He leído Marvel Limited Edition El Hijo de Satán.
Poco a poco voy consiguiendo leerme los tomos de esta línea que se me han ido acumulando en los últimos meses. Y la verdad es que me ha parecido que este mes era el más adecuado para leer algunos de los volúmenes dedicados a los personajes de terror del Universo Marvel. En esta ocasión, le ha tocado el turno a Daimon Hellstrom, un personaje que surge de nuevo inspirado en el auge de ciertos libros de bolsillos sobre ocultismo, parapsicología y todo lo relacionado con lo sobrenatural. Al final se incluye un interesante artículo sobre la reunión que sirvió para su creación, quizá demasiado en tono jocoso, pero que nos sirve bien para ver como se generaban algunos personajes y series a rebufo de ciertas modas o tendencias dentro de la industria del entretenimiento. Aunque yo creo personalmente que el Hijo de Satán queda influenciado, entre otras cosas, por la famosa película del Exorcista, en realidad hay un poco de todo. Y digo esto, porque hay un episodio del serial de Marvel Spotlight que recuerda mucho a la película, con un caso que se inicia precisamente con la posesión de una niña en su cuarto llamada Melissa, y que acaba generando una aventura al más puro estilo Marvel. Sea como sea, no cabe duda de que el terror en los setenta estaba de moda y así nacía un nuevo personaje del Universo Marvel.
Independientemente del papel que juegan los incombustibles Roy Thomas y Stan Lee en cualquier aspecto creativo de aquel momento, los primeros pasos del personaje recaen sobre los hombros de Gary Friedrich, que aprovecha ser el guionista del Motorista Fantasma para introducir en el arranque de la serie regular de Johnny Blaze nada más y nada menos que al Hijo de Satán. Presentado como un exorcista especializado, un papel que será una constante en toda su trayectoria, acudirá en la ayuda del Motorista contra Satán, su propio padre. Algunos aspectos que me llaman la atención es como en la presentación de Daimon, se le otorga una transformación que llega con la noche, y que como si de un Hombre Lobo se tratara, el propio Daimon intenta evitar, para no dejar salir la parte oscura de su alma. Poco a poco, a media que se va desarrollando el personaje todo esto irá desapareciendo, en beneficio de alguien un poco más equilibrado, que si bien es cierto que tiene una parte diabólica, nunca mejor dicho, es su parte humana y el amor por su madre el que lo impulsa hacia el lado del bien, intentando luchar por el mal que hace su padre en la Tierra. De ese modo, en la Casa de las Ideas se sacan de la manga un personaje bastante original de un concepto que va quizá un paso más allá de la famosa película "La semilla del Diablo", el film de Roman Polanski estrenado en 1968.
Como concepto, debo decir que no solo es original, sino también interesante. Principalmente, porque ese trasfondo de familia distópica con un trágico pasado encaja muy bien dentro de las creaciones del Universo Marvel. Hijo de una humana que tuvo una relación con Satán sin que lo supiera, y hermano de Satana, quién a diferencia de él sí que abrazó las enseñanzas de su padre y se convirtió en una súcubo, son una serie de elementos que dan como resultado un cóctel bastante interesante. Sin embrago, Friedrich creo que no termina de dar con la tecla, y durante los primeros compases del serial de Marvel Spotlight la serie no termina de arrancar. Sin embargo, con la llegada de Gerber, Daimon va cogiendo cuerpo, se rodea de un escenario y una serie de secundarios interesantes, incluida un a reputada profesora de parapsicología que vive algunas de sus aventuras con él, rompiendo todo su escepticismo científico, así como una serie de enemigos recurrentes como la Legión de Nihilistas, provocando una confrontación entre la fé en la Nada y las propias creencias de Daimon, que curiosamente se acercan más al catolicismo que a la demonología. Gerber, además, emplea mucho el simbolismo, se nota que se documenta muy bien sobre temas sobrenaturales, consiguiendo con resultado positivo esta combinación de superhéroe y exorcista, que se enfrentará a todo tipo de demonios y seres ultraterrenos, así como a su propio padre.
No obstante debo admitir, que mi sensación constante a lo largo de este tomo es que cada guionista que llega explora las ideas que tenía en mente y se va. Gerber es quizá el que mayor posibilidades extrae del personaje, además de estar más tiempo que otros, estableciendo algunas pautas que se acaban repitiendo. Las transformaciones de Daimon dejan de ser dolorosas y traumáticas, sino más bien una manifestación de su poder infernal, que emplea para el bien. El símbolo de su pecho girará levemente para que esté relacionado con Baphomet y establecerá cierto equilibrio entre el terror y el género de superhéroes, con un grupo de secundarios bien construido. Pero, sobre todo, uno de los aspectos más interesantes estaría en la fase final, con una saga que nos llevaría por el camino del autoconocimiento, una nueva demostración del intento del guionista por hacer evolucionar al personaje a todos los niveles. Una historia cargada de esoterismo y simbología, así como de algunas referencias, que tendría que culminar en compañía de Mike Friedrich. Por el contrario, Claremont cerraría el serial con el conflicto familiar entre hermano y hermana, profundizando un poco más en los orígenes de ambos.
Curiosamente, con la llegada de la serie regular, que solo se prolongaría durante ocho números, llegaría un nuevo guionista, John Warner, que daría un cambio interesante al personaje, volviendo sus aventuras un poco más oscuras. También se cambiaría de escenario, añadiendo nuevos secundarios, entre los que se incluyen una desconocida por aquel entonces Amanda Sefton, que acabaría en las manos de Claremont pocos años después. Warner realiza historias mucho más sofisticadas. Aunque Gerber siempre es interesante, y sabe añadir trasfondo a sus guiones, su trabajo con Daimon me ha parecido de los sencillos que hizo en la época, sin dejar de ser un buen trabajo. Sin embargo, Warner me recuerda mucho a lo que haría Warren Ellis en los noventa con el personaje, buscando su lado más sórdido y oscuro, aunque de una forma más light que el británico. Seguramente, la presencia de dibujantes como Sonny Trinidad o Craig Russell, que dotan a sus dibujos de muchos sombreados, influye bastante, pero la verdad es que el escritor va un poco más allá del simple exorcista que acude cuando alguien tiene un problema de posesión y presenta una situación inversa, o una amenaza de origen sobrenatural que nos lleva a un Infierno en la Tierra inminente.; una profecía que nuestro protagonista debe detener a toda costa. De ese modo, nos introducimos en una trama que nos lleva por todo tipo de escenarios, con criaturas horripilantes y que mezcla el esoterismo, la simbología y los dioses del Antiguo Egipto. Una combinación un poco extraña, para qué negarlo, pero que nos lleva por una lectura interesante, diferente a la habitual y, por qué no decirlo, algo inesperado.
Para rematar, tendremos un episodio de Bill Mantlo, que fue un poco más allá y trabajó en una historia que transcurre en la Navidad, en la cual asistimos a lo que después se revela como un sueño o pesadilla de Satán. Pero lo realmente interesante es como el guionista establece ciertos paralelismos entre Jesucristo y Daimon, llegando a suprimir una página completa el cómics Code Authority, en la que el Hijo se Satán sufre el mismo martirio que Jesús de Nazaret. Parece que nadie se iba a escandalizar porque el hijo del Diablo protagonice una serie, pero ciertas escenas religiosas mejor no tocarlas. En fin, las cosas que se censuran a veces... También me parece reseñable la presencia del Infierno del Bosco, del famoso cuadro de El Jardín de las Delicias, en una referencia de Mantlo que me ha sorprendido bastante. Hay que decir que no me esperaba un cómic así de este escritor. Por otra parte, el apartado gráfico es algo irregular. La presencia de Herb Trimpe es lo que tiene. No quiero ni pensar la experiencia traumática que tendría que tener un lector de aquella época atraído por las portadas de Gil Kane y Romita en su mayor parte, para después encontrarse con Trimpe, que aunque como narrador es bastante bueno, en otros aspectos es bastante pobre, siendo amable. Sea como sea, por estás páginas pasan artistas que ejemplifican un poco lo que era la Marvel de los setenta: Sal Buscema, Jim Mooney y Gene Colan. Afortunadamente, Trimpe se va pronto, por lo que esto es lo que podemos encontrar mayoritariamente en el cómic. Autores solventes, y grandes profesionales de la marvel clásica. En la parte final, destaca Sonny Trinidad y Craig Russell, así como un episodio dibujado por Russ Heath, lo que nos lleva a un estilo gráfico muy diferente, menos superheroico y con tintes más propios del género de terror y los superhéroes. La narrativa es también más arriesgada, con composiciones de páginas interesantes, en la línea y tono de las historias que propone John Warner, un trabajo en el que estoy seguro que se fijó Warren Ellis para su posterior serie en los noventa.
En líneas generales, debo decir que el tomo me ha gustado. Ha tenido algunos altibajos de interés, pero poniéndolo en una balanza creo que me decanto más por lo positivo que por lo negativo. Tengo que decir que como concepto no está del todo bien aprovechado, y que quizá le falta un poco más de profundidad. Hay un buen desarrollo de personajes y protagonista, gracias principalmente a Gerber, pero le faltó ahondar un poco más en la familia distópica, la dicotomía religiosa y en otros aspectos del esoterismo. Otros lo intentan, pero al final se van por otros derroteros. No es una etapa todo lo redonda que podría haber sido, pero a pesar de todo ha sido una lectura interesante y entretenida. Creo que los aficionados al género la pueden disfrutar perfectamente.