Estimado Mc Carnigan,
Parece que fue ayer cuando un adolescente tardío llamó a la puerta de la mansión del Criterio, donde su Señor Morgan el Sabio se hallaba disfrutando de la visita de Essex el Filólogo que Escribe Cosas.
Llegaste descalzo, con los pies negros de aventurarte por las alcantarillas de tu ignorancia; harapiento, la ropa destrozada en el maizal de tu estulticia. Apenas podías balbucear cuatro necedades y tus grandes ojos solo expresaban la más inmensa estupidez.
Recuerdo a Néstor buscando mi aprobación. Un leve levantamiento de ceja hubiera bastado para echarte a los hambrientos perros, destino más noble que el tus padres habían ideado para ti, sin ninguna duda, cachorro nunca deseado.
Tal vez aburridos de intercambiar millones, Essex y yo decidimos dejar los naipes en la mesa y apostar por mera diversión. El envite se aventuraba imposible. Convertir a la desaliñada criatura que se había atrevido a pisar mis jardines, transformar a ese despojo animal, acaso más cerca de una cucaracha que de una rata, en una persona de provecho. Nos atrevimos a soñar, incluso, en hacer de ti un auténtico caballero. Néstor nos dirigió su más severa mirada. Éramos dos dioses jugando a dados con el mundo, ebrios de poder, de conocimiento y de millones.
El lenguaje y la escritura fueron puestas a tu alcance, la poesía de Garcilaso, la filosofía de Nietzsche... también conociste el placer de las mujeres, te concedían aquellas más delicadas y agraciadas, que siempre exigían cobrar el triple por fingir placer junto a ti. Pero, siempre y por encima de todo, estaba la disciplina del Derecho.
Con el tiempo, y pese a todos los medios que pusimos en superar este desafío, nos dimos cuenta de que no habíamos logrado enderezarte. Y no es solo que te empeñases en seguir caminando como las bestias, en cuanto nadie te azotaba con el látigo. Es que nunca, jamás, ni en las noches iluminadas por la Luna más brillante, ni un solo atisbo de Criterio acarició tus mejillas.
Nuestro único triunfo ha sido que ya no se te confunde, de muy cerca, con un animal salvaje. Nuestro fracaso absoluto, que nunca has dejado de ser el mismo zopenco sin decoro que entró en mi Mansión sorbiéndose los mocos.
En el fondo, Néstor sabía que, igual que es imposible enseñarle a hablar a un gorila, igual de imposible era nuestra apuesta. Extraña sensación la humildad.
Atentamente,
Morgan el Sabio
Señor de Morgania
Emperador del Criterio