Pero es que más allá de ser importante para el personaje, hizo cosas que hasta entonces no se habían hecho en Marvel.
¿Pero en qué, Adam?
¿Criticar al estamento político?

¿O utilizar las viñetas como método de denuncia ante la segregación o la corrupción?

¿En retratar la realidad del momento y posicionarse?

Por supuesto que no fue el primero. De hecho, considero que solo hay que comparar la primera escena que adjunto con esta otra:
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Para comprender dónde estriba la diferencia del tratamiento de la política en una y otra historia.
En la historia de Bullit, donde Lee critica duramente al estamento político (al político sin escrúpulos y nula capacidad para el bien común, la justicia, y cualquier cosa que no sea el lucro personal por cualquier método disponible; los problemas raciales y el abierto odio hacia la población afroamericana; la manipulación mediante el terror a "los superhéroes" (extranjeros, jóvenes, intelectuales), hay una historia potente, de la que parte una trama con multitud de ramificaciones que potencian las caracterizaciones de los personajes habituales, posicionando su integridad y forma de descifrar el mundo.
En la historia de Englehart, hay una trama resuelta EN UNA PÁGINA final, de forma velada, muy poco osada, incompleta, y con un tratamiento completamente superficial que no deriva de la historia principal, sino que enlaza. Es, simplificando, el típico caso de Scooby Doo en el que el malo se descubre en el último suspiro y suelta una perorata sobre sus motivos (que aquí se vislumbran de forma escueta y precipitada, amén de poco creíble). La alegoría está bien (mucho mejor en el siguiente número, el 176, en el que sí hay una reflexión del Capitán América y la exposición de unos ideales), pero la forma de llevarla a cabo es infantil y accesoria.
Al final, la gran diferencia radica en que Lee teje una trama real y expone unas ideas sobre la mesa, con un buen conjunto de personajes y lazos fuertes y creíbles entre ellos. Los guiones de Robbie, Bullit, Jonah o Peter son oro en esas historias, donde sin alejarse del género superheroico y el tono divertido y grandilocuente de Lee, consigue una crítica depurada que encaja en el tono de las historias como un guante, mientras que Englehart,
construye un púlpito en dos páginas y sube al Capitán América para que dé una charla sobre qué es América y el patriotismo o el gobierno y sus ciudadanos. Hay una gran diferencia entre ambos caminos, puesto que en uno el discurso está al servicio del mensaje (el texto es secundario al contenido), y en el otro, ambos aspectos potencian al otro de forma recíproca.
Dar un megáfono a los personajes puede ser interesante, pero cuando se hace, o se sabe hacer con delicadeza y una urdimbre narrativa de cierta potencia (Claremont en God/Man) o el mensaje moralista queda maniqueo, incompleto, superficial, y accesorio.
No es lo mismo pegarle un puñetazo al Presidente del Gobierno (el que sea) y partirle la cara a sus esbirros utilizando el código más plano de la golden y la silver age, que enfrentar al Banco Mundial Internacional a las vidas que ha destruido y la inmoralidad de sus actos mediante una demanda colectiva y una representación en la que el personaje pone su imagen al servicio de una causa.
A puñetazos se arreglan muy pocas cosas en esta vida.
El Capitán América de Englehart, si bien se lee con agrado y es un cómic entretenido con un (pequeño) plus, no tiene la capacidad ni la intención en ningún momento que hacer otra cosa que chapotear en temas mucho más complejos y dimensionales de forma superficial y un tanto infantil.