Magín el mago me parece un personaje excelente. Ibáñez presenta un nuevo malo (con sus referentes obvios de hipnotizadores famosos) fácil de identificar gracias a una chistera y una bufanza. Se presental modus operandi del personaje (unas 2 ó 3 primeras páginas sublimes), y luego se hace mil y una variaciones cuando los personajes aparecen: perros, espejos, etc.
El problema que tiene es el personaje viene hacia el final del tomo, donde Ibáñez cae en el mismo error que Hergé con Rastatopoulos en Vuelo 714 para Sidney: donde antes tenías un villano malvado y sin fisuras, luego tienes un monigote risible que el lector no entiende que sea un verdadero problema para el protagonista. Hubiese estado mejor sin esa parte.
Eran buenos tiempos, aquellos años...