DOLORES DE CRECIMIENTO: CUESTIONES DE MADUREZ EN EL COMIC
En esta pequeña reflexión pretendo demostrar como la madurez en el cómic (y especialmente en el género de superhéroes) depende en gran medida de entender los géneros con los que se trabaja y no necesariamente con importar temas adultos o en mostrar sangre y sexo.Cuando era pequeñito mis lecturas predilectas eran los comics clásicos de Marvel: Thor de Stan Lee y Jack Kirby, Spiderman de Lee y Ditko y Romita, Conan de Roy Thomas, Barry Windsor-Smith y John Buscema, etc.
Mi padre era ávido comprador de las Bibliotecas Marvel y los cómics de la línea excelsior, además de Spirit y Terry y los piratas, entre otros. Ya mas mayor, recuerdo preguntarme, porque, si le gustaban tanto los comics, no compraba colecciones que se publicaban en aquel momento, con gran éxito de público y critica: Ultimate Comics, New X-Men, etc.
El tiempo fue pasando y yo descubrí nuevos comics, autores, personajes. Thorgal, Predicador, Los nuevos Vengadores
Como con las mujeres y con los amigos, con algunos fue amor a primera vista; con otros la relación fue larga, pero a la larga acabó por romperse, y con otros no paso de un romance fugaz.
Dicho de forma menos literaria (o menos pedante): puede que hubiera muchos comics que me gustaran, pero, invariablemente, no sobrevivían a la relectura. Solo me ocurren tres casos en que esta regla no se cumpliera: Sandman (de Neil Gaiman), las obras de Alan Moore y Dylan Dog (curiosamente, o no, Alan Moore y Dylan Dog eran también lecturas predilectas de mi viejo).
Dylan Dog: ¿Giallo, drama existencial o comedia de terror? Quizá todo a la vez.
Y así llegamos a hace unos pocos días. Época de recuperaciones. Los universitarios seguramente sabrán que estar a las 3 de la mañana estudiando cosas como derecho y economía es lo mas cerca que se puede estar de la muerte, el suicidio, el asesinato o todo a la vez.
Resulta que en ese momento empecé a pensar en algo que Frank Miller había dicho, y que yo había leído en el libro Frank Miller: En primera persona. Básicamente, era esto: el género de superhéroes era en esencia infantil. Tenía su raíz en la fantasía infantil de poder y justicia. No hay nada de malo en ello, al igual que no hay nada malo con los libros de cuentos.
El problema estaba en los propios autores. Hombres hechos y derechos con sus complejidades y con sus inquietudes que, por las limitaciones de la industria, solo podían trabajar con tipos en mallas que no les gustaban.
Estos hombres, en lugar de aceptar el trabajo como lo que era, un encargo, decidían ponerse a si mismos por encima del personaje, y traspasarle sus propios problemas y limitaciones. Así encontrábamos un concepto tan bizarro como un personaje infantil con neurosis adultas.
Imaginad como nos sentiríamos si la Alicia de Lewis Carrol se acostará con La Reina de Corazones para explorar las raíces del lesbianismo. Ojo, no tengo nada en contra de explorar las raíces del lesbianismo en los comics. Es solo que no sería coherente con la historia que estamos contando.
Bill Sienkiewicz y los conflictos del arte
En fin, que ahí estaba yo, fiel creyente de la postmodernidad, cuándo recordé que en mi armario, bajo los abrigos, guardaba mis Biblioteca Marvel. No me miréis así. Habían acabado ahí por la necesidad de espacio en la estantería, algo que también comprenderán los lectores.
No los ojeaba desde hacía , por lo menos, diez años. En parte, porque no quería estropear el recuerdo de su lectura como me había pasado con, por ejemplo, Predicador.
Temeroso, empecé a leer la saga de Infinito en Thor, de Lee y Buscema. Por supuesto, la experiencia de lectura no fue la misma. Con la experiencia, uno pilla mejor los trucos del guionista y entiende mejor las habilidades narrativas del dibujante (gracias, Scott McCloud).
Pero algo pasaba. La historia me atrapaba, me emocionaba, me hacía reir. Volví a sobrecogerme cuándo Odin castigaba a Thor privándole de la boca y el habla para, a continuación, quitarse la máscara de rey y volver a ponerse la de padre. Como cuándo tenía seis añso
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Nostalgia? En ese momento empecé a entender porque mi padre, Alan Moore o los hermanos Hernández (hombretones, eruditos y artistas) amaban comics que eran para niños.
Little Lulu, Pogo y Herbie son los comics preferidos del mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX
A continuación, acudí a la pila de tebeos en la parte de arriba del armario. Generalmente ahí guardo números sueltos, tebeos de ni fu ni fa y cosas que no me importa regalar. El que estaba en lo alto del monton era Salvaje Lobezno 40 de Paul Cornell y Ryan Stegman. Por aquella cosa de oye, son las cuatro de la mañana y a lo mejor estoy flipando con cualquier cosa empecé a leerlo.
El comic era, por decirlo suavemente, grotesco, en comparación y sin comparación con los clásicos. Los personajes no tenían carisma; eran copias de copias de copias de personajes que había visto mil veces. Pistolas, tiros, asesinatos. Salvaje. Aburrido. A la pila.
Y, finalmente, volví a Thor y a Los 4 Fantásticos. Y que decir. Fue como encontrarse con viejos amigos a los que hace mucho que no ves.
Ahora, la explicación, que estoy seguro de que algún lector quiere romper ya el monitor con la cabeza.
Por supuesto, sería fácil decir que los autores de antes eran mejores que los de ahora. Salvo excepciones en que esto es cierto (Kirby es insuperable) no parece que sea verdad en líneas generales. Morrison, Ennis, Ellis, Aaron son, en todos los aspectos, mejores que Larry Lieber, por ejemplo. Además, los dibujantes cuentan con mas medios y menos restricciones.
El problema, creo yo, es que los comics (y el arte) funcionan mejor cuando el autor entiende no solo como funciona, si no a quién se dirige y cuáles son las claves de ese género. Y, sobre todo, cuando sabe que el arte y la historia esta por encima de él y de su nombre. Y si además le añades talento e imaginación, el brebaje es embriagador.
La postmodernidad nos ha traído algunas cosas buenas, pero, desde luego, el que el autor sea la obra de arte en si misma no es una de ellas. El ego, las ganas de impactar, de triunfar no son buenas consejeras. Esto ocurre en la pintura, en la literatura, en el cine
y en los comics.
Hasta hace poco, consideraba síntoma de madurez, comprar comics y novelas por el nombre del autor, en lugar de por el personaje; sin darme cuenta, pobre de mí, de que tan estúpido es lo uno como lo otro. Y creo que, a otro nivel, eso les pasa a los autores.
Cuándo un autor empieza un comic con la pretensión de que su nombre sea conocido y respetado, el resultado puede ser bueno o malo, pero desde luego, no será nada autentico.
En cambio, cuándo un currante trabaja con la idea de hacerlo lo mejor que pueda, de entretener, de divertir, aceptando cuál es el género en el que esta trabajando y olvidando pretensiones absurdas de respetabilidad ( o aunque solo lo haga por alimentar a su familia, que caray) su arte será algo disfrutable siempre, porque no percibiremos el ego del autor imponiéndose a la historia. Y de ahí viene la simpatía que mi padre puede tener por John Romita, en vez de Grant Morrison, por decir un autor que se ha convertido el mismo en personaje.
El superhéroe como imagen de la psicopatía. ¿Dónde están nuestro héroes?
La raíz de las pretensiones de los autores contemporáneos esta en el complejo de inferioridad ante el arte infantil, como si este fuera algo menos valioso que el arte para adultos, cuándo de hecho, en muchos aspectos, es mas complicado.
Me explico. Si un autor quiere escribir una novela para adultos en la que se exploren los temas de la sexualidad, el amor, el aislamiento o la soledad, lo tendrá fácil siempre que sea perspicaz y tenga oficio.
Ahora bien ¿que ocurre cuándo quieres explicar que es la soledad a un niño? No puedes poner una escena en la que una prostituta se mete dos rayas de coca para olvidar una noche de trabajo. Un recurso efectivo, pero nada sutil. Muchos autores dirían bueno, yo soy un ARTISTA y tengo derecho a poner lo que yo quiera y lo harían. Si Alan Moore lo hubiera sabido, se habría hecho relojero, seguro .
Y luego tenemos a Schulz.
Y aquí tenemos a Schulz
Sigue resultando sorprendente como alguien puede explicar lo que es la tristeza con cuatro rayas en un papel. Como un tipo puede decirte lo que es la neurosis mostrándote un chiquillo agarrado a una mantita. Y, lo que es mas acojonante, ¡en una tira para niños!
En definitiva, creo que tengo poco mas que añadir. Hubiera querido añadir a Shakespeare, a Freud y poner mas ejemplos, pero creo que es suficiente por hoy. En cuanto a mí, me retiro a Asgard, porque el malvado Loki se ha hecho con el poder y no se en que acabará aquello. Luego quizá me retire a los mares del sur, para navegar con Corto y Rasputin.
Y recuerda: no confundas el continente con el contenido