Es que, qué bonito es cuando un fragmento así se queda a vivir en un rinconcito de tu mente. Hay algo tan sencillo y tan grande en esas conversaciones...
Esa manera de pedir que le cuenten de nuevo la historia, como un peque queriendo disfrutar un poco más, no solo del cuento mil noches contado, sino también del cariño en la voz y de la compañía de los padres.
Y bueno, esa esperanza tímida, esa chispa ciega de creer que la historia todavía puede escribirse, que no está todo perdido, que aún hay un mañana.
En el segundo volumen se echan de menos esas conversaciones, pero se suple perfectamente con la aparición de Veratta.