EL AGENTE DOBLE O LA DIMENSIÓN DIALÓGICA DEL CONOCIMIENTO
Resumen: el presente texto busca a) en primer lugar poner de relieve la dimensión dialógica que atraviesa por completo al hombre en su existencia; b) apuntar someramente las posibles aportaciones que dicha dimensión introduce en la búsqueda y sustentación de un conocimiento objetivo y/o verdadero; y c) por último, indicar las insuficiencias intrínsecas que presenta el lenguaje a la hora de tomar lo dialógico en sí como “solución” epistemológica última.
Palabras clave: dimensión dialógica, conocimiento, objetivo, subjetivo, verdad, convención, acuerdo, referencia, lenguaje, intencionalidad, inteligencia, realidad…
El sustrato que Wittgenstein inyectara al yermo campo de la filosofía neo-positivista allá por los años 20 y 30 del pasado siglo, a saber: el revitalizante y reconstituyente complemento epistemológico conocido como linguistic turn, sigue a día de hoy –y a pesar de los años- alimentando productivamente las teorías de muchos de los filósofos más relevantes de la actualidad. Ya sea para tratar de combatirlos o bien para desarrollar más o menos concienzudamente los esbozos que legó el austríaco, lo cierto es que es difícil pasar por alto las reflexiones wittgenstenianas en torno al lenguaje. Desde la idea de convención en Popper, hasta la triangulación epistemológica davidsoniana, pasando por la performatividad del lenguaje en Austin, el externalismo de Putnam o los arrebatos eliminativistas de Churchland o Dennett, parece claro que la dimensión dialógica del conocimiento (re)surge una y otra vez allá donde menos se la espera para consuelo de unos y castigo de otros. Ahora bien, no nos llevemos a engaño: no queremos decir que en todos los autores citados la influencia wittgensteniana pese por igual, ni mucho menos que las apreciaciones del pensador austríaco hayan sido las primeras (o las únicas) en la historia del pensamiento en incidir sobre el papel del lenguaje en la vida del hombre. A este respecto, somos conscientes del volumen del legado filosófico que el viejo continente arrastra tras de sí, pero precisamente esto, es decir, el hecho de ser consciente de tal pasado, es lo que va a permitir a Wittgenstein romper radicalmente –o al menos intentarlo- con la herencia metafísica clásica, para así enfrentarse a la cuestión (epistemológica) de manera, si no novedosa, sí al menos fresca y desestigmatizada. Resumiendo: lo único que hemos pretendido señalar con este apunte inicial es la dificultad actual –por no decir imposibilidad-, de dejar siquiera a un lado el carácter lingüístico (y comunicativo o dialógico) del conocimiento, detalle del que los filósofos de la mente han dado –o han querido dar- buena cuenta y que, a su vez, como venimos diciendo, ocupó casi toda la “segunda navegación” del autor del Tractatus . Sea como fuere, no creemos necesario –por el momento- alegar más razones en defensa de lo expuesto y en lo que sigue se entenderá, esperemos que así sea, el porqué de esta invocación, aquí y ahora, del espíritu de Wittgenstein. Mientras tanto, sirva ya de adelanto la siguiente cuestión, la cual nos servirá para entrar directamente en el análisis de las posibles ventajas y/o inconvenientes de la entrada en el campo epistemológico de ese correoso jugador llamado “Lenguaje”: ¿es posible seguir hablando de conocimiento objetivo –o científico- sin tomar en consideración la dimensión dialógica del mismo? Veamos algunas posibles respuestas y que el lector juzgue al final por sí mismo.
D. M. Armstrong, en su artículo titulado La naturaleza de la mente, nos recuerda ya desde sus primeras páginas –a pesar de su reconocido cientificismo- la importancia que adquiere en la búsqueda de la verdad (o del conocimiento) la posibilidad de alcanzar acuerdos: “[…] acerca de lo que es el caso” . Es claro, creemos, que a pesar de lo expuesto Armstrong no busca con dicha afirmación adentrarse en el meollo de lo que hemos venido denominando dimensión dialógica del conocimiento, sino más bien sentar las bases para defender la supremacía de la ciencia como actividad que más y mejor permite el alcance de acuerdos, como así corroboran las palabras que siguen: “[…] sólo como resultado de la investigación científica parecemos alcanzar un consenso intelectual acerca de asuntos controversiales” . Formara parte o no de sus objetivos al escribir el artículo el remarcar lo dialógico del conocimiento, lo cierto es que en la tesis del inglés –al igual que sucedía con la idea de convención en Popper- podemos hallar razones (intersubjetivas) que refuerzan la idea que impulsa estas líneas. Y siguiendo con el “gremio” de los filósofos de la mente, fijaremos ahora nuestra atención en un aspecto del conocidísimo Test de Turing, el cual va a permitirnos tender puentes entre la inteligencia artificial y el problema de la Referencia, tal y como, por ejemplo, lo plantearán autores como Searle, Putnam o Davidson. Como es sabido, el propósito de Turing era examinar y/o evaluar la posibilidad (¿real?) de que una máquina “pensara” y para ello desarrollaba su particular test dialógico de competencia. Sin entrar a valorar el éxito o fracaso del mismo en relación a su objetivo primero, lo que sí queremos destacar del test –en su versión modificada por Putnam y denominada por él mismo como Test de Turing para la Referencia -, es su insuficiencia a la hora de resolver la cuestión del “salto al exterior” (o determinación de la Referencia Compartida). ¿Y por qué puede aquí interesarnos dicho aspecto? Bien, tal y como dirá Putnam en la obra apuntada a pie de página: “[…] las palabras (y los textos completos y los discursos) no tienen una conexión necesaria con sus referentes” , pues para ello –añadimos por nuestra cuenta- siempre será imprescindible una relación de intersubjetividad que sustente la convencionalidad lingüística y que a su vez apunte a una realidad común, es decir, aquella tríada que posteriormente va a proponer Donald Davidson como paroxismo epistemológico. Una vez más, como puede comprobarse, la dimensión dialógica del conocimiento vuelve a surgir con fuerza, requiriendo como condición sine qua non para hablar propiamente del mismo la presencia de todas las partes involucradas en el proceso. Así, antes de pasar a denunciar el “lado oscuro” del diálogo, sólo añadiremos que, incluso en filósofos tan marcadamente “subjetivistas” como es el caso de John Searle, puede rastrearse fácilmente la imperiosa necesidad del Otro –véanse si no sus nociones de Trasfondo, Intencionalidad Colectiva, Red… - en el proceso cognoscitivo, o lo que es igual, la ineluctable dimensión dialógica del conocimiento.
Llegados a este punto, permítasenos, pues, describir un pequeño experimento mental en unas pocas líneas: 1) imaginemos a unos seres (los oxolots) que, al igual que sucede con el hombre, cuentan con una serie de “instrumentos” intelectuales, lingüísticos, técnicos, etc, que les permiten conocer la realidad que los circunda; 2) concedamos que gracias al éxito de sus investigaciones científicas los oxolots han logrado alcanzar acuerdos (dialógicamente intersubjetivos) sobre cuestiones complejas concernientes a la realidad, lo que les lleva a afirmar que poseen un conocimiento objetivo y verdadero de la misma; 3) supongamos por último que la población de oxolots asciende a 50 millones de individuos; 4) introduzcamos ahora de otro lado una población (los exolots) exactamente igual en todos sus aspectos (lenguaje, técnica, capacidades, número de individuos…) a la de los oxolots; 5) como se deduce, los exolots también afirman poseer un conocimiento objetivo y verdadero de la realidad en la que están inmersos; 6) pero ¡ay! que existe una pequeña diferencia entre ellos: lo que los oxolots ven de color rojo, los exolots lo ven de color verde y viceversa; 7) ¡La guerra está servida!
¿Adónde queremos ir a parar con todo esto? Sencillamente pretendemos señalar con este experimento las insuficiencias que presenta el lenguaje si pretendemos tomarlo como “garante” último de la objetividad cognoscitiva. Como se ha venido diciendo, parece obvio que reconocer la dimensión dialógica del conocimiento aporta muchas ventajas y puede servir para evitar caer en una soberbia de corte cientificista –en tanto que el diálogo puede y debe ser siempre multidisciplinar-, pero también hemos de reconocer que el acuerdo intersubjetivo no consigue salvar plenamente la sempiterna problemática de la objetividad. Cuando Davidson afirma que “una comunidad de mentes está en la base del conocimiento y proporciona la medida de todas las cosas” está poniendo de relieve la importancia de tomar en consideración los aspectos dialógicos, pero en el experimento descrito la objetividad está sustentada por el mismo número de individuos a uno y otro lado. ¿Quiénes estarían, pues, en tal caso, equivocados: los oxolots o los exolots? ¿Qué conocimiento sería más objetivo, más verdadero? ¿Qué clase de posible solución cabría acordar? ¿Sería suficiente el lenguaje y la interpretación de datos (corroborados o falsados) por una y otra parte para hablar de un “supraconocimiento”? ¿Podríamos considerar una intencionalidad colectiva como mediadora del conflicto? En definitiva, son muchos los frentes que pueden abrirse a la discusión pero lo cierto es que, amén de las buenas intenciones que deberían subyacer a todo diálogo que persiga un consenso, sigue existiendo en todo este asunto una suerte de idealismo constructivo o sobrevaloración del lenguaje –“lado oscuro”- en tanto que “instrumento” conciliador y pacificador, cuando la realidad, querámoslo o no, no parece corroborar tal idea.
A estas alturas, no queremos desviar la línea expositiva por los derroteros continentales, pero tampoco nos gustaría acabar el presente ensayo sin mencionar al menos el aspecto sórdido que relaciona al lenguaje con las luchas de poder y/o dominación. Creemos que este carácter se da también de alguna manera en el ámbito científico y pocos son los que hoy, siendo sinceros, se empeñarían en negarlo. Pero, como decimos, no es nuestra intención añadir estas líneas como refuerzo de lo dicho más arriba, sino únicamente como detalle a no olvidar. Por el contrario, la clave a la hora de afirmar la insuficiencia del acuerdo intersubjetivo y dialógico como garante y rescatador de la objetividad del conocimiento reside, desde nuestro punto de vista, en la idea de que el lenguaje no está “diseñado” para captar o descubrir la verdad de una realidad independiente del sujeto, sino más bien como “herramienta” para saber a qué atenerse en el mundo o, en todo caso, sostener una suficiente comunicación con los otros. Dicho esto, sólo nos queda concluir recordando que el giro que en su día practicara Wittgenstein ha contribuido sin lugar a dudas a “flexibilizar” la idea de conocimiento, a tomar en consideración aspectos que, hasta la fecha, no habían sido especialmente atendido y, por supuesto, a abrir innumerables y fructíferos caminos para la investigación, pero más allá de eso seguimos convencidos de que existen profundas brechas en el andamiaje del modelo de conocimiento científico, brechas que, aun considerando el aspecto dialógico del mismo –aspecto que, como reza el título del ensayo, juega un papel de agente doble al practicar un ejercicio positivo y negativo a la vez en el seno del proceso-, a día de hoy siguen abiertas hasta la médula.