No vayas a primera hora. Los jueves es cuando sacan las ofertas y novedades de la semana. Hace cosa de un mes viví una situación surrealista por ir a la hora de apertura. 
Sabes que ahora no nos puedes dejar así y que tienes que contarnos esa situación que viviste, ¿verdad? 
Bueno, es un poco offtopic pero todo sea por instruir a los novatos como fui yo.
El caso es que como he comentado Lindl comercializa cosas varias, desde toallas de baño, cascos de moto, estufas, y veinte mil cosas más. Lo que ocurre es que no tiene eso en stock, sino que las va sacando cada cierto tiempo para, supongo, no tener que ocupar espacio en el local ni en el almacén. El caso es que cada tantos meses saca unas vitrinas que me interesaban para mi colección de figuras. De casualidad me entero que el jueves (que es el día de la semana en el que Lindl saca todos esos tipos de productos) salen las vitrinas y me digo que voy a coger dos. Para ello, dado que abren a las 9:00 de la mañana, optó por ir con el coche a la hora de abrir porque 1- voy antes de trabajar y me quito el tema de encima y 2- es de suponer que no estaría ni el gato a esas horas.
Contento y feliz, salgo de casa y enfilo al Lindl al que llego a las 9:00 en punto. Cual es mi sorpresa que me encuentro con un grupo de gente agolpada contra las puertas. Aparco y ante la vergonzosa situación que veía (con claras reminiscencias de esas imágenes en televisión que vemos todos los años del primer día de rebajas) dejo el coche encendido porque tenía que decidir si aparcaba y me unía a esa escena que me producía verguenza ajena o si directamente me iba del lugar intentando que nadie conocido pasara por allí y se percatase de mi presencia. Repasé los productos que salían a la venta ese día, y realmente lo único que veía potable eran las dichosas vitrinas, el resto eran calcetines, toallas y chorradas varias. Desde luego nada merecedor para venir antes de la hora de apertura del local. Analicé a la muchedumbre y me encontré con personas variadas, desde varios jubilados con bastón incorporado, algún inmigrante, viejecitas, etc. Dado que suponía que el rey de la corona eran las vitrinas de marras, no me entraba en la cabeza que los viejos del bastón fuesen acarrear el armatroste que pesa una barbaridad, de igual modo con las viejecitas y a los inmigrantes no les veía cara de que les importase tener las cosas en una vitrina o que les preocupase el polvo. Decido pues, aparcar y unirme al festival.
La entrada del local está justo al lado de una nacional con gran tráfico de salida de vehículos, siendo que encima hay un semáforo por lo que a veces se paraban los vehículos. Reconozco que no sabía dónde meterme porque verme allí en el medio me parecía dantesco. Los nervios de la gente a flor de piel, a las 9:03 minutos el primer amago de apertura y la gente se prepara a entrar...pero no, era una falsa alarma. Un viejo de la quinta del bastón empieza a gritar a los de dentro que abran. Nuevamente me planteo irme pero aguanto aunque solo sea porque ya estaba allí. Se reposiciona la muchedumbre (de la cual me averguenza decir que ya formaba parte) y a pesar de la firme oposición de dos viejecitas armadas con carros, me pongo a la entrada por detrás de un inmigrante rumano y alguno más que andaba por allí.
Bandera verde, se abren las puertas me pegan con un carrito por el lado derecho pero aguanto la embestida y entró por la puerta mientras el inmigrante aprovecha la pole e inicia una carrera al galope acompañado de algún otro que va a su rebufo. Mientras pensaba que demonios pintaba yo allí, me perjuré que ni de coña iba a caer al fango y ponerme a correr. Me alegra decir que no fracasé en esa intención.
Me encamino al lugar en el que se encuentra todas las novedades y veo ya a la gente en lucha enconada. Me acerco a ver si hay suerte y cojo alguna vitrina cuando me sorprendo de que el botín de tanta lucha eran unos calcetines y toallas que se pueden comprar en cualquier feria. Sigo mi camino y encuentro lo que buscaba, una pila con 10 vitrinas. Miro a un lado, miro a otro, y espero a la gente que como yo buscaba ese producto en particular. No vino nadie.
Me cojo 2 que pesan un huevo y medio (sobre 35-40 kilos cada una) y las arrastro hasta la caja en el que observo 1- al inmigrante con unos calcetines y con sonrisa de ganador; 2- al abuelo con bastón que tenía tanta prisa, leyendo las indicaciones de una caja de arroz en uno de los pasillos; 3- la viejecita que me arreó con el carrito, en la línea de caja con el carrito de marras en el que llevaba una barra de pan y una caja de huevos; 4- al personal del Lindl que claramente estaban acostumbrados a este tipo de situaciones y que debe ser el pan nuestro de cada día.
Cargué como pude las vitrinas en el coche, me fui de allí y volví al mundo real.