Flash de Mark Waid
Mientras le daba vueltas a algo sobre lo que me apeteciera dedicarle unas líneas, decidí optar por utilizar las sinergias, aprovechando la anterior entrega dedicada al Universo DC. Cómo todos recordaréis, Flash era una de las piezas clave, tanto es así, que su muerte tenía un significado casi ritual, en el que un universo desgastado daba paso a uno virgen. Pero, precisamente, en el caso de Flash el reseteo no era como en el de otros superhéroes, sino que estábamos ante el paradigma perfecto de lo que supone la esencia de este universo de ficción: el relevo generacional. Quizá sea de los pocos casos, o por lo menos de los primeros, en los que un
sidekick llega al final de su camino natural, sin quedarse estancado en una espiral viciada con el tiempo. Y es que uno de los componentes de esta etapa es, precisamente, la evolución constante del protagonista.
En The Flash #60 (marzo 1992), Wally West dejaba de ser Kid Flash para convertirse en el velocista más rápido del mundo, apoyado por la pluma de Williams Messner-Loeb, el cual se convierte, sin saberlo, en el telonero de una de las mejores etapas del personaje. Comenzaba una complicada carrera hacia la gloria…
En The Flash #62, llega Mark Waid a la serie para comenzar una revolución que durará, prácticamente, ocho largos años. Aunque tendría algún que otro momento de asueto, en los que sería sustituido por Grant Morrison y Mark Millar con sus primeras aportaciones al Universo DC. De ese modo, en The Flash #159 (abril 2000), por aquella época escribiendo junto a Brian Augustyn, Waid deja la colección, pese a que volvería en diversas ocasiones aportando ideas o historias, incluso muchos años después escribiría una segunda etapa, pero ya no sería lo mismo.
En este largo periplo, el autor se encuentra acompañado de una pléyade de dibujantes, comenzando por Greg Laroque y, posteriormente, Mike Weringo. Cabría destacar en esta etapa la proliferación de autores españoles, como Salvador Barroca, Óscar Jiménez y Carlos Pacheco, cuyo trabajo cruzaba el charco, dando sus primeros pasos en el complicado cómic americano. A esta lista deberíamos añadir al solvente Paul Ryan, y muchos otros artistas que dejaron su impronta en portadas míticas como Alan Davis o Brian Bolland. El resultado gráfico de esta combinación de autores nos deja una representación a caballo entre lo clásico y lo moderno.
A pesar de la ubicación temporal, en plena década de los noventa, un marco temporal defenestrado hasta la saciedad por los fans y, posiblemente, el más caótico y nefasto para la industria del cómic americano, Waid olvida las modas, centrándose en hacer un tebeo de superhéroes; uno de los de verdad, nada de fuegos de artificio y continuas splash pages. Se trata de hacer historias en las que el desarrollo de los personajes sea el motor de la serie. De ese modo, el Wally West del principio no tiene nada que ver con el que nos encontramos ocho años después. El joven titubeante se convierte en un héroe de verdad, consiguiendo abrazar el manto de la responsabilidad que supone ser Flash. Asimismo, Wally acaba convirtiéndose en uno de los pilares del Universo DC, consiguiendo adaptación fílmica y serie de televisión. Sin duda, los noventa fue una gran década para el personaje.
Pero el desarrollo del velocista escarlata no es algo aislado, ya que el resto de su entorno evoluciona de forma paralela. De ese modo, se incluye uno de los conceptos fundamentales por los que Flash se gana el cariño de los lectores: la familia, más conocida extraoficialmente como la “familia Flash”. Así, Wally se rodea de su tía Iris, la mujer del fallecido Barry, pero sobre todo, se van incorporando personajes como Jay Garrick, el primer Flash; Max Mercury, un velocista legendario extraído de la Edad de Oro; e Impulso, un joven del futuro, que volvía a introducir las paradojas temporales en la ecuación. A todo esto, debemos sumarle la creación de un concepto que, de alguna forma, roza la espiritualidad, y que será conocido como la Fuerza de la Velocidad. Se trata de una energía de la cual extraen sus poderes todos los velocistas del Universo DC. De esa forma, se establece una conexión con los integrantes de la familia Quick, estableciendo mayores lazos con la JSA, cerrando el círculo, ya que este grupo es el que mejor representa todos los conceptos que desarrolla Waid en la serie. Estamos ante la esencia en estado puro del Universo DC.
En el aspecto personal, asistiremos a la evolución de la relación sentimental que mantiene Wally con Linda Park, con la que acaba formando una familia propia. Y es que Waid utiliza todo los recursos del género para cocinar una historia típica de superhéroes, sin que para ello deba dejarse llevar por la corriente de la época, por lo tanto, estamos ante un puñado de tebeos fuera de su tiempo. No obstante, en su carácter de especie en peligro de extinción, se convierten en un rayo de esperanza para el género y, sobre todo, para los lectores, porque Waid demuestra que hay otras formas validas de hacer buenas historias sin recurrir a la oscuridad, los dientes apretados y los conceptos malinterpretados de puntuales obras realizadas por Miller o Moore.
Tengo que reconocer que yo me acerqué a esta etapa con cierto recelo. El personaje nunca me había llamado demasiado la atención, y su homólogo marvelita es uno de esos personajes que no acaban de convencerme o, directamente, me caen mal. Además, había leído algunos números publicados por Zinco y no terminaba de interesarme. Por lo tanto, cuando Planeta se decidió a rescatarla en el formato Universo DC, no hice demasiado caso, pero Internet obró su magia provocando que fijase mi atención en estos tebeos. De ese modo, me encuentro, sin querer, con un punto idóneo para conocer al personaje y su entorno, dando comienzo a una fidelidad hacia la serie que ha permanecido hasta fechas más o menos recientes. Y es que el autor consigue que el lector acabe encariñándose con el personaje. No me cabe duda, que si alguien tiene algún interés por el velocista escarlata, éste es el mejor punto de partida, y si puede ser en la edición de Planeta mejor. La colección se inicia con una novela gráfica escrita por Waid y dibujada por el maestro Gil Kane, que nos pone al corriente sobre la vida de Barry Allen. A partir de ahí, comienza la serie en una especie de año uno, donde se narra todo lo necesario para saber quien es Wally West. Por si fuera poco, se incluyen un conjunto de fichas, que, aunque parezcan herramientas del pasado siglo, son muy útiles para ir adentrándote en el mundo de Flash.
Sea como sea, esta es una de esas etapas que debe figurar en las listas imaginarias donde los aficionados enumeran una serie de obras que todos deben leer en algún que otro momento de su vida. Pero su inclusión no será por su trascendencia en el género. Ni siquiera será por su intrínseca calidad, o por su maravillosa forma de desarrollar a los personajes y los conceptos. Tampoco será por su capacidad para coger a un personaje al borde de la extinción y convertirlo en unos de los pilares de la editorial. Es posible que algunos crean que es por su larga extensión en la que apenas hay altibajos, pero no, no será por eso. Deberá estar en esa lista, porque en los momentos de oscuridad, alguien supo encender un faro que supuso la esperanza para un género moribundo. Alguien supo abrir una senda que nos conduciría a la recuperación de unos conceptos que nunca se debieron perder. Ese alguien fue Mark Waid, por lo tanto, no se me ocurre mejor tributo que incluirlo en esa lista. Así que ya sabéis, para conocer mejor a Wally West, solo tenéis que correr a su lado, evitando que os deje atrás, algo que solo conseguiréis con la ayuda de Mark Waid.