Todo eso es obvio. A mí me da una pena inmensa no dominar 6 o 7 lenguas, porque sé que siempre dependeré del señor que sí las conoce y de su interpretación.
Es una tragedia humana, sí, estoy de acuerdo. Pero como he mantenido varias veces; os quejáis solo de una pequeña parte, porque el drama no es ni mucho menos exclusivo del cine. Es decir, si quiero leer Noches Blancas, o me pongo a aprender ruso o me jodo con la traducción. No queda otra.
Y claro que hay diferencia. Si un escritor escoge unas palabras, y no otras, si diversos idiomas (el árabe, por ejemplo) no tienen una construcción semántica semejante a la nuestra y las traducciones son más bien interpretaciones, es innegable que a nosotros va a llegar un producto impuro, alterado.
Pero repito; no queda otra. O eso, o aprender idiomas. Y no solo el inglés.
La omnisciencia es jodida
Y para beber de la fuente, para quitar todas las muletas, hay que aprender mucho.
El otro día vi "La cena de los idiotas" en versión original. Y que delicia. La versión doblada, simplemente, es imposible que alcance la frescura, los juegos de palabra y la hilaridad de la versión original. Es materialmente imposible.
También estuve viendo el otro día la versión original de los Vengadores; gané en voces como la de Thor o Loki, cierto, pero perdí los matices de la genial reinvención del doblador de Robert Downey Jr. Prefiero la voz patria, por mucho. Igual con Samuel L. Jackson, al cual le falta un registro más grave, y le sobra ese acento de jerga callejera del Bronx que se supone que un director de un organismo internacional no tiene. Prefiero a su doblador.
Y el otro día, leyendo a Chuck Palahniuk, casi me echo a llorar ante un ataque de pánico. No porque la traducción fuese horrible -es bastante buena- sino porque tuve una revelación, que consistió en que estaba leyendo a otra persona, que la construcción semántica original no siempre habría sido respetada (es imposible) y que el tono o el estilo dependería en gran parte de la pericia del traductor. Y es que es tan fácil alterar la armonía de un texto... que me fue imposible no pensar en cuando yo escribo, y en como me horrorizaría que alguien me tradujera cambiando el estilo o el sentido de algunas imágenes o escenas que quizás el traductor no llegara a comprender y no supiera transmitir en su versión.
Por eso, entre lágrimas y alegrías, entre versiones originales, traducidas, dobladas, y diversos usos de distintas lenguas, vuelvo a repetir cabezonamente la misma canción; a veces sí, a veces no.
La única solución es alcanzar un estado de sapiencia máxima y saber ruso, francés, árabe, alemán, indio y japonés. Pero como eso es imposible, cómo jamás sabré todos los idiomas del mundo, y no podré leer o ver en su idioma original libros y películas sin las muletas de la traducción (ya sea doblada o escrita) me habré de conformar y seleccionar dependiendo del caso.
En estos temas, entiendo que hay un deseo (quisiera entender ese idioma), una frustración (jamás podré dominarlos todos), y una aceptación (necesito las muletas de una traducción y/o doblaje).
Porque repito, el que se crea que leyendo unas palabritas escritas en la pantalla, absorbe la esencia pura de la obra que contempla; sueña. Y que no lo despierten.
¿Que los subtítulos adulteran menos que el doblaje? Sí, pero ya seleccionaré cuando quiero quedarme perdido, y cuando me tiraré al río. Porque una vez adulterado, la obra original se pierde.
Lo dicho; yo también quiero ser dios.