He leído
Persépolis de Marjane Satrapi.
Una maravilla de cómic.
Como creo que muchos sabéis, Persépolis cuenta la historia de la niñez de la propia autora en Irán, que coincidió con acontecimientos políticos que marcarían al país.
Simplemente por su valor histórico ya merece la pena la lectura. A los historiadores puede que no os revele mucho, pero en mi caso la historia de Irán fue siempre ese capítulo final de los libros de historia contemporánea que nunca daba tiempo a ver, ni en el colegio ni en el instituto. Su valor educativo me parece sobresaliente, y es el típico cómic que deberia leerse en el instituto.
Además, también sirve para deshacerse de prejuicios sobre el país, lastrado inevitablemente por la Revolución de finales de los 70 que iba a ser comunista y acabó siendo fundamentalista islámica.
Cuando pienso en que Franco nos tuvo aquí cuarenta años cara al sol (y sin bronceo, como dice Sherpa), siento rabia por lo que podría haber sido mi país sin cuarenta años de atraso intelectual. Me acordé de ello mirándome en el espejo de Irán tal y como es narrado en Persépolis, solo que en este caso la represión fue mucho más allá, hasta el punto de asfixiar cualquier atisbo meramente cotidiano de libertad. Los iraníes no tuvieron siempre tan mala suerte pese al historial de represión del país, y me parece toda una revelación asistir al relato de Satrapi, en el que se nos cuenta cómo antes de la llegada de la «Revolución» no había separación de sexos en las escuelas, ni velos obligatorios. Después de aquello, Satrapi tendría que pasar a la clandestinidad para cosas tan sencillas como pintarse las uñas o escuchar a Iron Maiden.
Leyendo Persépolis me siento como un auténtico paleto occidental por muchas cosas que no sabía. Es verdad que la historia de Satrapi no debe ser representativa del caso medio, ya que fue criada en un ambiente de familia liberal y aparentemente adinerada, a la vanguardia intelectual del país, de modo que su historia puede no ser un reflejo de la vida media de un iraní.
Pero eso no quita que su relato se sienta completamente verídico, al permitirnos vivirlo desde las experiencias de una niña, y luego adolescente. Y esa es sin duda la otra gran virtud del cómic: lejos de asistir a un documental, la perspectiva de la obra nos transporta de forma muy vívida al interior de la casa de Satrapi, a su escuela y a las calles de Teherán. La experiencia lectora es absolutamente genial.
¿Es este cómic feminista? Hace poco salió el tema de si alguna vez habíamos leído un cómic feminista. Si lo es, (y yo creo que sí, pero es mucho más que eso) desde luego que el feminismo no puede fluir de forma más natural ni más graciosa por el cómic.
Leyendo Persépolis he encontrado bastantes cosas en común con «Matar a un ruiseñor» de Harper Lee: otro relato autobiográfico (aunque sea solo parcialmente aquí) donde se narra la niñez de una sureña americana de pura cepa, y su ingenuidad a la hora de tratar las absurdas imposiciones de género y donde se trata el racismo desde un punto de vista espontáneo, desde los ojos de una niña contestataria ante la idea de tener que llevar vestidos por ser mujer. Es justo lo que he visto en Persépolis. El relato hubiera sido mucho más descarnado y más deprimente si no hubiera sido así. Digamos que la carga dramática de la represión brutal de las dictaduras se ve rebajada mucho cuando se cuenta desde el punto de vista de una niña.
Al final, casi cuesta no soltar alguna lagrimilla, pero casi más por el país, por los iraníes y por lo mucho que se perdió, que por la protagonista.
Haré todo lo posible porque mis hijos lean este cómic, cuando sean un poco más mayores.