Último minuto del partido.Todo depende de mí. El balón rueda dulcemente hasta mis botas cuando sacamos del medio campo por trigésima vez. 30-0. Me las he visto peores.
Aspiro el aire del césped en una respiración lenta. Todo-depende-de-mí.
Regateo las caras de cocainómanas anoréxicas con un movimiento de pelvis. Hu-ha. No se lo esperaban. Se quedaron viendo como mi mutombo driblaba hacia un lado mientras yo me escurría hacia el otro. Soy como Rob, un superdotado. Pienso en él cuando hago avanzar el balón por delante de mí. Esquivo la cabeza de chino ojiplático con cefalea que es Daredevil, y encaro la meta. Justo cuando pongo el pie en el área, en nombre de la libertad de creación, el libre albedrío, la entropía, la subjetividad del cuerpo humano, y el canon artístico de cada ojete, el reflejo tridimensional de Lobezno me hace la zancadilla, derribándome. Penalti. Justicia en forma de pito.
El estadio enmudece. 30-0. Todo depende de mí. No puedo fallar. El árbitro señala el punto fatídico. Cojo el esférico, y me dispongo a mandar todos los prejuicios al fondo de la red. El sentido común ha plantado el autobús delante de la portería. Pero no puedo fallar. Porque al igual que Rob, yo no veo brazos, ni piernas, ni cintura de avispa. Yo veo unos y ceros, como Neo. Esos unos y ceros que decoran ya su legado. Pero no importa. Con unos y ceros, Rob y yo construimos nuestro propio mundo.
Expulso el aire lentamente esperando oír el dulce canto del silbato. Piiiip.
Me preparo, cargo la pierna, cojo carrerilla, focalizo un punto de la portería en mi mente, avanzo hacia el balón, y entonces...
...veo los bipollas de Lobezno. Bipollas, porque son dos bíceps como una olla, con sus gónadas incluidas, estrechándose en una muñeca con pinta de cuello venado.
Mi pie impacta con el balón en una mueca surrealista. Exhalo un "¡Ihhhhhhh!". La pelota se pierde más allá de la grada.
Epílogo: Al apuntador le doy tanta pena que desliza el dedo y un uno sube al marcador. El mismo que yo le regalo a Rob.
Lo hemos conseguido, amiguete.