Añado un primer texto que podría funcionar a modo de introducción al concepto de héroe. En el mismo trato de señalar dos ideas claves: a) como se construye la figura del héroe homérico; y b) como esa misma idea arcaica de héroe se vuelve insostenible en la nueva polis democrática de Atenas, idea que recoge Sófocles en sus dramas (Áyax, Antígona, Edipo rey…).
Sumergirnos en el análisis de lo que pudo suponer una suerte de forma primeriza de ethos (ética), cual fue la del héroe griego, pasa sin lugar a dudas por ser un ejercicio fascinante, atrayente a la par que enigmático, tan seductor como peligroso, pues es claro que las referencias que hemos heredado de aquel hipotético-fabulado mundo no son otras que las historias escritas, bien hablemos de la poesía épica de Homero, la genealogía hesiódica o la dramaturgia trágica de autores como Esquilo, Sófocles o Eurípides. Es por ello que, lejos de pretender aquí alcanzar profundidad al respecto –no es el lugar adecuado, desde luego-, vamos a intentar condensar a grandes rasgos toda esa vasta, amplia y riquísima literatura que compendia el universo ético del héroe antiguo –y más concretamente, por lo que a nosotros (europeos) toca, del héroe griego-.
Como afirma el historiador M. I. Finley refiriéndose a la sociedad homérica: “[…] los valores básicos de la sociedad eran dados, predeterminados por el puesto del hombre en la sociedad y los privilegios y deberes que se siguieran de su rango. Y tan es así que las estructuras claves van a ser las del clan y las de la estirpe. El hombre griego sabe quién es cuando conoce su papel dentro de tal estructura y, a su vez, hace suyo lo que debe al otro (a la sociedad, en definitiva) y lo que éste le debe conforme a su posición y rango. Por otra parte, así como para el hombre griego es imprescindible ser consciente de la posición propia dentro del conjunto para de esta forma obrar adecuadamente, también será esencial comprender qué acciones y disposiciones son requeridas para poner en práctica la lógica del deber y cuáles no alcanzan a lo esperado. Sea como fuere, lo importante aquí es enfatizar que, por encima de todo lo demás, la acción es lo fundamental. El hombre (el héroe griego) es siempre, y por encima de todo, aquello que hace (Norman Osborn, por ejemplo, no habría tenido esa “segunda oportunidad” que se le presentó en Invasión Secreta). La acción del héroe en la sociedad homérica determina radicalmente su ser, bien sea para ensalzar y afirmar su superioridad, bien para probar su cobardía y/o su fracaso (y por ende, la no-asunción de su naturaleza misma).
Por tanto, en esta tesitura, el héroe deberá probar en algún momento su areté (virtud). El ethos (la ética) no existe entonces como algo separado y distinto, algo abstracto, y esto lo podemos comprobar en repetidas ocasiones en los textos homéricos (Ilíada, Odisea), en los cuales las distintas referencias al deber siempre van definidas por un claro saber-qué-hacer (y su consiguiente saber-cómo-juzgar-la-acción). Si, como venimos diciendo, tenemos presente en lo que sigue lo referido con respecto a la figura del héroe homérico, habremos ganado ya muchos enteros con vistas a entender cómo las características que conforman y determinan la naturaleza de dicho personaje van a sufrir una radical –y trágica- transformación a través de la dramaturgia de Sófocles.
Si, en cierta manera, al héroe homérico se le ‘exigía’ que fuera excesivo, pues así lo requería el fragor de las batallas en las que ponía a prueba su areté (virtud) (pensemos, sin ir más lejos, en el Capi o Bucky en la II Guerra Mundial) esa misma hybris (orgullo) que se manifiesta, abierta y claramente, en las acciones, decisiones y manifestaciones de los personajes de Sófocles devendrá en la sociedad democrática ateniense algo digno de ser castigado duramente (tanto en el ámbito de los mortales, como en el de los divinos). Y es que esa misma hybris es precisamente la responsable de las guerras, conflictos y penurias que asolan el suelo ático, y de las que Sófocles es personalísimo y lúcido testigo. Por tanto, si personajes como Agamenón o Edipo no tienen sitio en la polis democrática no es porque se les niegue de antemano, o porque no se les reconozcan y alaben sus virtudes, sino porque ambos son incapaces de mantener-se dentro de los límites de una phronesis (prudencia) tan imperiosa, como forzosa, para alcanzar y mantener la paz en el seno de la nueva convivencia colectiva (caso del Vigía en la actual Asedio).