He leído
Shang-Chi: Guerreros del amanecer dorado.
Retomo la lectura de la serie tras mi
anterior comentario.
En las últimas semanas me estoy dando un verdadero atracón de kung fu y artes marciales, pero también debo admitir que lo estoy disfrutando mucho. Si el anterior recopilatorio hablábamos de etapa de transición, en este podemos decir que estamos ante la segunda era dorada de la serie, con un sólido equipo artístico que consigue recuperar el rumbo perdido. Para más detalles, aunque peque de repetitivo, incluso de pesado, ya sabéis que
Taneleer Tivan realizó un exhaustivo análisis de toda la serie, cuyos enlac3es podéis encontrar al principio de este mismo hilo. Yo me dedicaré a dejar mis impresiones y a divagar un poco...
Lo bueno de leer toda la serie de forma cronológica y más o menos de seguido es que uno se da cuenta de algunas cuestiones que de otra formas pasan desapercibidas. La marcha de Gulacy fue un autentico mazazo, y Jim Craig no estuvo a la altura, principalmente por no ser capaz de llegar a las fechas de entrega, provocando la publicación de
fill-ins y alguna reedición de historias ya publicadas. Aunque Moench salió más o menos bien del envite, esa sensación de serial interminable se diluyo en exceso. Craig parecía querer imitar a Gulacy, pero le faltaba poder continuar en el título para asentar un poco su estilo y mejorar algunos aspectos. No obstante, la gran sorpresa la da el joven Mike Zeck, cuyos primeros trabajos tengo que admitir que no me dicen gran cosa, pero desde el primer momento en este tomo se comienza a vislumbrar una evolución positiva que llega a su cenit con la incorporación de Gen Day como entintador regular. En ese momento, la serie vuelve a brillar en el apartado gráfico. Gulacy siempre será recordado, los correos así lo atestiguan, pero el arte de Zeck y las tintas de Gene Day recuperan la credibilidad perdida y la cabecera inicia una larga etapa que es pura poesía, acción trepidante, reflexión introspectiva y una forma de hacer tebeos adultos que décadas más tarde asociaríamos con la línea
Vertigo de DC. Los lectores de la época debían de estar alucinando entre esta serie y el Conan de Thomas y Buscema, porque Marvel demostraba que se podían hacer tebeos con cierta madurez y que había un mundo más allá de los superhéroes.
Si el arte secuencial ha sido una parte muy importante de la serie hasta el momento, creo que se tiende a simplificar injustamente el trabajo de Moench, que demuestra ser el verdadero pulmón de la serie. Uno de los aspectos más interesantes de ir leyendo el correo de los cómics es ver como los propios lectores de la época, entre los que se encuentra, por ejemplo Kurt Busiek, o articulistas de famosas revistas, realizan un interesante análisis de muchas historias, poniendo de manifiesto que
Master of Kung Fu fue una serie adelantada a su tiempo y que ofrecía un producto radicalmente diferente a cualquier otro del mercado. O por lo menos se encontraba entre un porcentaje mínimo de la producción de la época. Y sí, la narrativa propia del celuloide, los guiños al cine o incluso la subida al carro de la imperante moda de las artes marciales fue determinante ne su impulso inicial. No obstante, tras varios años, una vez pasada la moda, la serie seguía ahí al pie del cañón, acercándose a las 90 entregas. Para mí, esto es en gran parte gracias a Doug Moench, que escribe la serie de una forma muy inteligente, utilizando recursos literarios, cambios de enfoques, yuxtaposición gramatical o referencias a la cultura pop del momento. Referencias a Mike Jagger y sus Rollings Stones, simbología propia del pensamiento oriental de forma subliminal, o también de manera palpable, caracterización y evolución de los protagonistas, así como una transmisión brutal de emociones, algo que influyó principalmente en algunos eufóricos lectores en el momento de su publicación.
Moench, bajo mi punto de vista, realiza aquí uno de sus mejores trabajos, donde su narrativa es pura poesía, consiguiendo que conectemos con la forma de pensar del protagonista y su continua voz en off. Por no hablar de esa intensa relación entre Shang y Leiko, que traspasa las páginas y que tiene uno de los mejores momentos en la historia que sirve de punto de arranque a este volumen y que nadie con un mínimo de sensibilidad puede ser inmune a su mensaje. Además, el guionista, tras intentar un cambio de dirección tras la marcha de Gulacy se da cuenta que no puede dar la espalda a aquello que funciona, regresando a los tan traídos "juegos de engaño y muerte", o lo que es lo mismo al tono de espionaje propio de las novelas de Ian Fleming. De ese modo, volvemos a introducirnos en tramas de conspiración, ahora en las profundidades del MI-6, que no puede permitir la deserción de sus agentes. Una trama que también sirve para regresar al estilo propio del serial interminable, con una narrativa multifocal, presentando un argumento principal mientras se van gestando diferentes subtramas. Aunque, al final, todo se reduce a una macrosaga que se desarrolla a lo largo de las 400 páginas de este volumen, las cuales suponen una lectura adictiva que se transforma en unos momento de disfrute increíbles.
A mí, personalmente, no me gusta hacer comparativas, más que nada porque es caer en tópicos innecesarios. La etapa de Gulacy fue rompedora y una maravilla que se ha mantenido incólume con el paso del tiempo. La de Zeck es la continuación natural de un título que recupera aquello que funciona, pero donde el guionista no queda tan ensombrecido por el papel del dibujante. Viéndolo un poco con perspectiva, aunque las tramas y la narrativa argumental también destaca, es esa espectacularidad cinematográfica de Gulacy la que acapara mayor atención. Zeck es un artista novato, aunque podemos ver que aprende rápido y de qué forma, que consigue realzar su lápices con las tintas de Gene Day, cuya implicación con la serie e irá viendo en los sucesivos recopilatorios. Sin embargo, estando ante uno de los mejores trabajos de la carrera de Zeck, a pesar de que su madurez como artista ni siquiera había empezado, se establece una curiosa simbiosis entre guion y dibujo, manteniéndose cierto equilibrio. Moench introduce muchos simbolismos, mensajes ocultos que viene a refrendar el tema central de la serie, que no es otro que la dicotomía entre el bien y el mal, o si nos ponemos un poco zen, el ying y el yang. Además, sus personajes consiguen adquirir una mayor humanidad si cabe y son la clave para que el éxito continúe.
Quizá no somos conscientes de la suerte que tenemos de que se recupere este clásico, aunque sea a este alto precio económico, porque bajo mi punto de vista y con una perspectiva más global de la época ante una cabecera que se sitúa al nivel de Conan the Barbarian y que poco o nada tiene que ver con lo que ofrecía el Universo Marvel durante los setenta u ochenta, principalmente porque está alejado del género de supers. Esta es una serie que no solo tiene una base literaria para los personajes, sino que hunde sus raíces en el thriller de espionaje o el largometraje de acción. Además, después de décadas, se mantiene con una frescura inusitada, ofreciendo una lectura 100% disfrutable, así como una madurez importante. Si hoy en día te dicen que se publicó en un sello aparte destinado a lectores adultos similar a MAX o Vertigo es perfectamente creíble. Pero ir dirigido a un público adulto no es enseñar tetas, incluir tacos en los diálogos o escenas de sexo. No, hablamos de una serie dirigida a un público adulto, inteligente, con capacidad de asimilar ciertos conceptos a los que un niño ni siquiera es capaz de entender, por no hablar de la simbología o la referencia cultural o la reflexión existencial y emocional. En definitiva, un tebeo para adultos de verdad, aunque nadie lo indicase en la portada. Una auténtica joya con la que yo estoy disfrutando muchísimo.