Semana 2. Aristóteles, "la vuelta al mundo terrenal" y... ¡¡¡Norman Osborn y El Vigía!!!Antes de comenzar: apuntar que, al hablar de Aristóteles, las referencias a su maestro, Platón, así como otras tantas referidas al contexto de la polis ateniense, son prácticamente insalvables. Perdonad, pues, si repito algunas ideas ya dichas anteriormente. No quisiera para nada aburriros. Dicho esto...
El énfasis pragmático. Tal va a ser el trazo positivo que Aristóteles (re)incorpore a la definición de hombre bueno o virtuoso en una suerte de recuperación (parcial) del ethos (ética) heroico reconducido ya, como dijimos, por el propio Sófocles. Así, advertimos ya que, tras Platón, nos encontramos con que la filosofía del autor de la
Ética a Nicómaco se encuentra de lleno inserta en la racionalidad delimitada por los muros de la polis. En este mismo sentido,
Emilio Lledó no duda en encabezar un artículo que le dedica al estagirita con el título de:
Aristóteles y la ética de la polis. Y es que al igual que Sófocles, la figura de Aristóteles se nos presenta como la de un ilustre ciudadano comprometido y siempre dispuesto a colaborar en pos del bienestar de sus conciudadanos. . Y dicho esto podrá reprochársenos de inmediato: ¿Y Platón? ¿No buscaba también (y se pre-ocupaba) el gran maestro (por) el bien de todos sus semejantes? ¿Es que acaso no esperaba mejorar a los otros con su filosofía, hacerlos partícipes del Bien, acercarlos lo más posible a la luz primordial de la Idea de las Ideas? Es obvio que sí, quién podría dudar de ello –o al menos eso es lo que se desprende de los Diálogos-. Ahora bien, lo que ocurre es que el giro que efectúa Platón, amén de inaugurar una (la) forma de hacer filosofía, acentúa terriblemente la
separación entre el mundo de lo real y el mundo de los objetos ideales. De hecho, ya lo advertimos en otro momento, tanto en la sociedad homérica, como en la propia polis democrática –sobre todo en sus inicios-, se tiende a tener en estima la existencia real del hombre agathós (bueno), y no tanto la de la idea (en sí) de Bien. Por tanto, podemos decir que, habitualmente,
el bien “se vivía”, no se inteligía. Todo el asunto se concentrará entonces en la resabida
antítesis que se producirá entre maestro y discípulo, y no ya sólo en torno a la concepción de la naturaleza humana pues, aunque a simple vista pudiera parecer que Platón obvia en sus consideraciones antropológico-políticas ese aspecto más irracional del ser humano, estamos convencidos de que, tanto un filósofo como el otro, son plenamente conscientes de hasta qué punto llega el hombre a participar de la acuciante
animalidad. La antítesis como tal no va a radicar así propiamente en una diferente concepción del ser del hombre, sino más bien en la forma en que hay que atender a esa
llamada de lo salvaje.
Platón optará abiertamente por una suerte de
represión –tan salvaje o más que el propio fenómeno a reprimir- de dicho modo de ser viscero-pasional,
Aristóteles, por su parte, considerará que la evocación estética de la crueldad o el terror bien pudiera librarnos de tales excesos. En este sentido, la
catarsis, ya sea contemplada en su versión trágica o en cualquier tipo de rito religioso-esotérico, contribuirá sin duda, en su opinión, a purgarnos de esos sentimientos tan peligrosos para la colectividad política.
“
Afirmar la existencia de una idea –dirá Aristóteles en su “Ética Eudemia”- , no solamente del bien sino de cualquier otra cosa, es hablar de una manera abstracta y vacía... en segundo lugar, aun concediendo que existan ideas y, en particular, la idea de Bien, quizás esto no tenga utilidad en relación con la vida buena y las acciones”. Más que evidente la alusión directa a la filosofía de su maestro. Se desprende de lo anterior que
el bien no puede concebirse única y exclusivamente en la abstracción vacía de la especulación. Aristóteles es sabedor de que
el bien, en el marco ambiguo de lo humano, tiene que ser siempre (y necesariamente) puesto en relación con lo útil (ya lo vimos con Sócrates). Buscando, pues, distanciarse de los planteamientos idealistas de su maestro, Aristóteles apuntará a continuación una dicotomía clave: no es posible hablar de hombre virtuoso (o bueno) a secas, sino que es preciso distinguir
dos clases de virtudes: intelectual y moral. Se evidencia aún más si cabe cómo Platón “confundía” indistintamente una y otra a través de sus Diálogos. Por lo general, en ellos un sujeto era bueno o virtuoso si, y sólo si, “(de)mostraba” haber alcanzado intelectualmente –esencialmente- la Idea, y no cuando, aparentemente, parecía participar de ella. Con Platón, teníamos que uno era (o no) bueno en relación a su esencia, es decir, en tanto su alma estuviese pre-dispuesta a la contemplación de la Idea; por el contrario, con Aristóteles uno no es bueno o virtuoso, así, sin más, en la “pasiva” exclusividad del intelecto, sino que actúa (o no) justamente, siendo juzgada siempre tal acción conforme al contexto.
En resumen:
con la filosofía platónica asistimos a la creencia de que, racionalmente, es posible llegar a conocer las ideas en sí y, por ende, determinar de manera absoluta qué es bueno, qué es malo, etc. Esta misma idea, aplicada a las relaciones humanas nos llevaría a entender también que existe la
posibilidad real de conocer “esencialmente” a alguien (de acuerdo a la disposición de su alma). Sin embargo,
según Aristóteles, yo nunca estoy en disposición –nunca lo estaré- de conocer verdaderamente al Otro (su esencia), de saber, a ciencia cierta, si es o no bueno. Pero a cambio, rebajado el ideal: ¿no puedo al menos juzgar y valorar sus acciones sobre la realidad común que supone la polis? “
Practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la moderación, moderados y practicando la fortaleza, fuertes” – afirmará en su famosa “Ética a Nicómaco”.
La clave de todo: la diferencia entre ser y parecer. Sabemos del rechazo del mundo terrenal por parte de Platón, dado que es un mero reflejo del Mundo de las Ideas. Aquí las cosas parecen, pero no son realmente. Aristóteles diría: no debe importarnos si las cosas de aquí “abajo” son aparentes o falsas, pues no podemos aspirar a otro tipo de conocimiento. En cambio, sí que estamos en disposición de juzgar conforme a lo que vivimos, y siempre vivimos en colectividad. De esta forma, en lugar de empeñarnos en “atravesar” el alma de los otros para comprobar si lo que aparentan coincide realmente con lo que son, debemos esforzarnos por entender que las acciones humanas que “hacen” justicia tienen lugar en el espacio vital de la experiencia misma, en la relación politizada con los otros, allí donde mis actos (concretos) encuentran otros actos (concretos). Con esta justa delimitación
Aristóteles sublima, tanto la acción heroica –elitista e imperecedera-, como la platónica -abstracta y trascendental-, sometiendo así el obrar humano a su esencial finitud, marca fisiológica, en definitiva, de su íntima circunscripción a la vida. Y dicho esto, he de confesar que esta problemática podría encajar con tantos personajes y situaciones que casi me abruma dar nombres. Así, y por seguir un poco con los grandes eventos marvelitas y su rabiosa actualidad, ¿qué os parece si lo relacionamos con dos nombres de relieve como
Norman Osborn y
El Vigía en el presente evento de
Asedio? ¡¡¡No me digáis que con éstos no hay para rato!!! Ambos personalizan a la perfección en el universo Marvel actual esa dicotomía irresoluble entre
lo que es y
lo que parece ser.
Señores, se abre la veda.
P.D: Me reservo mis opiniones sobre lo propuesto porque, tras la extensa parrafada, creo que lo que toca es ceder el turno a los demás foreros... pero prometo ir colocándolas a medida que os animéis a comentar.
