Perdón por postear dos veces seguidas, pero releyendo la aportación de Ibaita me ha surgido una duda filosófica que seguramente Laszlo podrá resolver.
Mi conclusión es que toda la percepción de la realidad depende de lo que nos han enseñado. Así pues, si Norman Osborn ve la cara del Duende Verde por todas partes, ¿es real? Sí, claro. En el mismo sentido que todo lo demás. Es decir, él está viendo una proyección psicótica de su propia mente; puede que los demás no puedan verla porque no es tangible ni refleja la luz ni nada por el estilo, pero no cabe duda de que esa vena psicótica de Osborn existe.
En el caso de una persona como Osborn que ve la mascara del Duende en los cajones cuando nadie más la ve. ¿Qué diría Aristóteles? ¿Es esa mascara real? Debería serlo, porque Osborn sí que la ve. Pero si lo es, entonces hemos de aceptar que hay ciertas cosas que son reales para unas personas y no para otras y entonces no podemos confiar ni siquiera en las cosas que vemos ¿Cómo sostiene eso Aristóteles?
Tu pregunta es realmente interesante,
Tyler Durden, pero me parece que estás mezclando dos aspectos del todo diferentes: el cognitivo y el moral. No obstante, esto no es ni mucho menos una crítica, es más, creo que aquí he de entonar el
mea culpa, dado que, a lo mejor, al proponer las últimas cuestiones he provocado sin quererlo una pequeña confusión. Mi intención con dichas cuestiones, sin estar del todo desvinculadas de nuestro punto de partida, sólo perseguía dos cosas:
1) desechar definitivamente la "solución" psicologista (que, como ya se ha dicho, nos obligaría a tener en cuenta muchos aspectos de la enfermedad); y
2) adelantar la cuestión nuclear cartesiana. De cualquier forma, podemos aventurarnos a responder a tu pregunta mirando con un ojo a Aristóteles y con otro a Descartes... aun a riesgo de acabar así:
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No, en serio, tras este mal chiste paso a decir algo al respecto:
Es más que probable que los trastornos mentales hayan acompañado al hombre desde que pisa la faz de la tierra, de hecho, y centrándonos en el caso que nos ocupa, podríamos citar multitud de ejemplos extraídos de la literatura y la filosofía greco-latina. Lo habitual entonces, como todos sabemos, era atribuir este tipo de fenómenos a la mano de los dioses. En este sentido, quizás el ejemplo paradigmático podría recaer sobre la figura de la
Pitia o bien de la
Sibila, las cuales no eran sino "modos" y "medios" de salvar, al menos momentáneamente, la fractura esencial entre ambos mundos: el mortal y el divino. Estos personajes, como decimos, podían ver, sentir, experimentar, etc, cosas que los demás no podían ver, sentir o experimentar, pero ahí estaba siempre el telón de fondo divino que daba explicación a semejante extrañeza (y esta "explicación" funcionaba no sólo en el contexto específico de los oráculos, sino también en todo tipo de casos humanos que se apartaban de la "normalidad"). En este sentido, Aristóteles no tendría ningún problema (creo yo) en remitirse a los dioses para "encajar" una situación o fenómeno tan particular. ¿Y por qué motivo? En primer lugar porque Aristóteles no pretende (o al menos no en la medida en que sí pretendía Platón) "conocer" el ser (alma) de cada uno, ni siquiera los motivos que impulsan a tal o cual individuo a realizar tal o cual cosa (y los motivos pueden ser tanto "mortales" como "divinos", dado el caso). ¿Qué busca entonces Aristóteles? El justo equilibrio. Y éste no puede darse sino dentro de los muros de la ciudad y siempre en función de las leyes de la polis. Y en este caso, ¿cuándo, pues, una persona será buena o virtuosa? ¿Cuando -como pretendía Platón- haya alcanzado la Idea de Bien? No, dirá Aristóteles, sino cuando haga el bien... siempre y cuando haga el bien. Recordemos: "Practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la moderación, moderados y practicando la fortaleza, fuertes". Esa es la realidad, eso es lo real que interesa a Aristóteles. Y aquí no caben relatividades. ¿Por qué? Porque lo que vemos y juzgamos son las acciones... y hasta un (supuesto) loco lleva a cabo acciones en el mundo. Y una cosa más: las acciones que le interesan a Aristóteles son las que acontecen en el seno de la colectividad o bien repercuten en ésta. Por este mismo motivo comprendía el arte como una "herramienta terapéutica" (por ejemplo, gracias a la catarsis alcanzada en las representaciones teatrales el individuo podía experimentar fenómenos como el asesinato, los celos, el incesto, etc, todos los cuales, si se acometieran "realmente", serían absolutamente perniciosos para la vida en común). Como digo, por tanto, a Aristóteles le preocupa este aspecto pragmático del asunto porque lo que busca es el equilibrio perfecto que permita al ser humano vivir en colectividad.
En el caso de
Descartes diré que el francés sí que busca la piedra angular (su archiconocido
"Cogito, ergo sum") de un sistema cognitivo que "asegure" lo que realmente existe. ¿De qué puedo estar seguro? O como tú has comentado: ¿de qué puedo fiarme, si puede darse el caso de que una persona vea algo que yo no veo (y viceversa)? Así, en la filosofía cartesiana el elemento primordial va a ser la
Conciencia (no una conciencia a nivel moral, ¡ojo!, sino a nivel cognitivo) y, en este sentido, el filósofo francés va a tener claro desde un principio qué dos aspectos humanos no van a tener cabida en su concepto de "Conciencia", a saber:
la locura y el sueño. Por tanto, si
Aristóteles vería a
Norman Osborn y al
Vigía como seres posiblemente "tocados" por los dioses,
Descartes sencillamente vería a dos perfectos locos incapaces de dar cuenta de la Realidad de forma racional. Sea como fuere, también tendremos oportunidad de comentar los errores cartesianos, aunque algo podemos intuir ya después de haber planteado las últimas cuestiones. ¿Qué es más real: los molinos que ve Sancho Panza o los gigantes que ve Don Quijote? Si nos mantenemos dentro de los límites de la conciencia a la fuerza hemos de responder que ambos. Éste es uno de los errores importantes de Descartes, lo que ocurre es que el filósofo francés hace un poco de trampa. ¿De qué forma? Si tu dices:
"Cogito, ergo sum" ("Pienso, luego existo"), te quedas sin mundo. La argumentación cartesiana es tan brutal (duda hiperbólica) que se traga el mundo conciencialmente. Para volver a casar el pensamiento con la realidad, es decir, para volver a ganar el mundo como algo real y no como algo propio de la conciencia, no le quedará más remedio que echar mano de Dios. Pero esto habrá que explicarlo en su momento con más detenimiento.
Y después de esta parrafada ya no tengo ni puñe***a idea de si te he aclarado algo o la he liado aún más. Mil perdones si es que ocurre lo segundo.