En mi jornada más lamentable, en mi noche más oscura, mi gran caída a los infiernos, la balanza rota, sin justicia ni razón, arrastrándome por el fango de una miseria hasta ahora desconocida y esquivando a duras penas las pisadas de equipos con los que ni siquiera me había cruzado jamás en la tabla...
Solo un milagro podía salvarme. Un acto de fe total y absoluta. Fe capaz de imponerse a las mismas deidades.
Y como no podía ser de otro modo...
