Debo estar haciéndome mayor porque todo este lenguaje me suena muy tonto.
Es que es un lenguaje tonto, incluso algo absurdo, porque lo único que trata es de etiquetar a todo el mundo según sus tendencias sexuales. Al final, tanta exaltación de la libertad y tanta lucha por la igualdad, cuando lo único que hacen es ponerse etiquetas los unos a los otros con nombres que la mayoría ni siquiera entienden.
En el idioma moderno, creo que solo hay una gilipollez más gorda que este lenguaje técnico (porque es un lenguaje tan específico y hermético que parece de una disciplina inventada) de tipo de género, y son los anglicismos modernos para cosas más viejas que el mear de pie.
El coworking, coliving, sundrying, blablabla.
En realidad, ambas cosas parten de lo mismo, una necesidad inventada de complicar el lenguaje fluido.
Se habla de que hoy día todo el mundo es politólogo, vulcanólogo y suputamadrenólogo, pero poco se habla de que hoy día todo el mundo es filólogo, y que un grupo de zascandiles se ha propuesto revolucionar el diccionario desde el sofá de casa porque, válgame, cómo podíamos entendernos hablando tan mal hasta ahora.
Por cierto, todas estas pamplinas incumplen la primera norma de la comunicación:
Que el mensaje sea entendible para el receptor.