Conan the Barbarian (Conan el Bárbaro), de Roy Thomas y John Buscema (1973-1980)
Calidad e Importancia: 9,5. Uno de mis tebeos favoritos de la historia de la Marvel, por mucho que Sean Howe se haya empeñado en que me olvide de su existencia en su, por otra parte, muy recomendable libro sobre la historia de la editorial.
En mi caso, estoy absolutamente de acuerdo con todas las
observaciones que ha hecho al respecto el propio
Roy Thomas, y no puedo más que hablar de este tebeo con un sabor de boca genial, hacerme eco de su gran importancia editorial, siendo uno de los más vendidos de la Marvel de los 70, y desde luego, el primero en ser llevado al cine a través de una gran superproducción. Su importancia, y más en esta época, tengo que valorarla en consecuencia.
Ante todo, hay que tener en cuenta la larga duración de esta etapa: en siete años hay mucha viñeta que leer. A mí me gusta dividir esta etapa en dos partes claramente diferenciadas y considerar luego una especie de final o despedida de la misma.
La primera parte la situaría hasta la llegada de Bêlit a la serie. En esta primera época me parece inevitable llevar a cabo una cierta comparación con el tebeo que le precedió, el Conan de Thomas y Barry Smith.
Lo más obvio fue el cambio de aspecto que dio el tebeo, no sólo estéticamente, sino incluso en la manera de escribirse las historias. Para que entendáis lo que quiero decir, Buscema procedía de los tebeos claramente orientados hacia un estilo de narrativa propio de la acción, mientras que Barry Smith venía de otro sitio y le interesaban otro tipo de cosas. Por ejemplo, su meticuloso tratamiento de los detalles alrededor de lo que se contaba en la historia, le daba a todo un tratamiento más poético que el que le iba a proporcionar Buscema, mucho más próximo al realismo del mundo bárbaro literalmente descrito por Howard.
Aunque las ventas con Barry Smith a los lápices fueron magníficas, con Buscema al frente situaron invariablemente a la serie entre las cinco más vendidas de Marvel durante los años siguientes, convirtiéndola en uno de los pilares básicos de la editorial a lo largo de toda aquella década. También es verdad que, al principio, el cambio resultó tan brusco que no todos los seguidores iniciales de Conan el Bárbaro recibieron con agrado el cambio de dibujante sufrido por el tebeo. De hecho, en la sección destinada al correo de los lectores, Thomas tuvo que contentar de la mejor manera posible a los muchos seguidores del dibujante inglés a los que su paso por la serie no les había dejado indiferentes.
Con la llegada de Buscema, la aproximación de Roy Thomas al guion de las historias también cambió notablemente. En un principio, Thomas le había dado a Smith detalladas sinopsis con sugerencias de paneles o secuencias muy concretas, pero con el tiempo aquello había ido cambiando, de manera que los argumentos que Thomas le proporcionaba a Smith eran a veces incluso verbales, con apuntes u observaciones también verbales a medida que las páginas iban llegando a la redacción. A Buscema, por el contrario, Thomas le proporcionaba un argumento completo, apuntando incluso dónde debía cerrarse la historia y dejando completa libertad a Buscema a la hora de enfocar la narrativa del guión con el que tenía que trabajar, puesto que eso lo sabía hacer Buscema incluso mejor que Smith. También es verdad que todo esto cambiaba o dependía según se tratase de una adaptación de una historia de Howard o de una historia original de Thomas.
En cualquier caso, como de manera muy acertada comentaba Thomas a Ralph Macchio en FOOM, una revista oficial de Marvel de la época, Barry Smith casi había hecho un hobby de dibujar a Conan, mientras que Buscema era todo un profesional que por fin había encontrado el tebeo que más le gustaba dibujar.
Los inicios de Thomas y Buscema en la serie vinieron marcados por la extensión que había tenido la Guerra del Tarim. Tras aquella saga de ocho partes, alguna de ellas con superior extensión en páginas a lo que era habitual en la época, Thomas decidió regresar durante el siguiente año y medio a las historias unitarias o de apenas dos partes a fin de no saturar a los lectores con aquel tipo de historias tan largas en el tiempo, centrándose en los años en que el cimmerio vagabundeaba por las estepas del Este y daba sus primeros pasos en la profesión de mercenario al servicio de la monarquía turania.
Sin parecerme la mejor época de Thomas y Buscema al frente de la serie, aquel primer año y medio de episodios presentó sin embargo dignas adaptaciones de la obra de Howard no pertenecientes directamente a la serie de Conan, sino a sus ciclos históricos (
Dos contra Tiro, la Sangre de Bel-Hissar, la Casa de Arabu) al género de Terror (
Luna de Zembabwei o
el Demonio de Khara-Shehr, adaptación por cierto de uno de los mejores relatos jamás escritos por Howard,
el Fuego de Asshurbanipal, cuya versión literaria resulta a mi juicio infinitamente mejor que su adaptación gráfica a la saga de Conan), e incluso alguna que otra disimulada incursión en los pastiches escritos o completados por Lin Carter y Sprague, como
la Mano de Nergal o
la Ciudad de los Cráneos, y que toda vez que éste último pretendía cobrar por sus derechos más de lo que pagaba Marvel por la propia obra de Howard, no hubo más remedio que variar su tratamiento para evitar problemas judiciales y poder seguir fielmente la cronología oficial del cimmerio. Hasta que no se consiguió un acuerdo con Sprague (hasta finales de 1978 no se pudo publicar por ejemplo
la Cosa de la Cripta, apareciendo como un interludio dentro de la propia etapa de Bêlit), fueron publicándose en su lugar historias bastante similares que no dejaban de recordarlas, como
la Sombra de la Tumba que firmaba el propio Thomas.
También hubo en este periodo inicial adaptaciones de novelas de otros autores como Norwell Page y Gardner Fox, éste último recibiendo por cierto tal aluvión de críticas que Thomas decidió dar por finalizada lo antes posible aquella etapa de la vida de Conan y dar comienzo a una de las historias más esperadas del cimmerio,
la Reina de la Costa Negra.
Con la adaptación de aquel relato original de Howard, casi podría decirse que todo lo que había venido anteriormente quedó relegado al olvido. Con el magazine la Espada Salvaje a pleno rendimiento y presentando en sus páginas algunos de los mejores cómics que había producido el tebeo norteamericano, podría decirse que Thomas y Buscema se pusieron a competir consigo mismos, poniéndonos a los lectores (puesto que aquí también se publicaron ambas series por Vértice de manera simultánea) que no teníamos dinero suficiente para comprar todo lo que salía del bárbaro, en la difícil tesitura de decidir cuál de aquellos tebeos de Conan era mejor. O cuanto menos, más emocionante de leer.
De entrada, la introducción a aquella segunda fase del Conan de Thomas y Buscema supuso ya de por sí una elevación de la altura del listón de la serie, esta vez con Tom Palmer entintando los lápices de Buscema y volviendo a presentar en sus páginas a conocidos personajes howardianos, como el Murilo que ya había aparecido en
Villanos en la Casa o el propio Rey Kull en una historia de su propio ciclo titulada
el Altar y el Escorpión. Y sobre todo presentaba también a dos secundarios, los jóvenes Tara y Yusef, cuyos problemas acabarían conduciendo a Conan hasta los mares del sur y a los brazos (o a la cama, según se mire) de la Reina de los Corsarios Negros.
La Reina de la Costa Negra era el único de los relatos originales de Howard que presentaba en su desarrollo una elipsis argumental que transcurría a lo largo de varios años durante el primer capítulo y los dos últimos del relato original. Con aquel margen de tiempo en mente, Thomas concibió entonces un ambicioso proyecto destinado a presentar casi en tiempo real aquel momento de la vida del cimmerio, surgiendo así una saga que se extendería durante los siguientes tres años y medio de la serie y en la que los capítulos originales de Howard se ceñirían al principio y al final de la saga.
Con todo, aquel primer encuentro entre Conan y Bêlit resultó ser todo lo fiel al relato original que pudieron permitir las circunstancias, ya que toda vez que el proyecto concebido por Thomas no podía desviarse a la Espada Salvaje por el propio tiempo de duración de la saga, los censores del Code no permitieron que Bêlit llevase a cabo desnuda su Danza de Apareamiento tal y como aparecía relatada en la historia original de Howard. Es más, no sólo hubo que “tapar” a Bêlit, sino que Buscema tuvo que ver cómo se retocaba la escena original que había dibujado del final de la danza, en la que Bêlit se echaba en brazos de Conan. Aquello de que Bêlit se arrastrase por el suelo hasta situar su cuerpo entre las piernas del cimmerio (en realidad verse allí no se veía nada, pero según el censor de turno, allí había que imaginarse un travieso coño encaramándose poco a poco hacia la palpitante polla del bárbaro), era más de lo que un censor amante de su trabajo podía soportar. El resultado fue que Buscema tuvo que tragarse alguna que otra carta de queja señalando que “a veces” no sabía dibujar piernas ni hacer determinadas posturas de una manera natural, cuando en realidad, lo que había sucedido era esto:
De todas formas, mirando las cosas desde el lado positivo, gracias a la censura, Buscema no pasó a la posteridad como un dibujante de tetas y culos, que es lo que le habría ocurrido hoy.
Y antes de que Pato me crucifique (y con razón), lo mejor será hacer como si no hubiera pasado nada. Porque lo cierto es que, como diría aquel, lo mejor estaba aún por llegar. Nada más aterrizar en la cubierta del Tigresa, Conan escuchaba la historia de Bêlit de boca de otro personaje howardiano que en las manos de Thomas y Buscema elevaba su papel original a la categoría de importante secundario de la saga, el Chaman de Bêlit, N´Yaga. El origen de Bêlit, aunque recordaba un poco a otra historia de Howard, una obra maestra del ciclo de Brak Mak Morn titulada
Gusanos de la Tierra, tenía un ritmo trepidante y sus magistrales páginas servían de perfecta introducción a la saga selvática que vendría inmediatamente a continuación.
Con una clara influencia del Tarzán de los Monos de Burroughs, otro mítico nombre howardiano, en este caso Amra, se añadía al panteón del Conan de la Marvel. Para mayor dinamismo de la historia, el Jad-Bal-Ja de Burroughs se transformaba en Sholo, junglas asfixiantes daban paso a siniestras noches de luna llena en el trópico, viejas leyendas de la selva cobraban forma de manera inesperada y derruidas ciudades perdidas resultaban estar habitadas por diabólicos pigmeos de cuatro brazos. La saga de cuatro episodios en la que Conan adquiría el nombre de Amra resultó ser tan magnífica como trepidante, apareciendo además estupendamente entintada por un Steve Gan absolutamente entregado a los lápices de su ídolo norteamericano.
El listón se mantuvo alto con la siguiente saga que vino a continuación, un cruce entre Conan el Bárbaro y la serie que había conseguido Red Sonja dentro de Marvel Feature y que iba a traer de nuevo a la guerrera hyrkania y a su bikini de acero a las páginas protagonizadas por el cimmerio. Presentando además el primer y único encuentro entre Bêlit y Red Sonja, dos de las mujeres guerreras más importantes de los setenta (y que tanta influencia tuvieron en las mujeres que, sobre todo, Chris Claremont presentaría más tarde en sus cómics), el conjunto se completó con otra reunión histórica entre Conan y el mítico Kull de Valusia, recurso que ya había llegado a utilizar el propio Robert E. Howard dentro del magistral relato
Reyes de la Noche, perteneciente también al ciclo de Brak Mak Morn. En esta ocasión, la magia del encuentro la propiciaba el Libro de Skelos, otra creación howardiana surgida esta vez de su amistad con Lovecraft y de la influencia de su Necronomicon en todos los autores aglutinados dentro del famoso Círculo del escritor de Providence.
A continuación siguieron apareciendo historias verdaderamente destacables, combinando obras originales de Thomas con adaptaciones de Howard que quedaban estupendamente al ser adaptadas al medio, desde relatos de terror marinos (
Surgido de las Profundidades) a obras pertenecientes al ciclo de la Memoria Racial (
Caminantes del Valhalla). Todo ello acabó conduciendo de nuevo hacia el origen de la pirata shemita, llevándola a ella, a su segundo al mando y al resto de los Corsarios Negros hacia la prohibida y oscura Stygia. La nueva saga formaba parte de una trama central que giraba sobre la venganza de Bêlit contra los asesinos de su padre y la posibilidad de que éste siguiera aún vivo. Así, durante los dos años siguientes, la acción iría llevando a los piratas desde las catacumbas de Luxur hasta el palacio real de Asgalún en las tierras de Shem, añadiendo además Thomas por el camino otro nuevo miembro al reparto de secundarios de la saga, el mago-guerrero Zula, el último de los Zamballah. La mitología howardiana presidía la serie, pero Thomas no sólo se integraba en ella sino que la enriquecía número a número con sus propias aportaciones.
El año 1979 vio los últimos momentos memorables previos al final de la historia, otra estupenda minisaga de cuatro episodios situados esta vez en las costas de Kush y centrados en el misterioso culto de Jhebbal Sag, cuyas consecuencias iban a tener su reflejo años más tarde en la vida del cimmerio a través de historias originales de Howard tales como
Más Allá del Río Negro o
la Ciudadela Escarlata. Es decir, que de manera similar a lo realizado años atrás por Stan Lee, de la mano de Thomas el Universo de Conan suponía ya a esas alturas un mundo perfectamente cohesionado en el que cada pieza del puzzle iba encajando en su lugar.
Pero todo tenía un final: algo había quedado pendiente en aquel comienzo a principios del año 1976. Y ese algo era la segunda parte de la adaptación de
la Reina de la Costa Negra, su final.
Aunque a los lectores no nos hubiera importado que aquello se alargase unos cuantos años más, Thomas tenía claro lo que debía hacer desde el principio. Hacerlo de otra manera, hubiera desnaturalizado la fuerza que latía en el corazón de la historia, que no era otra que el amor existente entre Conan y Bêlit, un amor capaz de regresar de la muerte, como el mismo Howard había descrito en aquella historia originalmente publicada cuarenta años atrás y probablemente inspirada en la chavala con la que Howard salía entonces, una joven llamada Novalyne Price y a la que probablemente recordaréis de la película basada en la vida del escritor,
El Que Caminaba Solo. Sea como fuere, la fuerza de ese relato original no sólo ha llegado a inspirar al gran John Buscema de estos tebeos, sino también a otros muchos otros artistas legendarios de la talla de Richard Corben o Steve Fabian, y cuyo ejemplo me resisto a no mostrar aún cuando seguramente suponga desvirtuar el propósito del hilo.
Y tras la conclusión de
la Reina de la Costa Negra, llegaba la hora de las despedidas, puesto que no sólo tocaba despedirse de Bêlit, sino que Roy Thomas también estaba a punto de decir adiós, no sólo a la serie, sino también a la editorial, gracias a los denostados esfuerzos en tal sentido de Jim Shooter. En su esquema del nuevo orden editorial no tenían cabida personajes más o menos independientes de él como el propio Thomas o incluso Marv Wolfman y su Tumba de Drácula.
El año 1979 concluyó con Conan perdido en las junglas al sur de Kush y situándose como Jefe de Guerra de los belicosos Bamulas. Adaptaciones de relatos originales de Howard como
El Valle de las Mujeres Perdidas o
Un Hocico en la Oscuridad, se combinaron con otro de los pastiches escritos por Sprague y Lin Carter,
Sombras Susurrantes. Otra novela de Norwell Page se adaptaba para Conan el Bárbaro y empezaba ya a hablarse, esta vez en serio, de una película sobre Conan. Sin embargo, Roy Thomas ya no iba a estar allí para verlo. Con los magos Karanthes y Zukala a cada lado del escenario y poniendo a Conan en el trance de decidir si resucitar a Bêlit a costa de la vida de Red Sonja,
la guerra de los brujos fue la última historia de Thomas para la serie. Shooter ni siquiera le permitió despedirse de los lectores que le habían estado siguiendo durante aquellos diez magníficos años. Haciendo un símil muy gráfico sobre lo que sucedió, la nota de despedida que Thomas había entregado para su publicación, acabó directamente haciendo las veces de mechero mientras Shooter se encendía un puro con ella.
Y así se acabó todo. Como diría Sean Howe, la etapa que nunca existió y que ninguna importancia editorial tuvo.
Pues eso, un 9,5.
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