He leído
Daytripper de Fabio Moon y Gabriel Bà.

Esta maravilla no se lee ni se visualiza. Se despierta.
Tiene vida propia. Por sus venas no fluye tinta, sino tiempo. Y no es un tiempo lineal, sino un presente variable que se arremolina alrededor de un hombre que muere muchas veces, y que, con cada muerte, renace distinto.
Daytripper no es la historia de
Brás de Oliva Domingos, sino todas sus historias posibles.
Cada capítulo es una despedida y un reencuentro. Vives sus amores perdidos, los que ni siquiera comenzaron y los que permanecen. Sientes la transformación de los padres en dioses, luego en hombres y luego otra vez en dioses. Y, ¡oh, pequeño milagro! Los hijos que llegan para que tú también seas dios, aunque eso conlleve la rendicion final cuando asumas que ya no te necesitan.
La narrativa de
Moon y
Bá es portentosa, de una naturalidad que abruma. Dibujo y palabra se dan la mano y bailan sin esconderse. Algunas planchas te hacen temblar. Otras renacer.
Los colores amables de la vida se rompen con estallidos rojos de muerte de forma natural, mezclando sentimientos en una macedonia perfecta. Los dibujos te hablan en silencio desde los ojos de ella o la sonrisa de él. Las palabras sobran frente al humo de un cigarro de madrugada o un café que se enfría. Qué bien saben donde poner la viñeta que duele, la frase que mata.
Da igual, porque entre esta plegaria de papel que construyen los gemelos, la muerte no es un final. Solo es una mariposa que aterriza en el pecho del lector y lo deja sin aliento, porque nos recuerda sin estridencias que vivir es dejar maletas por el camino, que la pérdida es inevitable y que algún día nosotros seremos esa maleta a la que lloran los que aún viven.
Y entonces cierras el comic como quien cierra los ojos al final de una canción. Con la esperanza de contener el agua callada que quiere hablar. Con la certeza de que, en algún lugar, Brás sigue escribiendo. Y muriendo. Y naciendo otra vez.