Cuando acabé la serie prometí escribir sobre ella. Fue hace meses. Curiosamente no tenía ánimos para hacerlo, disfruté de Breaking Bad en no más de tres semanas. He visto muchas series a un ritmo alto, pero jamás las había devorado como esta. Con la última gota de sangre derramada y el último parpadeo, sentí como si alguien de mi familia se hubiera ido para no volver. Por eso mi luto, y por eso mi tardanza.
Lo más lógico hubiera sido abandonar mi comentario y guardar mi opinión en mi cabeza, sin embargo, quería aportar mi pequeño granito de arena a las justicias e injusticias que forman la simbiosis de esta serie. Cuando te dispones a ver Breaking Bad, no vas a ver Breaking Bad, vas a ver la serie que para muchos es la mejor de la historia, la que nos hartamos en repetir sus virtudes, la que ha mantenido en vilo a tanta gente que nos cae bien..y a tantos que nos caen mal. Cuando vas a ver Breaking Bad intentas analizarla como si fueras el jurado de un concurso de cocina. Su fama la precede, y eso siempre es malo.
Sin embargo, bastan unos pequeños minutos para darte cuenta de que esto es otra cosa. Que esto no va de un héroe ni de un villano. Que no es una historia de amor, no es una comedia, no es una historia al uso. Es un producto hecho y concebido para el disfrute. Para la reflexión, para la polémica. Breaking Bad no es Walter White, ni Jesse Pinkman. Ni una lucha ética de un moribundo por el cáncer que quiere pelear con su destino. Es eso, y mucho más que eso.
A medida que pasaban los capítulos, la historia me iba atrapando. O tal vez sus protagonistas, o su fotografía, o la banda sonora. O todo junto. No lo sé. No sé si la veía porque quería saber el final, o porque necesitaba saber cual era el final correcto para los demás. Me preocupaba en señalar y diferenciar entre aquellos que hacían las cosas bien y los que no. Los que actuaban de forma coherente y los que me molestaban en la serie. Consiguió que me planteara cosas que nunca se me hubieran pasado por la cabeza. Me hizo disfrutar de un western sin necesidad de ver a gente subida a un caballo. Gocé con interpretaciones magistrales, me enamoraron algunos y odié profundamente a otros.
Pero Breaking Bad, no es una serie más. Algunos han matado su última temporada, sus últimos detalles. El final de nuestro héroe o villano. Incluso yo comencé a hacerlo. Sin embargo, cuando la última letra de los créditos apareció, y me quedé sentado sobre la cama con las piernas cruzadas, me di cuenta de que todo esto iba más allá. Que no existía el bien o el mal, ni tampoco gente absolutamente culpable o inocente, más que personas peleadas con sus circunstancias. Que la muerte de Walter White, y la liberación de Jesse Pinkman no eran tan importantes porque al fin y al cabo, no son más que simples personas. Que no por ser un capo de la droga y haber pasado por lo peor, tras haberlo tenido todo absolutamente calculado, tienes que morir a manos de un ser superior a ti. De un genio, de un psicokiller o un mandamás. Un fallo, de esos que la suerte a veces tapa, puede acabar con todo.
Y eso es para mi Breaking Bad. Ese familiar mío que hoy, sin venir mucho a cuento a vuelto a mi cabeza. Ese que se ha sentado en mi sofá y me ha comentado la pureza de detalles con los diálogos, los guiños en las escenas y la armonía cromática. Ese que vuelve a hacerme pensar que Walter y Hank son los mismos egoístas con distintas circunstancias. El que vuelve a hacerme sentir ternura por la bondad de Pinkman, y vuelve a destrozar mi cabeza con los debates morales que plantea. Ese que esta noche seguramente volverá a irse, y me dejará cantando alguna de las canciones que me enseñó o recordó.
No sé si es la mejor serie de la historia. No sé si eso es algo que me importe. Sé que para mi, es el producto audiovisual que más he disfrutado, y sobre todo, que más sensaciones me ha hecho vivir. Y yo, obviamente, la recomiendo.