La Guerra Kree-Skrull, señores. O la puñetera Guerra Kree-Skrull, si se prefiere. Porque mira que está complicadillo hablar de esta historia cuando recientemente hemos visto dos puntos de vista tan bien llevados como el fundamentado
artículo de Oskarosa para la web Excelsior o las nueve páginas de disección del tebeo que Ray Fonseca escribió para la última edición patria que ha publicado Panini.
Pero oye, no hay nada más peligroso en estos mundos virtuales que un bocas con ganas de opinar y un espacio en blanco para rellenar. Y como además me sirve de excusa para desvariar sobre mi percepción de Los Vengadores, sobre Roy Thomas o sobre los clásicos en sí mismos, la tentación es demasiado grande.
Clásicos Marvel (II): La Guerra Kree-Skrull, de Roy Thomas/Neal Adams/Buscema.Parto de una base, tal vez errónea pero que me creo a pies juntillas, y es que Los Vengadores, como concepto, representan algo que me provoca cierto desprecio: el comic como artefacto comercial sin una coartada argumental detrás que lo justifique. Y que nadie se rasgue las vestiduras, por favor, que es lo que es. ¿Había que crear una colección que reuniese a los personajes de la editorial para emular a la JLA de la Distinguida Competencia? Pues sí, claro, es una buena idea porque así vas a llegar a los seguidores de todos esos personajes e incluso motivar nuevos lectores para sus series individuales. ¿Había una excusa para que precisamente esos personajes se juntaran? A quien le apetezca que se relea aquellos primeros números y que responda con el corazón en la mano. Poco importaba que se viera el plumero, que no tenía mucho sentido aquella reunión o que incluso tuviesen a un Hulk en sus filas que no pegaba ni con cola y que, en un acto de coherencia, duró lo que duró allí.
Pero poco a poco van pasando cositas, aparece en la ecuación el Capitán América en uno de los movimientos más afortunados y determinantes que ha vivido la colección a lo largo de sus cientos de números, van apareciendo amenazas creadas ex profeso para la ocasión, con lo que se ahonda en la sensación de grupo y no de una mera suma de elementos, y con eso se va tirando.
Y de repente, zas: a alguien se le ilumina la bombilla, elimina a los personajes más populares del grupo y centra la colección en una serie de supertipos cuyas andanzas y evoluciones se van a remitir casi exclusivamente a la colección. En opinión de quien escribe estas líneas, ese es el momento exacto en que Los Vengadores se convierten en un tebeo con razón de ser y en esa colección de la que ahora prácticamente todo el planeta parece ser fan.
Porque Los Vengadores pueden molar más o menos, eso va a gusto del consumidor. Pero su grandeza no reside en los
big names sino en los personajes de segunda fila que pueden tener un desarrollo libre sin interferir con la labor simultánea que otros autores puedan estar desarrollando en sus respectivas colecciones. Que vale, que tener ahí al Capi, a Iron Man, a Thor, a Spiderman o a Lobezno va a ayudar a vender muchos ejemplares, no seré yo quien lo discuta, pero Los Vengadores son sobre todo la Visión, Ojo de Halcón, los Pym, Simon Williams o Luke Cage, por ejemplo. Y si un escritor tiene la suerte de que le toquen unos Vengadores con total libertad de desarrollo y viene con un buen puñado de ideas bajo el brazo, es más que probable que su etapa sea algo a tener en cuenta (y estoy pensando en Roger Stern, sí).
"Pero estoy divagando".
El caso es que lo mejor que le pudo pasar a Los Vengadores fue la llegada de Roy Thomas. No por sus grandes habilidades como escritor, o porque mejorase a Stan Lee (afirmaciones ambas que me generarían tantas dudas que mi versión sería diferente según el día), sino porque es el que mejor supo ver las posibilidades que ofrecía la serie. Y yo soy de los que piensan que los méritos de Thomas en el universo superheroico de la editorial pasan casi exclusivamente por la dignidad con la que continuó la labor de Stan Lee, por muy injusto que me parezca para un autor que su nombre siempre acabe de una u otra manera encadenado al de su inmediato predecesor.
Pero dando pasitos cortos, sin ninguna prisa pero sin apenas pausa, iba llevando a Los Vengadores un poquito más allá. Los personajes iban ganando un poco de profundidad, se incoporaba a Hércules, aparecía un Ultrón que bien podría colar como némesis definitiva del grupo, llegaba La Visión y con él el Vengador definitivo, se creaba un enfrentamiento imposible con un remedo nada sutil de la JLA,...
Y también hay alguna que otra mamarrachada, por supuesto, porque en aquella Marvel de los sesenta y primeros setenta es difícil leer varias decenas de números de una sentada sin que aparezca alguna ingenuidad de esas que nos hacen desear, aunque sea momentáneamente, arrancarnos un par de neuronas para poder disfrutar mejor de la lectura sin pecar de esnobismo.
Llegados a este punto, impaciente lector, aprovecho para hacer un inciso y reivindicar el tebeo clásico marvelita preochentero como una mera sucesión de argumentos a veces más o menos acertados, pero siempre imaginativos y locos. Una de las cosas más divertidas que se puede encontrar en esas páginas es ver a un Stan Lee que tan pronto es capaz de parir algo tan inmenso como la génesis de Spiderman o de la mayor parte de su galería de villanos como de solventar un conato de invasión extraterrestre convirtiendo a los invasores en vacas, o descubrir que el Thomas que creó a La Visión o que la lió parda en Thor mezclando las leyendas de la mitología escandinava o marvelita con los Eternos o los Celestiales de repente podía saltar con la famosa chorrada del peine, por ejemplo).
Que está muy bien y es totalmente lícito y aceptable valorar lo que se lee remitiendose escrupulosamente a lo que ofrece la lectura, pero soy de los que piensan que en el arte no se puede valorar una obra sin contextualizarla en sus propios términos y teniendo en cuenta lo que había por aquel entonces. Y los Stern, Claremont y demás (no ya los Miller, Moore o Morrison) aún pillaban un poco lejos.
¿Sigues ahí, lector?. Bien, seguimos.
Con todo lo comentado hasta el momento, ya he dispuesto las piezas en el tablero para poder hablar sobre La Guerra Kree-Skrull. Y me he tomado mi tiempo, porque sé que hablamos de una obra que puede generar cierta disparidad de opiniones.
Pero, como he dicho, los elementos ya están en su sitio: tenemos una colección que a estas alturas de la película ha dejado atrás aquellos inicios como mero contenedor del
star system marvelita para ir mutando paulatinamente en una serie de personajes propios y sujetos a una evolución coherente y constante; tenemos a un escritor que ha ido haciendo todo lo posible por dar una identidad propia a Los Vengadores, y tenemos a una propia Marvel que ha ido cambiando aquellas historias de veinticuatro páginas por arcos que se prolongaban durante dos números e incluso tres.
Y de repente La Visión, el Vengador definitivo, abre una puerta. Cae al suelo. Y comienza la epopeya más ambiciosa de Marvel hasta la fecha.
Olvidando ya aquellos viejos tebeos de historias precipitadas con el miedo nuclear o la amenaza comunista como trasfondo, Roy Thomas presenta una historia que se desarrollará a través de cinco números (y que tuvo otros cuatro como largo prólogo), algo de lo que no recuerdo precedente alguno hasta aquel momento. Ya sólo por eso, por esa condición de pionera que demuestra que se podía cocer la historia a fuego lento sin miedo a que los comensales escaparan por patas y que es el antecedente directo de una nueva forma de escribir en Marvel, la relevancia de La Guerra Kree-Skrull ya estaría justificada.
Pero como también habría que justificar su popularidad, me tengo que ir a Neal Adams, su talento en estado puro y la clase que desprende su trabajo en esta historia. O a la presencia del Capitán Marvel en la que sería su historia más celebrada si Starlin no hubiese decidido llevarselo por delante. O a la sensación de que, más que nunca, Los Vengadores estaban enfrentandose a una verdadera amenaza a gran escala que sólo Los Héroes más Poderosos de la Tierra podrían resolver. O al respeto y el cariño que desprende cada página, cada viñeta, hacia ese universo de ficción que se llevaba gestando desde hacía casi una década. O a la ambición, a ese "¿y por qué no?" que venía caracterizando a Marvel desde hacía años y que fue, como es constante en el trabajo de Thomas, un pasito más allá, sentando las bases de lo que iría llegando con los años y que cristalizaría en la segunda mitad de los setenta y en los excitantes y, me temo, incalcanzables ochenta.
Opiniones habrán para todos los gustos, y es algo fantástico, porque al hablar de arte no hay nada más aburrido que la objetividad. Por cada lector que hable de "friquismo" habrá un Fonseca que nos remita a "la mayor historia jamás contada"; cada uso de la expresión "imaginación fértil" conllevará la de "tebeo sobrevalorado". Cuando alguien diga que esta es la cima de Los Vengadores, otro responderá que los clásicos son un coñazo.
Y como creo cada uno tendrá su cuota de razón, no seré yo el que lleve la contraria a nadie porque sí. Pero para un servidor, La Guerra Kree-Skrull es un viaje loco y maravilloso al interior de un androide en compañía de unas hormigas con nombre de leyendas del rock. Es un Inhumano saliendo del agua en una de las páginas más majestuosas que recuerdo en un tebeo. Es Rick Jones rindiendo homenaje a unos comics que a pesar de su torpe inocencia e ingenuidad fueron la luz que iluminó el camino. Es épica marvelita en su máxima expresión. Pero es, ante todo, un nuevo paso, la primera gran zancada que daba el prudente Roy Thomas para eliminar algunas barreras establecidas y conducir los tebeos Marvel hacia un nuevo nivel.
Excelsior, cojones.