Antes de seguir leyendo, estimado lector, voy a abusar de tu confianza y pedirte un ejercício de reflexión: ¿eres capaz de recordar cuándo fue la última vez en la que una obra de ficción te hizo pasar miedo?.
Jenifer, de Bruce Jones y Bernie Wrightson.A veces nos enredamos más de la cuenta a la hora de definir y catalogar el arte y, en el fondo, debería ser más sencillo que todo eso: cualquier forma de expresión artística, ya sea filmada, escrita, pintada, esculpida, dibujada o cocinada, sólo debería ser valorada en la medida en que sea capaz de hacernos sentir algo. No hay peor enemigo para el arte que la indiferencia, ni mejor aliado para el ser humano que todo aquello que nos pueda emocionar.
Una vez soltada la sentencia estupenda de turno, reconozco que no soy especialmente fan del terror como arte. Al menos no en la medida en que conozco gente que sí lo es, y que llega a obsesionarse con el tema devorando todas esas horribles películas de serie B o comprándose camisetas y figuritas capaces de hacer que los niños y las viejas se acojonen al cruzarse con ellos por la calle. Pero cuando uno ha pasado su niñez en los 80 y primeros 90, difícilmente va a ser ajeno al género. Y al final en el subconsciente se acumulan pequeños recuerdos de sustos pasados: el agradable desasosiego leyendo a Stephen King, las cada vez más irónicas formas de morir en Elm Street, el cojín con el que taparme la cara viendo Alucine en La 2 o los campistas de Crystal Lake saltándose todas aquellas reglas no escritas que se recapitularían años más tarde en Scream. Pequeños espacios ocupados en mi memoria que me recuerdan que a veces el pasar un mal rato es otra forma de hacerte sentir vivo.
Pero hablemos de cómics.
Los cómics de terror son casi tan viejos como el propio arte de hacer tebeos. No es casualidad, claro: si la verdadera esencia de la historieta es la de llegar a transmitirnos emociones (y aquí abarcamos desde el sentido de la aventura de Príncipe Valiente, Flash Gordon o Terry y los Piratas hasta la importancia de no dejar nunca de soñar que tan bien reflejaran los viajes oníricos del Pequeño Nemo), ¿cómo no recurrir a algo tan antiguo, primario y esencial como la capacidad del ser humano para sentir miedo?
De esta necesidad surge, como referencia fundamental, el serial de Historias de la Cripta que publicaría EC Comics y en las que un terrorífico narrador nos iría presentando una pesadilla tras otra con su moraleja incluida.
Sinceramente, creo que hay mucho de romanticismo en la forma en que mi subconsciente aborda esos viejos tebeos de EC que Planeta recuperaría en su colección "Clásicos del Terror". Que nadie me malinterprete: los leo y están bien, me parecen generalmente divertidos, muy entretenidos y en muchos casos bien hechos, y está claro que tienen un valor histórico incalculable en el medio, pero en el fondo creo que lo que más atracción me produce de esas historias es la idea de imaginarme a esos chavales en los años 40 leyendolos a escondidas y, dentro de su ingenuidad, aterrorizándose con sus macabros finales con lección incluida.
(O tal vez desarrollando tendencias homicidas, si hacemos caso a Bentham, La Seducción del Inocente y toda esa mierda que por poco se lleva por delante cualquier posibilidad de que los cómics pudiesen ser algo medianamente trascendente).
Otra cosa son las revistas de la Warren, herederas espirituales de aquellas publicaciones y que suponen una evolución natural de las mismas: hay menos humor, cierto, y posiblemente menos romanticismo, pero se compensa con una mayor sofisticación en guiones y dibujos y, sobre todo, en una mayor capacidad para aterrar al personal.
Creepy, Eerie, Vampirella... El cómic en España, con Toutain como principal importador de publicaciones de calidad, no sería el mismo sin todas estas terroríficas historias que no sólo nos demostrarían una vez más las grandes posibilidades del cómic como arte, sino que nos familiarizarían con algunos autores esenciales en el medio.
Y en este contexto, nos encontramos con "Jenifer" (Creepy 63 USA).
"Jenifer" es un relato de tan sólo diez páginas. ¡Pero qué páginas,
madredelamorhermoso!. En ellas, Bruce Jones construye una historia redonda y rotunda que toma como punto de partida el concepto de "damisela en apuros" y lo retuerce de forma casi cruel. Sin embargo, es el arte de Bernie Wrightson (puede que el dibujante más dotado para el terror que ha dado el cómic) el que eleva esta historia a la categoría de obra maestra del género.
Si alguien quiere hincarle el diente, lo puede localizar en el tomo 13 de la cara pero maravillosa recopilación que está realizando Planeta de la revista Creepy. O tal vez prefiera hacerse directamente con el tomo dedicado al trabajo de Bernie Wrightson en dicha revista. O, si tiene suerte, quizás pueda localizar a buen precio un ejemplar del Creepy Segunda Época nº 1 de Toutain en alguna librería de viejo. O, para que engañarnos, seguro que discurre alguna forma para poder acercarse a este relato y dedicar unos minutos a leer una de las mejores historia de terror que un servidor ha tenido el gusto de echarse a la cara.
Sea como sea, el esfuerzo merece la pena.