He leído
La Rebelión de las Masas de
Ortega y Gasset.
Es un libro que me ha proporcionado mucha sorpresa, ante todo por la mente tan preclara y tan buen amueblada de Ortega.
Ortega es como Nostradamus, pero sustituyendo las visiones por la lógica. Debió de haber tenido una cabeza como un portaviones.
¿Qué puede hacer alguien que no tiene formación, ni idea puta, de filosofía, de ensayo, de política ni de ná de ná?

Pues comentar, como un bellaco, sin orden, concierto, ni inteligencia mucha, lo primero que le llama la atención, poniéndose en evidencia. Pero allá voy, en fin, con mil perdones:
-Particularmente, me sorprende la previsión que tuvo de avanzar una
Unión Europea para superar los males de Europa y, especialmente, el que nos matáramos entre todos en el viejo continente. Y téngase en cuenta que eso lo escribió el autor antes de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo le dio la razón y hoy día asistimos a una nueva oleada reaccionaria que propugna el nacionalismo tal y como fue pergeñado por el infecto Romanticismo. Los euroescépticos y demás. Tenía toda la razón.
Como es evidente, no me voy a poner aquí a contar mucho sobre la obra. No creo que sea el lugar y no quiero aburrir a los pocos que se queden a leer esto. Pero sí quiero, simplemente, dar testimonio de algunas cositas sueltas que me han llamado la atención muy poderosamente.
-Hay una parte de su obra en la que me sonrío con condescendencia cuando empieza a decir que nunca hasta esa fecha (fniales de los años 20 del siglo XX) se han podido comprar tantas cosas por la eclosión del comercio internacional. El pobrecillo no sabía nada de lo que vendría con Internet, Amazon, Temu, Ali Express y etcétera

Pero, lejos de hacerme el marisabidillo con esta anécdota, me encomiendo a tiempos futuros, donde mirarán con compasión mis intentos por tachar de desfasado a Ortega. Es un ciclo sin fin

-También me ha hecho mucha gracia una cosa que dice, y que creo que sigue siendo verdad: antes los jóvenes querían aparentar ser viejos. Ahora los viejos quieren aparentar ser jóvenes. La verdad es que esto está a la orden del día más que nunca: los cincuenta son los cuarenta )¿o eran los treinta?). Disculpo algún que otro comentario homofóbico del autor, al hilo de sus contemplaciones sobre este fenómemo, por el contexto y época en que fue emitido.
-¿Más cosas? Su visionaria conclusión sobre el debate público y los complejos que nos afligen. ¿Para qué vas a molestarte en hablar o en debatir, cuando todo el mundo tiene la razón? Todos opinan con vehemencia sobre cualquier cosa, y nadie quiere escuchar ya más que aquello de lo que está previamente convencido. He recibido con deleite el calificativo que Ortega usa para definir a aquellos seres medio documentados que se desentienden del debate público: el de "Señorito de Versalles" que mira con suficiencia a su contertulio, y asiente con perezosa sonrisa, cansado de chocarse contra el muro de la incomprensión y, en fin, del más puro garrulismo

Ortega se resistía a ser un Señorito de Versalles, aunque bien le pegaba, y se afanaba en bajar al barro y discutir, y convencer. Yo soy un auténtico Señorito de Versalles, Estoy mucho más cansado que Ortega y no tengo ni la cuarta parte de su cerebro

-Otro arsenal argumentativo de alto impacto para mí: el pensar que las cosas vienen por ciencia infusa, sin esfuerzo previo. El "persigue tu sueños" que vendrán las cosas por la cara sin tú hacer nada, algo que forma parte del decálogo de influencers y otros creadores de opinión. El daño que ha hecho Coelho, del que ni siquiera él es el principal responsable (más bien lo son los papagayos que repiten sus gilipolleces). Estamos viviendo a plena potencia este estado mental opiáceo en el que sonreímos y miramos a las estrellas mientas nos tocamos los huevos a dos manos.
-Hay más: me ha gustado mucho toda su reflexión sobre el cretinismo científico, En otro alarde previsor que me deja mudo de asombro, ya decía Ortega que la pérdida de formación integral en humanidades no hacía sino fomentar la subnormalidad técnica. Y es verdad: ahora tenemos ejércitos de abogados y de ingenieros absolutamente lerdos que saben de dos o tres cosas (proyectar un puente, defender en cierto tipo de casos) pero que, por una formación extremadamente específica, no tienen contexto ni opinión, ni más oficio ni beneficio que hacer lo único que saben hacer. Estamos perdidos. Coincido.
-Finalmente, aunque hay mucho más: Ortega me caería como el culo a día de hoy. Sorprende lo paradójico que resulta un tío con una inteligencia tan suprema y tan presuntuoso. Tiene un ego como unas puertas. Para cimentar sus inconfesables comodidades políticas, al hilo especialmente de la Guerra Civil española, se dedica, en una parte no parca del libro, a insultar nuestra inteligencia con tonterías y silogismos baratos.
-¿Es Ortega un defensor del fascismo como a veces se ha dicho? Ni por asomo. Queda claro, estudiando su obra que, empezando por el título, Ortega aborrece el pensamiento único, sea el propio de dictaduras de izquierdas o del de derechas. Lo que no quita que fuera un cobarde en su trayectoria personal, lamiéndole el culete a Franco cuando tuvo que quedarse aquí, con imperdonables discursos de peloteo franquista, que rebajan al hombre, muy por debajo de su obra. Peor eso es otro tema.
En fin , una obra que me ha dejado ojiplático por lo increíble que resultan las reflexiones de este señor. Mis dieces, a pesar de los pesares.