Sobre los bocadillos de Claremont... formaba parte de su estilo, o lo tomas o lo dejas. En aquella época era la manera de hacer cómics, como ahora lo es no poner un solo globo de pensamiento o el decompressive famoso.
Él explicaba mucho, describía mucho, y sabías lo que se le pasaba por la cabeza a los personajes: qué sentían, la razón por la que actuaban... sí, había mucho texto, y a veces superfluo si eras lector habitual (si te incorporabas nuevo estaba genial que te describieran por enésima vez los poderes de Lobezno). También estaba bien tardar en leer un cómic más de tres minutos.