He leído
Coleccionable La Espada Salvaje Nº 68.
Retomo la lectura de la serie tras mi
anterior comentario.
Antes de nada, me gustaría volver a incidir en los buenos momentos que me esta haciendo pasar esta colección, a pesar de que ya hace mucho que rebasamos la etapa dorada de la revista. Esto me hace reflexionar un poco sobre el formato, ya que hoy día lo más habitual es que gran parte de este tipo de series se reedite en tomos de cierto grosor. Y es que gran parte de este divertimento creo que es propio de una lectura espaciada, que con estos tomos te permite leer dos o tres historias de una vez, en lugar de darte un atracón de Conan con 400 o 500 páginas. Pienso que esto acabaría por cansar un poco al lector, principalmente por la estructura de episodio autoconclusivos, propio del a esencia pulp de la que proviene el personaje y sus relatos originales. No es una serie concebida para leerse de un tirón, sino más bien todo lo contrario, sino puede que en algún momento todo te resulte manido y repetitivo hasta decir basta. Sin embargo, este formato permite cierta elasticidad dosificando la lectura, sin verte "obligado" a leerte 15 o 20 números seguidos. Cuanto más avanzo en la lectura, más me convenzo de que este formato es el idóneo para esta serie. Soy consciente que no es perfecto del todo, y que tiene ciertas carencias que no se pueden negar, pero si se ponen en una balanza, creo que la experiencia lectora sale mucho más beneficiada que otra cosa. Y, al fin y al cabo, se trata de disfrutar leyendo cómics, o al menos es mi principal objetivo, claro está.
Este volumen comienza con el relato titulado
"El pozo de los susurros", donde de nuevo tenemos los guiones de Chuck Dixon, acompañados esta vez del dibujo del artista Luke McDonnell y el entintado de Tony DeZúñiga. Bajo mi punto de vista, esta es quizá la mejor historia del tomo, en la que podemos ver como Dixon comprende muy bien las motivaciones del personaje y, sobre todo, el escenario en el que se mueve. Shadizar, la ciudad del pecado zamorana en la que suceden algunos de los relatos originales de Howard queda perfectamente retratada. ES el reflejo de otras ciudades, reales o ficticias, donde hay diferentes niveles corrupción. Desde los bajos fondos hasta los propios gobernantes, cada uno con sus propias ambiciones, pero siempre con u nexo de unión: la falta de escrúpulos. La historia en sí no tiene nada de original, no obstante, Dixon sabe jugar con los elementos adecuados para que sea una entretenida lectura de género. Corrupción a distintos niveles, un Conan que se ve inmerso una lucha de poder interno de uno de los clanes que dirige la ciudad, una
femme fatale al más puro estilo Howard, jugando la baza de la seducción como herramienta para el engaño y ese papel de guardaespaldas interesado que tantas veces ha interpretado nuestro cimmerio protagonista, pero que si se utiliza con cierta destreza narrativa consigue no cansar al aficionado. En definitiva, una historia muy bien aderezada, que pone de manifiesto la interesante labor de Dixon en la revista durante tanto tiempo. Es curioso, porque su trabajo aquí nunca ha sido destacado especialmente, pero al igual que Michael Fleisher y otros consiguieron mantener viva la llama de la espada y brujería durante muchos años tras la marcha de Roy Thomas. Y eso no puede ser casualidad.
En la faceta artística tenemos a un dibujante que a mí me ha sorprendido gratamente. Hablamos de una autor que supuso cierta rémora en el Escuadrón Suicida de Ostrander, y que su trabajo en Iron Man deslució un poco los interesantes y desarrollados guiones de Dennis O'Neil. No obstante, con toda seguridad gracias al entintado de Tony DeZúñiga, aquí ofrece la mejor versión de sí mismo. Sinceramente, fue ver su nombre en los créditos y me esperaba lo peor, pero la presencia del artista filipino se impone en eso lápices, recordándonos que ha sido y siempre será una de las principales estrellas de esta magacín.
Continuamos con
"La tumba de las visiones perdidas", un extenso relato escrito por Doug Moench. Uno de los aspectos que ha marcado un poco el devenir de esta colección es la longitud de las historias. Hay autores que escribir un cómic de más de 22 páginas provocaba que acabasen liando demasiado la trama, o añadiendo escenas que suponía un relleno poco agradable. No podemos decir que Moench sea de los guionistas que no es capaz de obtener resultados de la extensión habitual de la revista, de hecho, creo que la aprovecha muy bien para elaborar una intrincada trama que da todo tipo de giros y se va retorciendo de forma natural hasta su desenlace. Sin embargo, en esta ocasión, hay momentos en los que parece un poco perdido. No sé si es que falla la narración del dibujante, o es que la trama es tan densa en contenidos que no termina de condensarse bien, pero lo cierto y verdad es que en algunos momentos la historia me resulta un poco liosa, y sin demasiado sentido. Este es quizá el aspecto más negativo. Por otra parte, Moench sigue la senda de los autores del momento, circunscribiendo las aventuras de Conan a Zamora y su diversidad de ciudades que la componen. En esta ocasión, incluso realiza un ejercicio de continuidad interesante, trasladándonos a la juventud del cimmerio, en un momento en el que parece estar decidido a aprender el oficio del ladrón y se alía con un veterano ladrón al que le pide que sea su mentor. Resulta muy interesante ver como el personaje combina la candidez y la inocencia de su juventud, con la picaresca y la rudeza del entorno en el que se crió, lejos de la urbe civilizada. Moench retrata muy bien la esencia dle personaje creado por el escritor tejano, consiguiendo hacer creíble esta extraña incursión en la compleja cronología del protagonista, algo que dejó de ser habitual en la colección con le tiempo. Hay varias referencias incluso a dos historias clásicas de Conan, las cuales aparecieron en la colección a color clásica del bárbaro durante la etapa de Barry Windsor-Smith, aunque echo en falta el recuadro que las ubique para los lectores. Quizá por que en los noventa era algo que estaba en desuso ya. Por otra parte, cabe destacar una vez más los valores de Conan, muy diferentes a los de los urbanitas, aunque no por ello deje de ser alguien taimado y con ambiciones egoístas. esta dualidad entre el héroe clásico y el antihéroe es uno de los aspectos que hace interesante al personaje, y que Moench refleja perfectamente en su relato.
El guionista está acompañado de otro habitual de la cabecera, Mike Docherty, que luce con una intensidad poco habitual con el entintado de Alfredo Alcalá. Sin embargo, se ve que las más de 50 páginas de cómic era mucho trabajo para el entintador, que recibió la ayuda de otros autores, reflejándose en los créditos como "y compañía". Sin duda, las fechas de entrega ha sido uno de los enemigos del a revista a lo largo de su publicación durante todos estos años. Alcalá consigue transportarnos a la edad dorada de la colección en algunas viñetas, como por ejemplo la página inicial, con ese juego de luces y de sombras o esa técnica de rayado en la que daba un volumen todo el dibujo. Sin duda, uno de los mejores entintadores que ha pasado por esta serie, que unido a John Buscema, nos dejó estampas inolvidables. Pero, como decía, muchas páginas y poco tiempo son el resultado de en momentos determinados de la historia tengamos un bajón considerable, hasta el punto de que cuesta ver ahí a los mismos artistas que nos habían deleitado con las páginas anteriores. No son muchas páginas y al final vuelve a remontar un poco, pero la verdad es que la diferencia es abismal. Esto provoca que todo sume y el resultado final de una historia que podría estar más cerca del notable que del simple bien, baje un peldaño en su valoración. Moench creo que hace un buen trabajo, quizá sea más palpable que nunca su faceta de escritor algo denso, con una trama que quizá le hubiese venido mejor cierta fluidez, pero a pesar de todo consigue un producto entretenido. Lo verdaderamente lamentable es la ejecución de algunas páginas, que parecen prácticamente abocetadas. Sin duda, un sabor agridulce, pero no por ello menos disfrutable a otros niveles.
Finalizamos con
"La cara de dios", escrito por Paul Kupperberg y dibujado por Mike Docherty. En esta ocasión, no se le puede poner ninguna pega al trabajo del dibujante, que se compenetra muy bien con el entintado de Ricardo Villagrán. Tiene cierto estilo clásico. Quizá podemos ver cierta reminiscencia al estilo de Buscema, pero tampoco nada importante. Hay una solidez gráfica que le sienta muy bien al género y los dibujos tiene un gran nivel de detalle en todas sus páginas. Desde luego, esta es una de esas series en la que los entintadores fagocitan bastante el trabajo de los dibujantes, siendo determinantes en el resultado final. Kupperberg se mantiene dentro del marco zamorano de la Era Hiboria, para tratar una rebelión en la que nuestro protagonista se ve inmerso por su profesión como mercenario. Que su semblante sea muy similar al de un semidiós que adora la población será determinante que el monarca de la región decida intentar usarlo para conquistar al estado vecino. Este es el punto de partida de un relato en el que el guionista quiere introducir la teología como herramienta par tratar el poder de la fe y la convicción humana. Además, apela a la conciencia de Conan, dentro de esa ambigüedad que comentaba antes entre el pícaro e interesado buscavidas que es con el hombre aferrado a un código de honor debido a su origen norteño y bárbaro. Curiosamente, será ese cara a cara con dios en el que Conan enarbola una interesante reflexión sobre lo inútil que resulta depender de unas creencias y lo falibles que resultan ser los dioses. Un tema interesante y muy adecuado para el personaje de Howard, que supone un buen broche para otro tomo sumamente entretenido, que por cierto recupera en este volumen su numeración original, tras rescatar la historia que había quedado pendiente del número 177 original. Esperemos que no haya más altos en los próximos tomos, aunque si es para mantener historias completas en cada entrega, tampoco me molesta. Es un mal menor.