He leído
Las etiópicas.
Dejémoslo claro desde el principio:
Corto Maltés no es ningun héroe.
Ni lo es ni lo será, al menos en el sentido más restringido de la palabra. ¡Y yo que me alegro! Lejos de ahondar en la poesía (aunque
Rimbaud aparece en sus páginas en forma de poema) o en algún amor nostálgico de frontera,
Pratt nos lleva, a lo largo de cuatro historias, por el continente africano durante la Primera Guerra Mundial. En ellas,
Corto se ve envuelto en intrigas políticas y militares mientras recorre una región convulsionada por los conflictos entre las potencias coloniales.
Cush es el gran protagonista de estas historias: un guerrillero musulmán que participa en una misión con el objetivo de recuperar armas y recursos para la resistencia local contra los colonizadores. Esa primera página del tomo, con las sombras alargadas acercándose y los camellos cargados de armas, ya lo deja bien claro desde el principio. Por cierto, ¡qué página! ¡Qué maestría de narrativa visual!
A lo que iba:
Cush es el núcleo emocional de la trama. Sus convicciones férreas y su fervor religioso aportan una perspectiva de fe inquebrantable, en contraste con el cinismo de
Corto Maltés.
Pero lo verdaderamente llamativo (¡
Pratt es dios!) es que, aunque el enfrentamiento entre Europa y el mundo islámico pueda verse parcialmente reflejado en sus diferencias culturales y religiosas, a lo largo del relato
Cush y Corto desarrollan una tensa pero significativa amistad, basada en el respeto mutuo, a pesar de sus creencias opuestas y formas diferentes de ver el mundo.
Y aunque
Las Etiópicas sea un relato —lo digo con todas las comillas posibles— "realista", no deja de tener su lado onírico, lo cual, por otro lado, siempre es bienvenido. Destacaré un momento en particular porque lo asocio con
Equatoria de
Canales y Guarnido:
Corto Maltés comenta a
Cush que debe de estar soñando, que el brujo
Shamaël no tiene sombra, y que, si es así, prefiere cambiar de sueño. Cush, intuyendo por dónde va, le dice: "En este país hay cosas misteriosas, pero dime, ¿adónde vas?".
Corto, ensimismado mirando un mar de nubes, le responde: "No lo sé... lejos". En
Equatoria se repetirá la situación en un claro homenaje (en mi opinión) de
Díaz Canales a
Pratt y a esta escena en particular. La respuesta será muy similar: "¿Quién sabe...? A cualquier lugar menos a Ítaca".
Pero volvamos a la frase del comienzo.
Corto no es un héroe, pero para
Pratt —y para mí, y espero que también para quien esté leyendo esto—, no ser un héroe no significa ser un cobarde.
Por ejemplo, en "En el nombre de Alá, misericordioso y compasivo",
Corto ayuda a
Cush a transportar armas, no por patriotismo o lealtad política, sino porque respeta la lucha personal de su amigo.
Corto Maltés rechaza las etiquetas de valentía o grandeza, mientras actúa con un sentido de justicia e individualismo que desafía las expectativas sociales y morales de su tiempo, subrayando su rechazo hacia cualquier lucha que pretenda ser moralmente superior.
Aquí es donde entra en juego el idealismo de Corto: su rechazo al heroísmo requiere la valentía de seguir un código moral propio, aunque este no encaje en los modelos tradicionales del héroe.
Esta ambivalencia es lo que lo hace un personaje fascinante, capaz de luchar por causas humanitarias mientras niega ser su salvador.