Paco va cada día a trabajar. Se levanta, se ducha, se toma un café en Casa Manolo, ficha, hace sus ocho horas en la oficina y se va a casa. La vida de Paco es aburrida, monótona, pero da justo lo que promete. Las expectativas son tan bajas que es imposible que Paco decepcione a nadie. Desde ese punto de vista, su coherencia es absoluta. Si el Vigilante observase la vida de Paco diría: "Y ahí va otro fichaje perfecto a las 8 en punto".
Richi es un bala. No tiene trabajo ni oficio conocido. Se compró una caravana y se hizo al mundo. A veces duerme en la playa, a veces hace alpinismo o se tira de un puente. No es especialmente bueno en nada, pero tiene algunos momentos de genialidad y sobre todo, es imprevisible. Nunca se sabe qué hará a continuación. Se arriesga, se la pega, pero siempre cae de pie, porque el tío rebosa carisma. Si el Vigilante observase la vida de Richi diría: "Joder, a coger remolachas, eso no me lo vi venir".
Falcon y Bucky fichan todos los días a las 8 puntuales como un reloj. Sus aburridísimas epopeyas gubernamentales, salpicadas de seudo-discursos políticos y sociales de esos de "Y ahora un consejo, niños", no se saltan un capítulo. Su trama, como el barco y los bancos, es aburrida, pero 100% fiable. El único con algo de carisma es Símon, que se echa sus bailecitos los jueves en el club latino, pero no demasiado, no nos vaya a sacar de los verdaderamente importante: Sam, su discurso a las cámaras, su barco, una historia racial de soslayo que ni desarrollo ni en realidad me interesa un ñapo, y no sé qué mambo-jambo social de refugiados en una analogía confusa que ni sé muy bien lo que quiero decir ni aguanta en pie como alguien le sople.
En la narrativa, premiar la fiabilidad por encima del ingenio es un ñordo enorme.