He leído Conan Rey Vol. 11.
Planeta coge carrera para finiquitar las distintas ediciones del cimmerio y mientras yo intento seguir el ritmo de publicación infernal, después de haber estado años en autentica sequía. Quizá aquí vendría bien aquello de "no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde". Sea como sea, con este volumen llegamos al final de una de las principales cabeceras de Conan, que consiguió alcanzar nada más y nada menos que 55 entregas. Más allá de esa sensación triunfal que tiene uno cuando acaba una colección, la verdad es que este tramo final me ha parecido bastante descafeinado. Jim Owsley pasa olímpicamente de la etapa de Don Kraar y tenemos prácticamente un retroceso de varios años tanto en la colección como en el desarrollo del cimmerio y su familia. Por si fuera poco, Owsley se empeña tanto en borrar de la existencia lo anterior, que no para de añadir citas y comentarios a hechos ocurridos hace 20 números, lo cual en muchas ocasiones solo sirve para sacarte un poco de la lectura. Acaba Conan Rey, sí, pero me deja un sabor agridulce, aunque lo que vendría después creo que es mucho peor en varios aspectos.
Quizá lo que me ha parecido más interesante de este último tramo, en el que Owsley tiene de ayudante en los guiones a Geoff Isherwood en diferentes ocasiones, es el recurso narrativo que se emplea. Por una parte tenemos la historia central protagonizada por Conan, en la que este se empeña en querer recuperar a un hijo que creía muerto. Mientras que por otro lado, tenemos unas historias secundarias protagonizadas por Conn, que narran sus peripecias en la lejana Khitai antes de volver con su familia a Tarantia. Conn está escrito por A. S. Blaustein, en lugar de Owsley, pero ambos guionistas lo hacen tan bien que en un momento dado ambas historias se cruzan y se intercambian los protagonistas. Creo que consiguen de manera bastante solvente la misma sensación que transmite una novela cuando dos personajes transcurren en paralelo y se acaban encontrando. No obstante, hasta aquí acaba todo lo positivo que podemos ver aquí, o al menos lo más destacable. Por ejemplo, tenemos el arte de Dale Eaglesham en las aventuras de Conn, que no solo es horrible y un atentado contra el buen gusto, sino que tiene claras deficiencias anatómicas en su dibujo. Sinceramente, no llego a entender como un artista con esas desproporciones es capaz de ser contratado por una editorial como Marvel. Y lo que es peor, que alguien apruebe la publicación de algo así.
En la historia principal tenemos a Geoff Isherwood, que tampoco es un dechado de virtudes precisamente, pero la menos se deja ver. Posíblemente el entintado del veterano George Roussos tenga algo que ver, pero al menos es más aceptable. Sin embargo, a mí lo que menos me ha gustado es la decisión de Owsley, que nos vuelve a situar en un escenario que huele a reciclaje argumental. Lo peor de todo es que hace algunos cambios, que provoca que los personajes no se comporten con cierta lógica. El Barón Maloric, por ejemplo, acaba siendo un chiste de lo que fue y la amenaza que supuso. La hija de Conan aún sigue con el enamoramiento aquel de uno de los Dragones Negros y Taurus es el hazmerreír del reino, además de ser totalmente ignorado por Conan. Mi sensación personal es que tras retomar algunas tramas, muchas perdieron fuerza y algunas ideas no llegan a ninguna parte. Además está lo del hijo ilegítimo del cimmerio que está muy mal llevado, tanto para la fisura familiar que parecía que se estaba abriendo como por su resolución fortuita hasta el punto de que el personaje cae en el olvido en los último capítulos. Es curioso, porque Owsley tiene mucho que contar, con intrigas palaciegas, guerras con países vecinos y otros más lejanos, pero al final la sensación que transmite es que alarga mucho las tramas y no termina de contar nada. De pronto se monta un drama por lo de Timon Flavius y al poco se ha resuelto todo. No se le puede negar que hay mucho dinamismo, algo que beneficia bastante a la lectura, pero también parece haber una precipitación en cerrarlo todo rápido, para que no queden cabos sueltos. El resultado es pobre y descafeinado, siendo amables.
Lo realmente curioso es, en cierta forma, que Owsley busca para acabar la serie un argumento que cierre el círculo. Es decir, recuperar a un viejo enemigo de Conan como es Toth Amon, resucitarlo encajándolo dentro de la continuidad de la serie y dar rienda suelta al último combate entre ambos, con la diferencia de que Conan no está solo, sino que tendrá el apoyo de sus hijos. Una vez más se pone patas arriba la capital de Aquilonia por culpa del brujo estigio en lo que a mí me ha parecido otro reciclaje argumental Owsley no está muy acertado en esta segunda etapa en la serie, principalmente porque parece estar contando lo mismo una y otra vez. Resulta algo cansino y pierde el efecto sorpresa, por mucha sensación de peligro que sea capaz de transmitir. Pero peor aún es su forma de solventarlo todo en cuatro viñetas para dejar un final feliz bastante cutre. Llegados a este punto el deseado y esperado final supone un poco de respiro, pero también se esperaba un poco de épica, de la que ha carecido gran parte de esta saga. Conan Rey se despide, para el descanso de nuestros curtidos bolsillos, pero también lo hace de una forma triste y alejado de aquellos episodios iniciales con Thomas y Buscema a los mandos. Hasta siempre y larga vida al rey, ¡por Crom!