La Tumba de Drácula: Marvel Limited Edition 4: La Muerte de Drácula (1977-1979)
Reseña en la web de universo Marvel:https://www.universomarvel.com/resenas-la-tumba-de-dracula-marvel-limited-edition-4-la-muerte-de-dracula-1977-1979/Llegamos, finalmente, al tomo que cierra la colección más extensa e importante dentro la rama setentera que Marvel dedicó a los clásicos del terror.
Igual que ocurría en el anterior tomo, la parte creativa sigue inamovible en cualquiera de sus apartados. Marv Wolfman, Gene Colan y Tom Palmer guionista, dibujante y entintador, respectivamente, realizan todos y cada uno de los números de la Tumba de Drácula incluidos en este tomo.
Digo los números de la Tumba de Drácula, porque este cuarto volumen lleva añadidos un par de arcos argumentales posteriores a la colección propia del vampiro. Son no pocos números de las colecciones de la Patrulla-X y del Doctor Extraño sin continuidad respecto a la Tumba de Drácula, más allá del protagonismo del señor de los vampiros. Arcos argumentales cuyo análisis dejaré para las correspondientes reseñas de la Patrulla-X y del Doctor Extraño.
Dejábamos el tercer tomo en uno de los momentos más intensamente emocionales de la existencia de Drácula: el nacimiento de su deseado heredero, fruto de la relación con su amada Domini. Un episodio que impone una tregua en el combate a muerte que libra con sus cazadores.
El circunstancial alto el fuego es un momento inmejorable para que Wolfman inserte otro de esos episodios que podemos calificar de autoconclusivos, ideales para dar un respiro al hilo más continuista.
En esta ocasión Drácula prácticamente ni aparece, siendo Blade quien acapara todo el protagonismo. Un estupendo relato que introduce el concepto del vampiro inverso, que sale de día y se esconde por la noche.
Retomamos el hilo poniendo el foco en la nueva realidad del señor de los vampiros como padre de Janus. Una compleja trama, fiel reflejo de la compleja mente de Drácula, lejos ya del villano sin escrúpulos que era en los inicios de la colección.
No obstante, eso no impide que también nos encontremos con el vampiro más bestial y salvaje. Ahí está esa escena de Drácula destrozando literalmente al traidor Anton Lupeski.
Vemos a un Drácula atormentado, sumido en recuerdos del pasado que se nos aparecen como hermosos episodios en forma de flashbacks. Un Drácula que clama morir al ver a su hijo poseído por el ángel dorado (demonio bajo los ojos de Drácula). Un hijo nacido del cielo y del infierno que, para mayor referencia bíblica, muere para acabar resucitando.
Janus está poseído por el otro bando, en palabras del propio Drácula, y ha venido para destruirlo.
La cosa se complica todavía más cuando entra en juego el mismísimo Satán. El señor de los infiernos viene a rendir cuentas con todo aquel que significa una amenaza para su reinado o que ha osado blasfemar contra su causa. Drácula, Janus, Frank Drake y una sorpresa, Topaz, la joven con poderes que Wolfman recupera de las páginas del Hombre Lobo.
Entre la colosal explosión de imágenes y dinamismo por parte de Gene Colan, Wolfman desarrolla una compleja exposición del porqué del infierno y su necesaria contribución en el equilibrio de los humanos.
Wolfman juega de nuevo con la ambigüedad de Drácula, en su relación con el lado oscuro de Satán enfrentado a las amables palabras de Domini sobre su marido que casi logran sembrar la duda en Harker, Van Helsing y Drake.
El guionista se las arregla para insuflar vida a la colección una y otra vez mediante giros de guion atractivos. Satán sume a Drácula en el peor de los castigos: le arrebata su condición de vampiro. Ahora es un hombre más, sale de día, puede ser fotografiado, necesita comer, dinero para comprar comida... Y puede morir.
Lo que para cualquier hombre sería la bendición de la propia vida, para Drácula se acaba convirtiendo en un calvario. Necesita volver a ser vampiro cuanto antes, y la primera opción está en recurrir a su hija Lilith.
La búsqueda de Lilith lleva a Drácula a Nueva York donde nos encontramos con una ocurrente escena. La acción irrumpe en plena representación teatral de la obra sobre Drácula escrita por Harold H. Harold, ante la sorpresa de éste desde las butacas.
La Tumba de Drácula llega a su final de la mejor forma. Dos magistrales últimos números que pasan a ser relatos clásicos de terror desde el primer momento en que nos enfrentamos a ellos. Una aldea que vive atemorizada por los vampiros y un Drácula que ve como otro guerrero, incluso anterior en el tiempo, ha ocupado su lugar como señor de los vampiros. Pero, por encima de todo, uno de los trabajos de ambientación más grandes realizados por un dibujante. Si existe la perfección, tiene que ser el trabajo hecho por Gene Colan, con ayuda de las tintas de Tom Palmer, en estos últimos episodios de la colección.
El destino final de Drácula y los demás protagonistas, lejos de épicas y espectaculares batallas, opta por lo funcional y deja el mayor espacio a lo poético. Un final lleno de hermosura, que por fortuna no es fruto de una precipitada cancelación, sino un cierre meditado como tal. Una obra maestra para rubricar 70 números de una colección inolvidable.
Conclusión.Otro tomo totalmente imprescindible de una de las colecciones que se escriben con letras doradas en la historia de Marvel, de siempre.
Una colección que es, más que nunca, la suma de todos sus números. Una única etapa.