Parte 6: Cassidy
Llegados a este punto de la historia, me apetecía ya hace unas cuantas páginas detenerme en Cassidy.
Un cabrón de buen humor, que vive la vida al día, borrachuzo, irlandés y que resulta que bebe sangre.
Puede que Cassidy sea uno de los ejemplos de vampiro más interesantes que yo haya visto. Y para bueno o para malo sé bastante sobre el tema.
Me pilló en plena adolescencia; no sé qué me dio, pero a mí que nunca me habían interesado demasiado los mitos románticos de los grandes monstruos, me asaltó una inquietud continuada y creciente hacia esos seres con colmillos.
Tendría unos 16 años (Ha llovido la hostia
), y del proverbial Bram Stoker, pasé a Anne Rice, que durante muchos años fue lo más parecido que tuve a una musa. Leí todas sus novelas, con ese afán que te da la adolescencia y que creo que nunca se recupera, porque a ver con que cara me leo yo 20 libros del mismo tío hoy día. Vamos, ni de coña. Tanto, que diría que a día de hoy, la señora Rice sigue teniendo el dudoso honor de ser la escritora que yo haya leído más.
En fin, lo mucho cansa. Yo venía de Sangre fresca, de Jóvenes ocultos, de la propia Entrevista con el vampiro, de Drácula y etc, etc. Un largo catálogo de cine, con monstruos torturados o jóvenes rebeldes, a los que se sumó toda una literatura colmillar. Pero con el tiempo, fueron demasiadas páginas y demasiado leer sobre lo mismo, y como todo en esta vida, pasó.
De hecho, es curioso que hablemos de Cassidy, porque todo este rollo del cielo, el infierno, el diablo, dios y los vampiros, se parece un huevo al quinto libro de aquellas crónicas del carismático Lestat, Mnemoch el diablo, que es una suerte de revelación divina para colmilludos.
Bueno, la cosa es, lo que realmente quería decir, es que Cassidy es un vampiro de lo más original, hasta el punto que creo que sobresale por méritos propios dentro del imaginario colectivo.
Y no deja de tener gracia que un personaje así haya irrumpido en mi lectura justo este mes, metido en un proyecto que trata precisamente sobre sus congéneres, cuando creía haber dicho y leído todo lo que tenía que decir o leer sobre esta gente.
Pero Cassidy mola.
Su concepto queda muy cerquita de aquella peli del Kiefer, con chupas de cuero, peinados punks, pendientes y jóvenes contraculturales. Es un vampiro diferente, joven en sus formas y alejado de casi cualquier tipo de cliché del género, excepto los más esenciales.
Si antes hablábamos de la amistad, y de lo próximos que están Jesse y Cass, como demuestra que este último le revele su origen en una acertada parábola política y fantástica de sello irlandés, en los números inmediatamente posteriores, que juegan a ser un acercamiento interior a los personajes de Cassidy y Tulip, vemos que no todo es tan idealizado como puede parecer en un principio.
La novia de un colega. La santa pareja. Tema espinoso, más cuando una pareja como Jesse y Tulip toma visos de convertirse en un ideal ante el lector, una constante que no puede ser profanada o rota.
Pero Cass es al final demasiado humano.
¿Falta de respeto? ¿Un error sin importancia?
Bueno, elijan el camino que elijan los personajes, no cabe duda de que Ennis ha sido un tío listo añadiendo esta variable a la ecuación matemática de la amistad.
Veremos que da como resultado.