Sinceramente, creo que cuando, tras una primera lectura de una obra que te dejan con sabor agridulce, la lees una y otra y otra vez y cada vez te va gustando más, lo que ocurre es que ya te has conformado con el contenido de la obra, has perdido toda oportunidad de sorpresa, y realmente la valoras sobre lo que ya sabes que hay.
Otros dirían que a cada relectura vas descubriendo matices que antes no habías visto, que puedes reflexionar sobre distintos elementos de forma más global, que la experiencia es acumulativa, que reparas más en la forma (prosa, narrativa, conjunto argumental) que en el contenido, que para un análisis crítico nunca basta con leer una obra una sola vez, que para el lector casual también es más gratificante ahondar en la imaginación del autor en una segunda vuelta.
Eso dirían otros.
Y unos, que a veces algunas obras hay que merecérselas.
Eso tampoco es malo. Yo leí en su momento muchas que no me merecía entonces, y que hasta que no volví más adelante no las comprendí.
Me dejaron el culo torcido Borges, Cortázar o Quiroga. Y sigo leyéndolos siempre que puedo.
Antes de ser filólogo, narratólogo o juntaletras, era simplemente un lector que leía, una y otra vez, especialmente las cosas que le gustaban. Hay libros que habré leído, sin exagerar, contadas, al menos unas 50 veces. Supongo que de ahí me vino la vocación.
Y muchas obras no las comprendí o disfruté en una primera lectura. Y me dejaron frío.
Pero, si intuía que había algo más, y que quizás el problema no era la obra, sino yo, le daba una oportunidad unos años más adelante.
El lector; una de las figuras del ocio o la cultura que más trabajo exige.