He terminado
Palomar 
Qué puta maravilla.
Me ha tenido enganchado desde la primera viñeta. Todo con una narrativa aparentemente sencilla en su esencia y que, paradójicamente, es inusualmente compleja, revelando, ya desde sus primeras páginas, una profundidad inesperada.
Fíjate si me ha enamorado la obra que llevo un rato dándole vueltas a la frase que quiero escribir, porque no sé si definir
Palomar como el pueblo donde lo extraordinario se convierte en cotidiano o donde lo cotidiano se transforma en extraordinario. Hay realismo mágico por todas sus costuras. De hecho, no sorprende que se cite "Cien años de soledad" y a
García Márquez en sus diálogos.
¡Y qué bien plasma
Beto Hernández la humanidad, sus debilidades y su amor por la vida! Es conmovedor ver a los personajes caer en los mismos errores e inquietudes que cualquier ser humano, para luego saltar a tumba abierta y disfrutar del momento como si no hubiera un mañana: la felicidad ante el aluvión de babosas, el embarazo deseado y el fantasma de una bruja dentro del árbol triste, junto al loco de la calle declarando su amor.
Es toda esa mezcla de lo universal y lo más íntimo, con su toque de imaginario fantástico, lo que hace de
Palomar una obra tan emotivamente cercana.