Creo que pocas ausencias sentiré más de alguien que, sin haber conocido en vida, era una parte de mi día a día, de mi identidad y lo que hago.
El arte tiene estas cosas. A través de su obra conoces a las personas, conectas con ellas. Y cuando hablamos de alguien como Stan Lee, su carisma, su forma de llegar a los demás, de ser The Man cada día, con esa alegría y esa forma positiva de ver la vida, es inevitable que parezca que es alguien a quien conoces de toda la vida, que siempre ha estado ahí, como una constante, y que parecía que jamás se iría.
Personalmente... buf, es que mi vida sería otra sin este hombre, la verdad. Literalmente. No solo le debo buena parte de mi cultura, crecer leyéndole, leyendo los personajes que creó junto a otros grandes autores, sino que de no ser por él, dudo que mi vida fuera ahora esto. Estoy casi seguro de que no. Y eso es algo grande. Eso, a kilómetros de distancia, en otro país y otra generación, es algo importante.
He tenido el privilegio, el lujo y el placer de dar vida a los personajes que creó con mis palabras. He podido traducirlos, y traducirle a él, para que llegaran a más lectores. He podido escribirlos y ponerme en su piel. He podido jugar con ellos. He podido escribir sobre ellos y compartir mis palabras con miles de lectores. He podido sentirme parte creativa de ese universo que imaginó hace casi sesenta años.
Mi contribución al mundo que creó ha sido un grano de arena, apenas nada, pero precisamente siendo un grano de arena, puedo sentirme una pequeña parte de la montaña que fue este gran hombre. Porque fue feliz haciendo lo que quería e hizo feliz a los demás con su arte. Y no puede pedirse más que eso.
Descanse en paz, Stan Lee.
Hiciste de este mundo algo más divertido, más brillante, más emocionante.
Hiciste que muchos quisiéramos ser héroes a nuestro modo, día tras día, siguiendo nuestros sueños igual que tú seguiste los tuyos.
¡Gracias!