Bueno, y siguiendo con las impresiones, ayer leí el
Capítulo 2; esto mejora por momentos. Un breve recorrido por la vida de William Gull, desde su infancia hasta su vejez, pasando por todos los hitos: estudios de medicina, ingreso en la masonería, formación de su propia familia, amistad con James Hinton, encuentros con la reina Victoria (vaya bicho que es la señora, por cierto)... ¡y hasta encuentro con John Merrick, "el Hombre Elefante"! (ay, qué maravillosa es la película de mi querido David Lynch).
Es increíble la capacidad de Moore para describir una personalidad a partir de breves pinceladas, con sutileza, sin necesidad de hacer subrayados en sus textos y diálogos. Por ejemplo, una frase que funciona como
leitmotiv en este capítulo es la que dice Gull cuando, al oírlo reír o gemir por lo bajo, alguien le pregunta "
¿Has dicho algo?", a lo que él siempre contesta: "
No, solo carraspeaba". Pues bien, esta frase, que en la conversación inicial con su padre no tiene mayor importancia, adquiere una resonancia realmente sórdida en la escena en la que se acuesta con su mujer en la noche de bodas, presuntamente la desvirga y, con mucho dolor, la hace sangrar. Cuando su mujer le pregunta: "
¿Te he incomodado, esposo mío? Me ha parecido que gemías", y él contesta: "
No, solo he carraspeado", nos damos cuenta de cómo Gull ha disfrutado del dolor de su mujer.
Sorry but you are not allowed to view spoiler contents.
Su perfil psicológico se va definiendo a lo largo de todo el capítulo; muy significativa es también la frase que le espeta a John Merrick nada más conocerlo: "
Santo Dios. Sr. Merrick, es usted el ser humano más horriblemente deformado que me he encontrado en la vida. Es un gran privilegio conocerle". Queda claro no solo que no tiene empatía ninguna hacia las otras personas, sino que siente una inclinación, rayana en la fascinación, hacia lo grotesco, hacia el lado oscuro de la vida. Más de lo mismo cuando le dice a un paciente que le pide palabras de consuelo que su enfermedad no tiene remedio, que está desahuciado sin ningún género de duda.
El final del capítulo, con ese fundido en negro que deja a nuestra imaginación la intervención quirúrgica a la que someterá a la pobre Anne Crook, me ha parecido un momento brutal, firme muestra de que el horror, en no pocas ocasiones, cala más profundamente en el lector cuando el autor sugiere que cuando muestra explícitamente.
Por último, conviene recalcar el acierto de Moore de no mostrar el rostro de Gull en las 31 primeras páginas del capítulo, generando una expectación creciente por ver el rostro del ser depravado al que acompañaremos durante todo el cómic. Es solo en la última página cuando vemos un retrato frontal del ya anciano William Gull.