3º.- La etapa de Roger Stern y John Byrne. Aunque es una etapa muy corta, eso no quita que para mí sea una etapa con todas las de la ley; de hecho, tal vez por haberla leído en su día en las grapas de Forum, me parece una etapa brusca e inesperadamente interrumpida que te dejaba con ganas de seguir leyendo más. Y es una lástima que todo se acabase tan pronto, porque mi impresión personal es que el equipo formado por Stern, Byrne y Rubinstein podría haber alcanzado la misma fama y reconocimiento que el que en aquella misma época gozaron Claremont, Byrne y Austin.
Haciendo un poco de historia, Roger Stern llevaba más o menos un año como editor de la serie del Capitán américa cuando se le propuso hacerse cargo de los guiones de la serie tras la marcha de Roger McKenzie, quien para mi gusto en sus últimos números había elevado considerablemente el listón de su previo trabajo en la misma.
No se puede decir que Stern fuera aún un escritor demasiado reconocido cuando se hizo cargo de la serie, pero sus trabajos en la Masa y el Dr. Extraño habían demostrado que sabía perfectamente lo que se traía entre manos cuando trabajaba con un personaje. Además, su posición como editor de McKenzie y Buscema le proporcionaba un perfecto conocimiento de por dónde caminaba el Capitán América en ese momento, tras la aparente muerte de Sharon Carter en la saga del Dr. Fausto y el Capi de los años 50. Incluso, durante el crossover del Capi y la Masa que había formado parte de la saga de la Corporación, el propio Stern se había currado casi en su totalidad el número del Capi que continuaba directamente de la serie de la Masa.
En definitiva, no me extraña que le ofrecieran hacerse cargo de los guiones de la serie, porque sin duda era la persona más adecuada para el puesto.
John Byrne en cambio sí que era el dibujante de moda en aquel momento gracias a la pasada que entonces estaba llevando a cabo junto a Claremont en UXM, con la saga de Fénix Oscura en pleno apogeo. Cualquier cosa que tocase Byrne en aquellos años, suscitaba automáticamente la atención de los aficionados.
Lo cierto es que no fue Jim Salicrup quien pensó en Byrne como nuevo dibujante de la serie, sino que fue el propio Stern. En su último acto como editor del Capitán América, Stern le dio un telefonazo a su amigo y colega de antiguos fanzines para preguntarle si le interesaba ser el dibujante de la serie que iba a guionizar. Byrne aceptó de inmediato, no sólo por su buena relación con Stern y la posibilidad de trabajar por fin juntos en un proyecto serio, sino porque yo creo que en aquel momento las tiranteces que estaba manteniendo con Claremont le estaban empezando a hacer pensar en moverse a la búsqueda de nuevos horizontes.
El Capitán América de Stern y Byrne es sobre todo una actualización y una revisión del origen definitivo del personaje. Seguramente iba a ser mucho más que eso, pero dado el escaso periodo que ambos permanecieron en la serie, eso es básicamente lo que les dio tiempo a hacer. Y al hablar de revisión del origen del personaje, no me refiero sólo al número del 40 aniversario, sino a todas y cada una de las historias en que trabajaron juntos. En todas ellas se encuentra alguna referencia al origen o a la historia del Capitán América, o cuanto menos una pieza del puzzle que ambos hicieron encajar en el mismo.
Su primera historia fue la trilogía que presentó al Forjador de Máquinas, una historia que hoy me parece de tanteo para cogerle el ritmo al personaje. En cualquier caso, la historia del Forjador de Máquinas y el Hombre Dragón no sólo fue utilizada por Stern y Byrne para acostumbrarse a manejar al personaje, sino que además la utilizaron para conciliar el pasado establecido de Steve Rogers con el nuevo y contradictorio pasado que desde hacía un par de años había empezado a rondar por la serie con aquella saga de la sonda mental del Dr. Harding. Stern y Byrne arreglaban las cosas descubriendo que todo respondía a un proceso de implantación de falsos recuerdos por parte del gobierno americano, en vísperas del traslado a Europa del Capi y Bucky con el resto de los Invasores, a fin de evitar el riesgo de revelar cualquier posible secreto en caso de captura por los nazis.
Mirando al pasado, la saga servía además para recordar la existencia del primer escudo triangular del Capitán América, y de cara al futuro, aprovechaba para rellenar el vacío dejado por la muerte de Sharon Carter y presentar a Bernie Rosenthal, el nuevo interés amoroso de Steve Rogers, iniciando así una relación que DeMatteis desarrollaría en profundidad durante los años siguientes, hasta que Gruenwald se encargase de ponerle el punto y final cediendo su protagonismo a Iguana.
A continuación, el CA #250 presentaba una historia que ha acabado siendo muy simbólica para el personaje. En ella, el denominado Partido Populista quería presentar al Capitán América como candidato para la presidencia de los USA, apuntándose también al carro demócratas y republicanos. Como el propio Stern contaba en el prólogo de la edición recopilatoria yanquí (me parece que también se publicó aquí), aunque con un planteamiento totalmente diferente, la idea ya le había sido planteada por McKenzie a Stern cuando éste era el editor de la serie, rechazando Stern la idea. Meses después, al tratar el tema del número aniversario, el propio Shooter volvió a sugerírsela a Byrne y Stern durante una cena. Stern volvió a oponerse por no considerar que el Capitán América fuese alguien dispuesto a meterse en una carrera política, respondiéndole Shooter que precisamente de eso es de lo que podía tratar la historia. Supongo que cuando tu jefe te dice algo así, le acabas haciendo caso.
Así se acabó haciendo un número en el que la acción brillaba por su ausencia y nuevamente se hacía un breve paseo retrospectivo, esta vez a la infancia de Steve Rogers, se examinaba también el tema tanto desde su propio punto de vista como desde el de otros importantes personajes del Universo Marvel, y se concluía la cuestión de la única manera posible: las responsabilidades del Capitán América eran incompatibles con la dedicación que exigían los deberes del cargo presidencial de cualquier país.
El propio Stern, no obstante, se encargaría de reseñar dentro del propio número la idea original de McKenzie y Perlin que él había rechazado, a fin de dejar las cosas claras y no sembrar malos rollos.
Los dos números siguientes contaron con las apariciones de dos viejos villanos de Jack Kirby, Batroc y Mr. Hyde, aparte de tratar otra vez el origen del Capi, esta vez su reincorporación al Universo Marvel dentro del Av #4, con un estupendo homenaje inicial de Byrne a aquel trabajo de Kirby, puesto que estos dos números iban un poco de eso.
En esta historia me resulta destacable el conocimiento que ya en aquel entonces demostraba tener Stern de los personajes de la Marvel, algo que se vendría a confirmar de manera absoluta con el paso del tiempo. En mi opinión, Mr. Hyde le quedó muy bien, pero un personaje tan peculiar como Batroc, le quedó aún mejor.
Y claro, la minisaga de los Invasores es mi favorita de esta etapa y la que me hacía tener claro desde el principio que iba a escogerla. Al igual que Byrne, yo soy un fanático de los Invasores, una de esas series que pocos han leído y aún son menos los que tienen la fortuna de poseer los 19 números de Selecciones Marvel que Vértice publicó aquí hace más de 30 años.
Teniendo en cuenta los Vengadores, los Invasores podrían considerarse como la tercera serie en la que había aparecido el Capi tras el éxito de ventas de Englehart; una revisión de los tebeos de la Golden Age, con un dibujante totalmente "golden age" como era Frank Robbins, que se había montado Roy Thomas tras el Giant-Size Avengers #1 para establecer por fin un pasado oficial al Universo Marvel de la II WW.
Tanto en la PX y MTU con Claremont como en los 4F con Wolfman (por citar sólo un par de casos), Byrne se había caracterizado siempre por colaborar activamente en los argumentos de las series que dibujaba. Siendo uno de los grandes aficionados de los Invasores (acordaos por ejemplo de cómo 10 años después se trajo de vuelta a la Antorcha en los AWC y se montó el regreso de Spitfire y los Invasores en la serie de Namor), Byrne era consciente de que un trabajo de coherencia sobre los orígenes del Capitán América como el que ambos estaban llevando a cabo, quedaría cojo si no trataban su pasado con los Invasores. Comprendiendo perfectamente el planteamiento de Byrne, Stern se puso las pilas y el resultado fueron dos tebeos objetivamente magníficos.
Esta minisaga se pilla perfectamente aún sin haber leído nada de los Invasores, pero a mi juicio no se disfrutan todas sus implicaciones si no se conocen todos los datos de los protagonistas que aparecen en la misma.
Para pillarle toda la gracia a la historia, hay que remontarse a la primera aparición que tuvo lugar en los #7-9 USA de los Invasores de tres personajes que salen en ella, el Union Jack original, el Barón Sangre y Jacqueline Falsworth. Estos números se publicaron aquí en los nº 9 y 10 de Selecciones Marvel, y aunque son muy jodidos de conseguir porque los puñeteros primeros números de Selecciones nunca llegaron a salir saldados y siempre se vieron muy poco (a mí me costó sangre, sudor y lágrimas conseguirlos todos), no merece la pena pedírselos a Panini porque el canon estético de Robbins no se vendería hoy un pimiento y lo único que conseguiriais es que Panini se cerrase más en banda a la hora de publicar clásicos. Iros directamente a las reediciones USA.
Volviendo al tema, en estos tres números se contaba como Montgomery Falsworth había sido el favorecido con la fortuna y el título familiar, mientras su hermano John se convertía en un buscafortunas que tropezaba con Drácula en Transilvania y se acababa transformando en un vampiro. John Falsworth acabaría trabajando para las tropas del Kaiser en la I WW al tiempo que su hermano Montgomery adoptaba el manto del primer Union Jack para detenerle. Aquella era la maldición de los Falsworth que constituía el eje de la saga que se montaron Stern y Byrne.
Ya en la época de la II WW y con el Barón Sangre trabajando ahora para la Alemania nazi, durante la estancia del Capi y los Invasores en la mansión de los Falsworth para preparar la ofensiva europea, John Falsworth regresaba al hogar familiar haciéndose pasar por su propio hijo y mordía a su sobrina Jackie, vampirizándola.
La única solución para salvar la vida de la chavala resultaba ser una transfusión de la sangre de la Antorcha Humana. Al mezclarse la sangre del androide con la infección vampírica, Jacqueline no sólo salvaba la vida, sino que adquiría una velocidad sobrehumana que la llevaba a convertirse en Spitfire e ingresar en los Invasores (#12 USA). Me imagino que al volver a recordar este origen del personaje, habrá aún más gente que coja ahora el punto de homenaje que tuvo el renacer de Spitfire en el mismo número de Namor (el #12 USA), y que también se entenderán mejor todas las implicaciones de la trama con Drácula que Paul Cornell se ha montado recientemente en el Capitán Britania y el MI 13.
Cuando Stern y Byrne se montaron el regreso del Barón Sangre y la rama inglesa de los Invasores, presentaron la situación de los Falsworth treinta años después de la II WW y con un Capi exactamente igual a cómo era cuando todos ellos habían luchado juntos en aquella época. Montgomery aparecía ahora anciano y en la silla de ruedas en que había quedado tras el enfrentamiento con su hermano. Su hijo Brian, el segundo Union Jack, había fallecido en un accidente, mientras que Jackie había perdido su supervelocidad y ahora era mucho mayor que Steve Rogers. Para los vampiros sin embargo no pasaba el tiempo. El Barón Sangre al que todos creían muerto desde el último número de los Invasores, había regresado de la muerte y rondaba nuevamente por la mansión de los Falsworth, siendo el anciano Union Jack el único seguro en saber lo que estaba sucediendo y decidía llamar al Capi para detener nuevamente a su hermano. Esta sería también la primera aparición de Joey Chapman, quien acabaría siendo el tercer Union Jack.
La historia acababa siendo una mezcla acojonante de superhéroes con el género de terror, con un emotivo y trágico final que yo creo que llegaba perfectamente a todos los que se lo leían. Además, personalmente, me parece una de las mejores historias que ha dibujado Byrne en toda su carrera, y eso, hablando de Byrne, me parece decir mucho.
El número final de Byrne y Stern me parece también otra pequeña joya. Fue el número del 40 aniversario del personaje y suponía la culminación de toda la labor de reconstrucción histórica del personaje que ambos habían llevado a cabo hasta entonces. La historia tenía como fondo una versión completa y pormenorizada del origen del Capitán América narrada por el propio Rooselvelt mientras leía su expediente. Entre otras muchas cosas, en ella se narraba además la entrega al Capitán América de su clásico escudo circular y se aclaraban las discrepancias entre el profesor Erskine como creador del suero del supersoldado y el científico llamado Reinstein que había aparecido junto a Rogers en el momento de su transformación.
Y con esta historia se acabó todo. Las cuestiones económicas (Salicrup les iba a levantar a Stern y a Byrne una prima económica metiéndoles un fill-in de relleno) se mezclaron además con las editoriales (Shooter había decidido una política de números unitarios cuando la siguiente saga de Cráneo Rojo que Byrne y Stern tenían pensada iba a constar de tres) y los dos decidieron abandonar al unísono la serie.
A pesar de su efímera duración en el tiempo, esta etapa estableció en mi opinión muchas de las bases de las que viviría años después el Capitán América con DeMatteis y Gruenwald. Es más, la práctica totalidad de ellas constituyen el canon histórico por el que el personaje continúa rigiéndose en la actualidad, razón más que suficiente para escogerla como una de las etapas fundamentales del personaje. O al menos, una de las que a mí más me gustan.
Y ya seguiremos otro día, cuando se pueda.