Señoras, señores, escribo aún con los dedos temblorosos. El corazón palpitando muy deprisa y con ganas de llamaros a todos y cada uno de vosotros por teléfono para comentar el final.
Ese sentimiento experimentado mil veces, cuando ves una serie que te gusta y que acaba su temporada. Esa sensación al leer la última palabra de un comic o la última frase de un libro. La misma que tienes cuando abres las puertas del cine dejando atrás los créditos. Ese sentimiento inexplicable de vacío y emoción. Eso es lo único que busco cuando me engancho a una serie. Poder repetir ese momento 5, 6, 7 veces... tantas como temporadas tenga.
Eso, que a priori parece tan sencillo es verdaderamente complejo de lograr. Eso que buscan casi como una fórmula exacta, es la sensación que he tenido cuando Arrow ha terminado hoy su segunda temporada. No sé si la serie ha conectado conmigo, o yo he conectado con ella. En cualquier caso, la unión ha sido tremenda. Eso sí, no creo que sea casual.
Y es que Arrow ha conseguido lo que pocos productos de acción ((en la plataforma que sea)) han logrado: emocionar, tensionar y sorprender sin forzar la máquina. Sin que nada suene o se vea raro, inconexo o difícilmente de explicar.
Arrow es de principio a fin un cómic al que no hay que pasarle las hojas. En el que las relaciones entre los personajes fluyen de forma coherente sin ser predecibles. En el que la acción es un elemento más de la narrativa. Donde la música forma parte del todo sin que te des cuenta. Donde se crean y destruyen villanos, héroes y romances. Arrow es el primer cómic de la televisión, y como tal pasará a la historia.
No sé si la tercera temporada superará a la primera. Es bastante difícil. Pero no importa. Cuando creas un universo con esta riqueza, el simple hecho de descubrirlo al completo, ya es un camino que merece la pena.
Larga vida a Arrow!