Muy de acuerdo con lo de la brecha. Generalmente se genera en la adolescencia, cuando están construyendo su identidad. Matizo un poco, a riesgo de escribir un ladrillazo (mis disculpas de antemano).
Creo que la desconexión generacional no siempre surge porque los hijos rechacen a los padres, sino porque muchas veces las conversaciones importantes llegan demasiado tarde. La escena en la furgo, con los padres y la hija buscando en Spotify la canción de Take That, lo ilustra perfectamente: para los padres, es un recuerdo hermoso, una historia de amor que los define; para la hija, en cambio, es solo una canción vieja y una situación incómoda. No es que no le importe su historia, pero al recibirla en plena adolescencia, cuando su identidad se construye en oposición a sus padres, la reacción natural es marcar distancia.
Quizá si esa historia se la hubieran contado cuando era niña, la habría recibido con ternura, porque a esa edad los niños sienten curiosidad por la vida de sus padres y la ven casi como un cuento. Pero en la adolescencia, ese vínculo ya no se basa en la admiración, sino en la necesidad de diferenciarse. Por eso, estas conversaciones deberían llegar antes, cuando aún hay espacio para compartir sin la barrera de la vergüenza o la desconexión. No se trata solo de contar historias, sino de buscar el momento adecuado para que que fomenten una verdadera conexión.
Muchas veces son los pequeños detalles los que forjan una relación padre-hijo, y a menudo, sin darnos cuenta, causamos daño. El chico confiesa a la psicóloga que su padre se avergonzaba de lo malo que era jugando al fútbol. "Mi padre apartaba la mirada". Esa pequeña acción, aunque parece insignificante, hace que el niño se frustre. El círculo se cerrará en el siguiente episodio, cuando el padre, con pesar, recuerde cómo apartaba la vista. "Pudimos hacerlo mejor".
El ejemplo del hijo del policía es demoledor: "Nunca me llamás hijo. A los demás sí, a mí nunca". Ahí está todo. No se trata solo de palabras, sino de lo que se da por hecho. Los padres muchas veces creemos que el afecto está implícito, que su rol habla por sí solo, pero no. Los críos necesitan escucharlo, verlo, sentirlo. Y lo de las patatas fritas es otro ejemplo perfecto: el hijo accede a comer con su padre y sugiere unas patatas en un chino que él conoce. Parece un razonamiento ilógico, ¿no será mejor ir al burger? Pero le da una razón lógica: la salsa. Pequeña cosa, pero enorme en lo que implica. Escuchar, dialogar, no dar por supuestas las cosas.
Y luego está la culpabilidad, ese "pudimos hacerlo mejor" del que hablaba antes. Ahí hay verdad, porque es el reconocimiento sincero de que algo se hizo mal. El "lo siento mucho" del padre mientras besa el juguete de su hijo no es solo por lo que se le viene encima al adolescente, sino porque sabe que pudo hacerlo mejor como padre, que pudo haber hecho algo distinto. Eso es lo que duele. Ahí está la verdadera tragedia.
Y lo que hay que remediar, sellando la brecha antes de que sea demasiado profunda.