Toni Boix en zona negativa escribe lo siguiente:
Y si en Los viejos tiempos veíamos como se contraponían dos visiones bien distintas del mundo, también en esta tercera y última entrega de Por el Imperio asistiremos a un ejercicio similar.
En los dos álbumes anteriores de esta saga habíamos ido encariñándonos paulatinamente de los integrantes de esta escuadra de élite de un trasunto de Imperio Romano y les habíamos acompañado en los prolegómenos de su batalla definitiva: hombres de acción, hombres de guerra, los mejores de entre los mejores, Glorim y su tropa habían sido enviados por el Emperador más allá del mundo conocido… y ellos se habían sentido dignos de tal misión y ansiosos de acometerla. Pero llegados a este punto, en el seno de una civilización olvidada y plagada de peligros inconcebibles, nuestros legionarios se percatarán de que es contra ellos mismos que deben luchar. Armados con la pre-concepción de las cosas que su matriz cultural les había legado, convencidos de que esa pre-concepción era la única válida y por lo tanto la necesariamente exportable, se verán desbordados por una realidad que sus mentes no alcanzan a albergar y, consecuentemente, descubrirán que están solos, desnudos y huérfanos ante un mundo que les es desconocido y ante el cual de nada sirven sus consignas de conquista y sus aptitudes sobrehumanas.
Frente a un planeta entendido como organismo vivo -a la manera del Mundo sin fín de Jamie Delano y John Higgins- en el que los seres humanos son intrusos entre glandes y vaginas que se los tragan, o por el contrario frente a un entorno concebido como proyección simbólica de la mirada de aquellos que lo contemplan, las criaturas de Merwan y Vivés admitirán que “no pueden superar dicha prueba sin perder algo de sí mismos” y, forzados a poner en duda la cosmogonía del Imperio, se despojarán de su pasado para abrazar un nuevo futuro: un nuevo orden, más primigenio, dado que el antiguo ha demostrado ser parcial y caduco, sustituyendo así la lógica del guerrero por un inédito anhelo fraterno.
Y todo ello, dicho sea de paso, en una historia domeñada de forma soberbia por sus autores, concretando a la perfección qué arquetipo se corresponde con cada personaje, atendiendo a cada uno de sus gestos, dosificando la acción y el nervio por los que -inquieta- se desliza la trama y urdiendo una propuesta gráfica tremendamente sugerente por su capacidad de presentar escenarios y criaturas terrenales como si de algo radicalmente amenazador y ajeno a nuestro mundo se tratase… logro también parcialmente atribuible al estupendo trabajo de Sandra Desmazières con el color.