacería y se caga la perra
Pero es que sigo buscando LA DEFINITIVA.
De verdad que a veces me siento como una rara avis en este foro porque realmente no tengo ese ansia por coleccionar tan presente entre nuestra especie
Sólo tengo un material repetido y es la mini de Honor, y porque me la colaron vilmente en el Coleccionable de Forum
Esto es broma, claro. Entiendo más que de sobra el por qué. Es sólo que me ha hecho gracia