APRENDIENDO A LEER CON MORTADELO Y FILEMON
Es curioso como, con los años, nuestra memoria se vuelve selectiva. Algunos recuerdos se graban a fuego mientras otros se diluyen con el tiempo. En muchas ocasiones, me encuentro a mí mismo preguntándome cual fue el primer cómic que leí; aquel que de alguna forma me introduzco en esta afición. Sinceramente, no soy capaz de identificarlo. Para mí no tiene mayor importancia, pero la cuestión sigue revoloteando en mi mente…
Rebuscando en esa película que es la vida, todos tenemos momentos que guardamos envueltos en una gratificante nostalgia: aquella chica que nos robó el corazón por primera vez; nuestro primer beso; nuestro gran amor, que si tenemos suerte aún sigue a nuestro lado; la conclusión de una formación académica; nuestro primer trabajo; el día que nos independizamos de la unión familiar; y otros tantos momentos que dejaron una huella indeleble en nuestra mente. Sin embargo, por más que intente escudriñar en mis recuerdos, la pregunta se me resiste. Entonces, sale a la luz un recuerdo que bien podría estar relacionado: cuando aprendí a leer.
Gran parte de mi infancia la pasé como hijo único. Cuando la única diversión se encontraba dentro de un bombo de detergente lleno de clicks de playmobil, alejado de sofisticados juegos de videoconsola y múltiples canales televisivos en los que durante las veinticuatro horas ofreciera una programación infantil, se dejaron caer en mis manos una serie de cuadernillos repletos de historias llenas de un misterio indescifrable, aunque nunca supe como sucedió ese hecho. Allí, como por arte de magia, había multitud de personajes que mantenían una conversación inescrutable para mí. Gracias a la insistencia propia de un niño, y mucho antes de que mis pies pisaran una escuela, servidor aprendió a leer. Esto debo agradecérselo a mi madre que, con ese cariño y paciencia que solo ellas poseen, me instruía en el complejo mundo de letra impresa; unos criptogramas alejados de los contornos propios de la primera escritura escolar.
Sentado en un pequeño taburete fabricado por mi abuelo, la mujer que me trajo al mundo traducía un lenguaje que poco a poco cobraba sentido. Aquellos bocadillos y cuadros de texto adquirían vida propia. Y así, sentado en mi preciado asiento a medida, pasaba las horas muertas en un mundo de fantasía y diversión de la mano de uno de los grandes del cómic español. Me refiero, como no, a Francisco Ibáñez.
Creo que gran parte de los aficionados han crecido leyendo a este autor, que él mismo ha reconocido ser un esclavo de su trabajo. Nacido en Barcelona, en 1936, Ibáñez está considerado como unos de los autores de la generación del 57 de Bruguera, junto a Figueras, Gin, Nadal o Raf, entre otros. Precisamente, mi primera toma de contacto fue a través de la mítica colección Olé, publicada por la editorial barcelonesa. Además, está considerado como un artista de gran influencia en nuestra piel de toro y ha sido galardonado con diversos premios a lo largo de su carrera.
Pese a su larga trayectoria profesional, cuando hablamos de este autor todos tenemos en mente su creación por antonomasia, Mortadelo y Filemón. Con ellos, junto a Roberto Alcázar y Pedrín, el Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno, Carpanta y muchos otros más, no solo aprendí a leer, sino que me adentré en un fantástico mundo de diversión, que me absorbía por completo, forjando mi pasión por la lectura. Seguramente sin ellos, hoy yo no estaría aquí.
Mortadelo y Filemón es uno de los puntales de la historieta patria. Ibáñez publicó su primera historia de los personajes en la mítica revista Pulgarcito, en 1958, bajo el título Mortadelo y Filemón agencia de información. En su inicio, se concibió para ser una parodia de Sherlock Holmes y el Dr. Watson. No obstante, la creación del autor fue evolucionando con el tiempo, tanto gráficamente como en el desarrollo de las tramas en clave de humor.
Entre los diferentes nombres que se barajaban para los protagonistas, se acabó eligiendo Mortadelo, posiblemente haciendo referencia a la mortadela, y Filemón, haciendo lo propio con el filete. Partiendo de esta simplicidad, Ibáñez nos presentaba a Mortadelo, un hombre alto y calvo, ataviado de negro, con nulo sentido común y la capacidad de disfrazarse de cualquier cosa. Por otro lado, teníamos a Filemón, el jefe, un hombre colérico, cuya cabeza estaba coronada con dos orgullosos pelos. Ambos formaban un equipo destinado a misiones abocadas al desastre para la diversión de los lectores.
En 1969, con el título “El Sulfato atómico”, ve la luz el primer relato de gran extensión concebido como una parodia del mundo del espionaje. El éxito cosechado provocó que Bruguera multiplicase las cabeceras dedicadas a los personajes. Primero vio la luz Mortadelo (1970), poco después Super Mortadelo (1972), a continuación Mortadelo Gigante (1974) y, finalmente, Mortadelo especial (1975).
Con esta escalada de éxito, la serie adquirió una gran madurez y se fueron asentando conceptos que hoy nos parecen que estuvieron ahí desde siempre, aunque no es así. De aquella agencia de detectives inicial, en la que Filemón era el jefe, pasarían a formar parte de la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea), dirigida por el Superintendente, más conocido por el “Super”, en una analogía paródica de la CIA. También se incorporaría el excéntrico profesor Bacterio, responsable principal de la mítica historia de la máquina del cambiazo. Asimismo, inventó un crecepelo que dotaría a Mortadelo de una estupenda y reluciente calva. El otro gran personaje de esta época es la secretaria Ofelia. Rubia, gorda y fea, se presenta como la diana perfecta para las burlas del dúo protagonista. Además de ampliar el elenco de personajes, la serie dirigiría su rumbo hacia la parodia y la sátira, dejando para el recuerdo grandes historias.
Sinceramente, al contrario que con otras lecturas de mi niñez como Superlópez, me cuesta quedarme con alguna historia en concreto, a pesar de que leí y releí muchas de ellas durante bastantes años. Me viene a la mente una de las historias largas, en las que Mortadelo y Filemón viajan a Nueva York con Ofelia, y se tienen que infiltrar en el Bronx. Cuanto me llegué a reír con esa historia, y con prácticamente todas las que cayeron en mis manos. Desgraciadamente, con el paso de los años, me fui distanciando de los personajes y el autor, pero a día de hoy, en mi corazón, siempre habrá un hueco para una serie que no solo marcó mi infancia, sino que, además, me enseñó a leer.
TOP 10 MORTADELO (Y UNO DE REGALO), por David For President
Cuando surgió la oportunidad de complementar el precioso texto de Oskar (qué poco valdría nuestro tiempo si de vez en cuando no pudiésemos emplearlo en revisar nuestros "grandes éxitos" vitales) con una selección comentada de historias de Mortadelo y Filemón, lo primero que pensé es que estaba
chupao. Tarea sencillísima, de esas que terminas a los diez minutos sin ningún tipo de dificultad.
Je.
La odisea de esta lista comenzó abriendo una caja, sacando todos mis olés y apuntando en una hoja de libreta los títulos de los que merecerían entrar en una selección de historias. Cuando me acercaba peligrosamente a la cifra de cincuenta, me di cuenta de que iba a ser más complicado de lo que creía. Y con mucha pena, iba filtrando, retirando de la lista aquellas historias que podían resultar redundantes, o que no alcanzaban las cotas de calidad de otras. Y cada tachón en la hoja era una pequeña patada a mis recuerdos, a las sonoras carcajadas que esas páginas me habían llegado a arrancar. Hubo momentos en los que, reconozco, me sentí como un desagradecido.
Pero finalmente acabé por delimitar una lista, un top-10 que nunca pudo ser un top-10, basado en parámetros como la relevancia o la calidad, pero sobre todo en el inmenso placer que me produce volver a esas historias y dejar que, tantos años después, me sigan arrancando esas sonoras carcajadas de las que nunca me avergonzaré.
El Sulfato Atómico (1969)La primera historia larga de Mortadelo y Filemón es también una de las más atípicas. Por aquel entonces, Ibáñez, fascinado con aquellas historias de la BD que aunaban humor y sentido de la aventura a partes y iguales, parió una historia en la que los agentes viajaban a Tirania en una misión de espionaje para recuperar un peligroso invento del Profesor Bacterio.
La aventura se desarrolla del tirón, sin recurrir todavía a los cortes para adecuar la historia a su serialización en revistas, y con un estilo muy elaborado, con mucha inspiración en Franquin y su Spirou (a veces sin saber delimitar la frontera entre el homenaje y el plagio).
Para el recuerdo, el uso de algunos gags que serán recurrentes en la trayectoria de Mortadelo y Filemón a lo largo de los años y Bruteztrausen, el primero en la larga lista de "villanos" de la pareja y uno de los más carismáticos.
Contra el Gang del Chicharrón (1969)Tras darse cuenta de que en el tiempo que le llevó terminar El Sulfato Atómico podría haber realizado varios álbumes (y por tanto aumentar sus ingresos), Ibáñez abandona en su segunda aventura larga el estilo elaborado del primer álbum y recurre a un dibujo menos recargado que marcará la pauta en lo sucesivo. También modifica la forma de narrar la historia, adaptándola para las revistas por medio de la división en micro-capítulos.
Así, Mortadelo y Filemón van cambiando de escenario en busca de los miembros de la banda del Chicharrón, estructurando convenientemente la historia en episodios de cuatro páginas y regalándonos algunos momentos de antología (la pared de la celda con los diez agujeros puede ser tranquilamente el mejor gag de la historia de los personajes).
Safari Callejero (1970)Uno de los álbumes más divertidos de la pareja, y el primero con "bichos" (con el tiempo, vendrán muchos más).
En este caso concreto, Mortadelo y Filemón salen a la caza y captura de unos animales cuyas conductas han sido modificadas a causa de un suero del Profesor Bacterio. Y de verdad, divertido es poco.
Con la comodidad encontrada en Contra el Gang del Chicharrón, se consolida la estructura episódica y la búsqueda de elementos diferentes como instrumento para crear esa división en capítulos con naturalidad.
Valor y al Toro (1970)Se dice que es la segunda historia larga que realizó Ibáñez, y que tardó más de lo debido en publicarse a la espera de sacarla al mercado francobelga cambiando los personajes.
Leyendas urbanas aparte, lo que es evidente es que Valor y al Toro vuelve al trazo elaborado que ya vimos en El Sulfato Atómico. Más allá de esta similitud, todo aquí está mucho más logrado: la historia es más rotunda, los gags más divertidos y hay cierta sensación en cada página de que el autor era consciente de estar haciendo algo grande.
Para muchos este es el mejor álbum de Mortadelo y Filemón.
No resulta descabellado pensarlo, no.
Chapeau el Esmirriau (1971)En Mortadelo y Filemón, tan importantes como los propios agentes o sus secundarios habituales son esa "galería de villanos" que se iría fraguando poco a poco y a la que se rendiría homenaje en el relativamente reciente Venganza Cincuentona.
De entre todas esas némesis que han ido encontrando los personajes a lo largo de su trayectoria, es bastante probable que Chapeau el Esmirriau sea el más potente y recordado: un tipo bajito, aparentemente inofensivo, que esconde en su enorme sombrero toda suerte de artilugios que le hacen, para nuestra diversión, prácticamente imposible de capturar.
Gatolandia 76 (1972)Publicado originalmente con el título En la Olimpiada, esta es la primera incursión de Ibáñez en los eventos deportivos, que con el tiempo terminará siendo un subgénero en su propia obra.
Mortadelo y Filemón se infiltran en los Juegos Olímpicos haciéndose pasar por deportistas para neutralizar a un grupo terrorista que pretende boicotear la competición. Su torpeza a la hora de abordar las diferentes pruebas provoca momentos delirantes a más no poder.
Ahora que tenemos una aventura del dúo en cada Olimpiada, puede que todo esto suene demasiado trillado, pero lo cierto es que nunca se volvieron a alcanzar las cotas de calidad y diversión proporcionadas por aquella aventura en Gatolandia.
Concurso-Oposición (1975)Uno de los álbumes a los que más cariño guardo: en las primeras páginas se nos muestra cómo en la T.I.A. se ha llegado a un punto en el que es precisa una renovación de personal, y se abre una selección en la que Mortadelo y Filemón son los encargados de poner a prueba a los diferentes candidatos, a cada cual más disparatado.
Sin bien el argumento no es muy original, es la imaginación en los gags lo que hace de Concurso-Oposición una de las historias más divertidas del dúo.
Mundial 78 (1978)Si con Gatolandia 76 comenzaba lo que terminaría siendo un subgénero dedicado a los Juegos Olímpicos en Mortadelo y Filemón, el álbum dedicado al Mundial de Argentina es el que da el pistoletazo de salida a una sucesión de historietas dedicadas a los mundiales de fútbol.
En este caso, y como en aquel álbum, la pareja se introduce en la selección nacional para desbaratar los planes de unos saboteadores. Y si ya tan sólo el viaje a tierras argentinas es de por sí antológico, la participación de unos Mortadelo y Filemón en los partidos, dopados por medio de los ingenios del Profesor Bacterio, hacen de esta primera incursión de Ibáñez en un mundo futbolero que reconoce aborrecer algo absolutamente delirante.
En Alemania (1982)Una de las historietas más veneradas por los fans, En Alemania surgió como pequeño homenaje de Ibáñez a unos lectores alemanes que habían hecho que Mortadelo y Filemón fuesen muy populares en aquel país.
Con un argumento muy elaborado, los dos agentes viajan a Alemania en busca de dos ladrones de joyas, excusa impagable para una sucesión de chistes inspirados en tópicos sobre la población teutona.
Este álbum, además, daría el pistoletazo de salida a una serie de aventuras de los personajes en otros países, algunas de ellas muy logradas, repitiendo algunos de los parámetros que se ven aquí.
La Estatua de la Libertad (1984)Mi aventura favorita de Mortadelo y Fiemón continúa esa senda abierta en En Alemania, y lleva al dúo a Nueva York para evitar un, ejem, atentado terrorista.
Gran parte del despiporre viene dado por la presencia de la señorita Ofelia, que les acompaña en el viaje y propicia algunos de los chistes más burros y machistas de toda la serie.
Tan sólo un año después, llegaría la marcha de Ibáñez de Bruguera. Y mientras la editorial, propietaria de los personajes, continuó las aventuras de Mortadelo y Filemón a manos de otros autores, Ibáñez se sacó de la manga en Grijalbo a Chicha, Tato y Clodoveo (de profesión sin empleo), que si bien tuvieron algunos momento descacharrantes nunca llegaron a alcanzar aquellas cotas de imaginación, diversión y calidad que caracterizaron a los dos agentes de la T.I.A. desde finales de los 60 hasta mediados de los 80, donde cada nuevo álbum tenía ese "algo" que hacía que mereciese la pena su lectura.
El Quinto Centenario (1992)Una vez Ibáñez regresó de su periplo en Grijalbo, su contacto con sus personajes más famosos nunca volvió a ser el mismo. La decadencia de la serie se fue plasmando en tramas cada vez menos imaginativas, recursos cada vez más redundantes y un humor cada vez más vulgar.
La excepción que marca algún que otro álbum está representada, sobre todo, por El Quinto Centenario, una historia trabajada, con el mejor dibujo de la serie desde aquellos tiempos de El Sulfato Atómico y Valor y al Toro, y en el que increiblemente recursos tan cansinos como el cameo de personajes famosos funciona a la perfección.
Aún quedaría alguna que otra buena historia en la recámara, pero el esfuerzo que se palpa en estas páginas hacen de éste el mejor álbum moderno de Mortadelo y Filemón de largo.
Y, como he comentado anteriormente, me da mucha pena todas esas historias que he dejado fuera de este listado. Podría mencionarlas de pasada, claro, pero casi prefiero emplazar al personal a que nombre esas historias de Mortadelo y Filemón que les hayan dejado huella. Porque estoy seguro de que, en mayor o menor medida, todos tenemos a Mortadelo y Filemón como parte de nuestro desarrollo vital.
Y aunque nunca vaya a leer esto, gracias infinitas al maestro Ibáñez por tantos y tan buenos momentos.