El Escultor, de Scott McCloud.Empecemos con una confesión: a veces, sólo a veces, tengo cierta envidia de la gente con talento.
Ojo, no hablo de una envidia amarga, de esas que hace que te cabrees y te frustres porque haya gente capaz de hacer cosas que te gustaría saber hacer y que no puedes. O al menos no siempre. Pero sí que en algunas ocasiones me sorprendo a mí mismo fantaseando con lo que sería ser ese tío que es un diez en algo (no soy el mejor en lo que hago, me temo, aunque a veces soy un siete o un ocho, tampoco dramaticemos). En mis fantasías llevo a mi equipo a la final de la Liga de Campeones y marco el
hat-trick que nos da el título, saco el disco que marca un antes y un después en la música, creo la película más importante desde Ciudadano Kane o escribo el cómic que me convierte oficialmente en el heredero más digno que haya tenido el Alan Moore de los ochenta. Y todo esto viene acompañado de la gloria, del reconocimiento por parte de mis seres queridos, de la crítica, de todo el mundo. En mis fantasías soy inmortal.
La pregunta es... ¿qué haría por conseguirlo?
¿Dedicaría mis esfuerzos a intentarlo?
¿Haría un pacto con el Diablo, como dicen que hizo Robert Johnson en un cruce de caminos?
¿Daría cualquier cosa a cambio de ello?¿Incluso mi propia vida?
¿Daría mi vida por ser inmortal?
Scott McCloud escribió
Zot! hace un montón de años, algo más de treinta. Algunos de los que lean esto ni siquiera habían nacido. El tiempo ha terminado por situarla como un tebeo elegante, divertido y con alma, como una mirada optimista e inteligente, clasicista y moderna de los tebeos de superhéroes en una época en la que los tebeos de superhéroes estaban siendo deconstruidos.
Y tras ese tebeo, que ya de por sí sería el tipo de obra que hace que un autor sea recordado para siempre, publicó
Entender el Cómic, impresionante ensayo acerca del valor artístico y comunicativo del medio y a su vez una de esas disertaciones a las que los estudiosos de la historieta supongo que acaban acudiendo tarde o temprano a la hora de respaldar/rebatir argumentos. Quien ame el cómic como forma de expresión artística debería echarle un vistazo, en serio.
Y llegamos a
El Escultor, relato sobre un joven artista caído en desgracia y al que las circunstancias le han llevado a tocar fondo hasta el punto de hacer un pacto por el cual podrá crear todo lo que sea capaz de imaginar a cambio de tener sólo doscientos días de vida para hacerlo, sin saber que durante ese tiempo la vida llamará a su puerta. Y, a la postre, el primer cómic de McCloud en décadas. Y mira que esta obra tenía posibilidades de suponer una debacle.
Por un lado, había un riesgo muy alto de que este señor no pudiese estar a la altura de las circunstancias en su ejecución, algo nada descabellado considerando que cuando un autor se ha pasado los últimos veinte años explicando las pautas que hacen que un cómic pueda ser mejor que otro de una forma objetiva se le va a exigir un plus de calidad a la hora de llevar toda su teoría a la práctica. Y también nos podríamos haber encontrado con una obra masturbatoria, de esas que ponen en práctica todos los recursos que conoce el escritor en un ejercício de vanidad para demostrar al mundo lo mucho que sabe y su dominio del medio. Incluso sospechaba de la temática de la obra, que sobre el papel parecía una revisión de Fausto en el marco de los circuitos artísticos neoyorkinos, lo que inevitablemente asocio con un espíritu
hipster, una intención
cool y, por supuesto, pretenciosidad a espuertas.
Afortunadamente, mis temores eran totalmente infundados:
El Escultor es un tebeo tan brillante y hermoso como divertido y conmovedor; una obra magna de esas que definen una carrera, incluso cuando se trata de una carrera tan brillante de por sí como la de Scott McCloud. En efecto, los recursos técnicos están ahí, pero siempre al servicio de la historia, adaptándose a las necesidades de la narración en lugar de caer en el tentador camino inverso. Y los personajes son tan humanos, tan vívidos, tan hermosamente imperfectos, que asustan. Y al final nos topamos con una obra que versa sobre la vida y la muerte. Sobre la tristeza y la felicidad. Sobre el valor artístico y la subjetividad del arte. Sobre el ser humano y la importancia de las pequeñas cosas. Sobre el amor. A veces el cómic es un medio tan, tan lleno de posibilidades...
Con el tiempo las crónicas contarán que el mejor tebeo del 2015 fue publicado a principios de año. Y en mi inventario de recuerdos quedará grabado aquel sábado en el que me quedé despierto toda la noche por no querer acostarme dejando la lectura del mejor tebeo del 2015 a medias. Y se recordará cómo Scott McCloud entendió y dignificó el cómic una vez más. Y yo me acordaré cómo
El Escultor me ayudó a recordar lo hermosa que puede llegar a ser la vida, incluso aunque nunca vaya a ser un crack del fútbol, ni una estrella del rock, ni un gran cineasta ni un guionista top de cómics.
Porque a veces no hace falta ser un diez en nada para poder disfrutar hasta la saciedad de ese, a veces incomprendido, arte de vivir.
Tenemos mucha suerte de que exista gente con talento que de vez en cuando nos recuerde esas cosas.
(Dedicado a Angelus. Y a Ultimate Rondador, que a su manera también es un artista)